El hotel Linden quedaba a unos pocos minutos de donde el Hansaring de Colonia se unía con la Konrad-Adenauer-Ufer, que transcurría junto a la orilla del Rin. De alguna manera le dio a Fabel la esperanza de percibir algo de la vieja Maria en su elección: la situación del Linden le proporcionaba una base lo bastante céntrica sin llamar la atención. Le dijo al taxista que le esperara y subió las escaleras de acceso al pequeño vestíbulo del hotel. Una bella muchacha de pelo oscuro le sonrió desde detrás del mostrador de recepción, pero cuando Fabel le mostró su identificación de la policía de Hamburgo, su sonrisa se convirtió en una mueca de preocupación.
—No es nada grave —la tranquilizó—. Sólo intento encontrar a alguien.
Fabel le mostró una foto de Maria.
—¿Le suena de algo?
Su rictus de preocupación se hizo ahora más marcado.
—No puedo decirle que sí, pero la semana pasada estuve fuera. Déjeme que llame al jefe de servicio.
Se metió en la oficina y volvió acompañada de un hombre que parecía demasiado joven para lo serio de su expresión. En la manera en que miró a Fabel había un deje de desconfianza.
—¿En qué podemos ayudarle, Herr…?
—Erster Hauptkommissar Fabel. —Sonrió y volvió a mostrar su identificación—. Vengo de Hamburgo en busca de esta mujer. —Hizo una pausa mientras la bella recepcionista le mostraba la foto al jefe—. Se llama Maria Klee. Tenemos informaciones que sugieren que se hospedó en este hotel, pero puede que usara un nombre supuesto.
—¿Qué ha hecho?
—No veo que eso tenga nada que ver con su respuesta a mi pregunta. —Fabel se apoyó en el mostrador de recepción—. ¿La ha visto o no?
El jefe de servicio examinó la foto.
—Sí, la he visto. Pero ahora no tiene este aspecto.
—¿Qué quiere decir?
—Dejó el hotel hace un par de semanas. —Tecleó algo en el ordenador de recepción—. Sí, aquí está, habitación 26. Pero cuando se marchó llevaba el pelo muy corto y teñido de negro. Y otra cosa, su vestuario…
—¿Qué tenía de especial?
—Siempre era distinto. Y no me refiero a un simple cambio de ropa… Quiero decir que adoptaba estilos totalmente distintos. Un día súperelegante; al día siguiente con aspecto dejado y ropa de baratillo…
«Vigilancia», pensó Fabel. Tenía alguna pista y la estaba siguiendo.
—¿Nada más? ¿Alguna vez se encontró con alguien en el hotel?
—Que yo sepa, no. Pero sí aparcó su coche en el aparcamiento del hotel sin registrar la matrícula. Estuvimos a punto de avisar a la grúa, pero uno de los porteros la reconoció como huésped. Iba a decirle algo al respecto pero se marchó antes de que tuviera ocasión de hacerlo.
—¿Apuntó la matrícula?
—Por supuesto… —El jefe de servicio prematuramente altivo volvió a consultar el ordenador. Garabateó alguna cosa en un bloc de notas y le dio el papel a Fabel.
—Pero esta matrícula con K es de Colonia… —Fabel volvió a mirar el número—. ¿Qué tipo de coche era?
—Viejo y barato. Creo que era un Citroën.
—¿Tiene alguna idea de adónde se dirigió al irse de aquí?
El jefe de servicio se encogió de hombros. Fabel le anotó su número de móvil en el reverso de una tarjeta de la policía de Hamburgo.
—Si volviera a verla, necesito que me llame a este número. De inmediato. Es muy importante.
De nuevo en el taxi, Fabel examinó la lista de hoteles de Colonia. Tenía que intentar pensar como Maria. Supuso que habría abandonado ese hotel porque se había registrado con su nombre auténtico. Buscaría otro lugar todavía menos visible. Se inclinó hacia delante y le dio la lista al taxista.
—¿Cuál de éstos sería el mejor si quisiera hospedarse bajo una identidad falsa y pagar en efectivo sin que le hicieran demasiadas preguntas?
El taxista apretó los labios, meditando un momento, y luego cogió su lápiz y rodeó tres nombres con un círculo.
—Éstos serían los mejores, creo yo.
—De acuerdo… —Fabel se volvió a apoyar en su asiento—. Empecemos por el más cercano.