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Llevaba cuatro horas allí sentada, pero Maria declinó la oferta de Olga de sustituirla en la vigilancia de los monitores. Empezaba a oscurecer y la mansión se reducía a una oscura figura geométrica interrumpida por la luz de las ventanas. De pronto se encendieron las luces encima de la puerta principal e iluminaron a uno de los guardas.

—Dile a Buslenko que hay movimiento… —le ladró a Olga.

La puerta se abrió de par en par y salió el guardaespaldas de Vitrenko. Se abrió la puerta del Lexus para que entrara alguien que seguía dentro de la casa y fuera del campo de visión. Luego una figura alta quedó enmarcada por la luminosa entrada. De nuevo, el escalofrío del reconocimiento. Podía haberse cambiado la cara, pero desde esa distancia había un instinto primario capaz de identificar una forma grabada a sangre y fuego en su memoria. Se detuvo con la silueta de la cabeza ladeada. Maria sintió que se le helaban las venas: era como si Vitrenko estuviera mirando hacia la cámara, directamente hacia ella.

Avanzó y se metió en el Lexus, fuera ya de su vista.

Maria siguió el coche, que avanzaba en silencio sendero abajo hacia las puertas de la verja.

—Giran a la derecha.

El Lexus desapareció. Él desapareció.

—Taras los sigue —dijo Olga Sarapenko—. Se dirigen a la autopista. Quiere que lo ayudes con su vigilancia. —Le lanzó un walkie-talkie—. Canal tres. Taras te guiará hasta dentro. Yo tengo que hacerme cargo de este puesto de vigilancia. Seré vuestro enlace y os pondré al día de cualquier novedad.

—¿No sería mejor que fueras tú? —preguntó Maria. De pronto tuvo mucho miedo y se sintió poco preparada para enfrentarse a las consecuencias de ponerse a su altura—. ¿No estás mejor entrenada para esto?

—Yo sólo soy agente de policía como tú. La diferencia es que tú eres una agente alemana. Taras cree que eso nos puede resultar útil si se complican las cosas.

—Pero yo no conozco esta ciudad…

—Tenemos todo el material de GPS que necesitamos para orientarte. Usa tu coche. Será mejor que te vayas ya.

Había oscurecido y hacía una noche fría y húmeda. Colonia tenía un brillo apagado de noche invernal. Para ir a Lindenthal por Zollstock y Sülz había una carretera en línea recta. La radio permanecía en silencio en el asiento del copiloto. Al cabo de diez minutos, cuando se acercaba al parque de Stadtwald, Maria la cogió.

—Olga… Olga, ¿me oyes?

—Te oigo.

—¿Dónde se supone que voy?

—Estoy en la autopista en dirección norte… —Era la voz de Buslenko—. Ve hasta el cruce de Kreuz Köln-West y coge la A57 en dirección norte. Ya te avisaré si salimos. Olga, guía a Maria por Junkersdorf hasta la autopista. El coche de Vitrenko no va rápido, pero Maria no nos atrapará hasta que nos detengamos. Olga… ¿Tienes alguna idea de adónde nos lleva?

—Espera —dijo Olga. Hubo una pausa—. Parece que Vitrenko está saliendo de la ciudad. Puede ser que vuelva hacia el norte. A Hamburgo.

—Es poco probable, a estas horas de la noche —dijo Buslenko. Su voz por la radio sonaba como si estuviera en otro mundo. Maria se sintió aislada, arropada por la oscuridad y la densa aguanieve que caía ahora sobre su parabrisas. ¿Cómo se había metido en aquella situación? Había depositado mucha confianza en aquella gente. ¿Quién le aseguraba que eran quienes decían ser? Alejó la idea de su cabeza: le habían salvado la vida; habían encontrado el cuerpo de Maxim Kushnier y lo habían hecho desaparecer; le habían dado a su mal planeada misión algo de coherencia y, al menos, un punto de viabilidad.

Tocó el botón de llamada de la radio.

—Dime hacia dónde tengo que ir…