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Maria se dio cuenta de que ahora, cuando se despertaba cada mañana, se sentía desconectada de sí misma, de la realidad. Le asustaba verse como si fuera el personaje de una película o una figura lejana en un paisaje. Sabía que no estaba bien, aunque no del mismo modo que antes. Era como si algo en su interior se hubiera roto. Le asustaba pensar que ahora era capaz de casi cualquier cosa; que estaba más o menos dispuesta a hacer todo lo que los ucranianos le pidiesen que hiciera. Y, sin embargo, había algo que la frenaba.

Llevaba tres días con ellos. Se reunían cada mañana, pronto, en la pequeña antigua envasadora de carne que Buslenko había alquilado en la zona de Raderberg. Ella seguía pernoctando en el hotel barato e iba cada día hasta allí en coche. Algo le decía que debía mantener en secreto la dirección del apartamento de Liese y decidió no mudarse a él hasta que pasasen unos días. No sabía dónde dormían Buslenko y Sarapenko, pero tampoco lo preguntó. Para ser un equipo de dos, los ucranianos parecían extremadamente bien equipados. Eso ponía más en evidencia lo ineptos que habían sido los intentos de Maria y lo poco madura que había sido su planificación. Buslenko y Sarapenko llevaban toneladas de material electrónico, además de dos bolsas de armamento. Maria calculaba que su simple relación con aquel movimiento ilegal de armas y material militar a Alemania ya sería bastante como para valerle una condena a prisión.

Lo extraño era que ahora estaba físicamente más fuerte de lo que había estado en muchos meses. Desde que había empezado a comer con normalidad, su figura había empezado a llenarse y ya no sentía las extremidades pesadas. Su determinación, como su hambre, había vuelto. La manera de compensar la muerte de Slavko era matar a Vitrenko. La manera de compensarlo todo era matar a Vitrenko.

—Hemos organizado una vigilancia a Molokov las veinticuatro horas —le explicó Buslenko.

—¿Cómo? Sólo somos nosotros dos… nosotros tres, vaya.

—Molokov tiene una base en uno de los barrios residenciales de Colonia, entre Lindenthal y Braunsfeld. Es una mansión enorme que pertenece supuestamente a un importador-exportador ruso llamado Bogdanov. No sabemos si existe realmente o es un alias de Molokov o Vitrenko. Hemos puesto cámaras remotas en los exteriores de la casa… Es colindante con un parque y la calle está alineada de árboles, de modo que no ha sido muy difícil. —Buslenko sonrió—. Durante un día trabajé para el departamento de Parques y Jardines del municipio de Colonia. En definitiva, las cámaras están protegidas y son indetectables, pero no están todo lo cerca que nos hubiera gustado. Idealmente, me gustaría colocar un micrófono o una cámara en la casa, pero es imposible.

Olga Sarapenko había ayudado a Buslenko a montar una mesa con tres monitores. Los sintonizó y en las pantallas aparecieron vistas diferentes de una gran mansión moderna. Olga ajustó el zoom y enfocó cada cámara con una palanca.

—Aunque pudiéramos meterle un dispositivo en casa —prosiguió Buslenko— lo más probable es que Molokov haga una comprobación electrónica de su casa cada dos días. —Se rió amargamente—. Es el problema de estar a este lado de la verja. El equipo electrónico de Molokov no está limitado por los presupuestos gubernamentales; me juego lo que queráis a que su equipo es muy superior al nuestro.

—El caso es que yo no vine a Colonia para perseguir a Molokov —dijo Maria.

—Créeme, Maria, nosotros tampoco.

—¿Y en qué puedo contribuir aquí? —preguntó con un suspiro—. ¿Por qué os disteis a conocer? Sabe Dios que no tenía ninguna posibilidad de acercarme a Vitrenko. Probablemente os habría resultado más fácil y prudente operar desde la invisibilidad. Sinceramente, no veo qué puedo aportar yo a vuestro juego.

—Hemos dejado a tres muertos atrás en Ucrania —dijo Olga Sarapenko—. Lo que significas para nosotros es un par adicional de ojos y una pistola extra, en caso de necesidad.

—Pero tu auténtico valor para nosotros, Maria —dijo Buslenko—, es la conexión que supones. El acceso potencial a inteligencia de la cual no tenemos la llave. Hay un dossier sobre Vitrenko. De hecho, hay dos, pero uno de ellos, el más exhaustivo, está en vuestra Agencia Federal contra el Crimen, en un ordenador protegido. Los discos duros tienen una circulación muy restringida. Las fuerzas de seguridad del BKA dedicadas a Vitrenko, obviamente, tienen acceso a información confidencial. Nosotros sólo hemos podido consultar la versión ucraniana, que omite informaciones clave.

—Vasyl Vitrenko es obsesivo con la seguridad —intervino ahora Olga Sarapenko—. La idea de no poder acceder al dossier le vuelve loco. Sospecha que el informador está del lado de Molokov, incluso que puede ser el propio Molokov. Pero no puede demostrarlo. Queremos que intentes conseguirnos una copia del dossier Vitrenko. El íntegro. Si podemos identificar al informador, podremos presionarle para tenderle una trampa a Vitrenko. Nos proporcionaría a alguien de dentro cuya supervivencia dependería de que nosotros borráramos a Vitrenko del mapa.

—Pero yo no tengo acceso al dossier Vitrenko. De hecho, probablemente sea la última persona a quien se lo dejarían ver.

—Pero tienes códigos de acceso y contraseñas del sistema informático del BKA —dijo Buslenko—. Eso sería un punto de partida. No es lógico pensar que podemos desplegar una misión compleja como ésta en unos pocos días. Podría ser que lo más adecuado fuese que volvieses a Hamburgo en unas pocas semanas y retomases tus responsabilidades en la Mordkommission. La información que nos puedas proporcionar tiene mucho más valor para nosotros que tu presencia aquí —explicó Buslenko.

—Estoy aquí para ver concluir este proceso. Para ver cómo Vitrenko recibe lo que se merece —dijo Maria, con actitud desafiante. Estaba dispuesta a casi cualquier cosa para derrotar a Vitrenko, pero Buslenko le estaba pidiendo que accediera a archivos del Gobierno para una unidad militar extranjera que estaba operando ilegalmente en la República Federal, y eso sería traicionar su oficio. Probablemente era espionaje.

—Entiendo tu sed de venganza —le explicó Buslenko—, pero no estamos en una peli del Oeste de Hollywood. Lo que nos interesa de ti es que nos pases todo lo que saben las autoridades alemanas sobre la operación de Vitrenko. Estoy seguro de que puedes encontrar una manera —dijo Buslenko, sin dejar de lado la amabilidad—. Mientras tanto, puedes quedarte con nosotros y ayudarnos a montar la vigilancia de Molokov.

Maria asumió sus turnos de vigilancia de los monitores, anotando las actividades: quién visitaba la mansión de Molokov, cuándo llegaban, cuándo se marchaban, la matrícula de los coches que entraban y salían; siempre a la espera de alguien que pudiera ser Vitrenko. Aunque se negó a facilitarles los códigos de acceso que precisaban, sí que compartió con ellos toda la información que había sido capaz de reunir. Tenía la sensación de que esto, de alguna manera, podía considerarse como un intercambio legítimo de información entre agencias de seguridad del Estado.

Su situación, explicó Buslenko, era como la de dos cazadores en el mismo bosque. Eran Buslenko, Sarapenko y Maria los que debían asegurarse de alcanzar la presa antes de que lo hiciera la Agencia Federal contra el Crimen del BKA, y sin ser detectados. Sólo quería los códigos de acceso para determinar en qué lugar del bosque se escondía el otro cazador. Maria sabía que sólo era cuestión de tiempo que Buslenko se volviera más insistente.

Al tercer día de vigilancia de los monitores Maria vio que un enorme Lexus negro aparcaba ante las puertas de la mansión. La cámara de Buslenko estaba montada tan lejos de la casa que resultaba difícil ver con claridad al hombre que salía del coche. Pero la visión de su figura le produjo un escalofrío.

—¡Olga!

Sarapenko corrió a su lado.

—¿Qué ocurre?

—Él… —Maria sintió que se le tensaba la garganta, como si el nombre fuera a atragantársele si lo decía en voz alta—. Es él.

—¿Cómo lo sabes? Desde esta distancia es tan sólo una forma.

—Es él. La última vez que lo vi era también sólo una forma a lo lejos, corriendo a través de un descampado. ¿Dónde está Buslenko?

—Ha ido a recoger unas cosas. A nuestro contacto aquí… es mejor que no lo sepas.

—Llámalo al móvil. Dile que hemos encontrado a nuestro objetivo y que ahora mismo se encuentra en casa de Molokov.

Observó la figura en el monitor. Al fin, al fin lo tenía en su campo de visión. Maria experimentó una enorme sensación de poder al saber que lo estaba vigilando sin que él fuera consciente de su observación. La figura oscura e indefinida cuya identidad Maria conocía con absoluta certeza se volvió a hablar con uno de sus matones y luego desapareció en el interior de la mansión.

Maria vio con expresión fría y dura de odio violento cómo Vasyl Vitrenko desaparecía de su vista.

—Ahora —dijo, con poco más que un susurro—, ahora te tengo.