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Mientras Scholz iba a la cocina a servirse otra cerveza y a preparar un café para Fabel, éste puso las fotografías de las dos víctimas de lado sobre la mesa: imágenes en vida y una vez muertas.

—Antes de venir a Colonia estuve hablando con un antropólogo —dijo en voz alta para que Scholz lo oyera desde la cocina—. Era experto en el ideal de belleza femenina a través de los tiempos; no tanto en lo que es la belleza, sino en lo que consideramos bello. Hubo un tiempo en que estas dos mujeres habrían cuadrado en este ideal a la perfección: con una ligera forma de pera, la parte superior del cuerpo más delgada y un poco de carne acumulada alrededor de las caderas y el vientre. Justo hasta la Primera Guerra Mundial, de hecho. Luego vino la moda de los años veinte, después el cuerpo tipo guitarra, y luego la flacucha.

—¿Adónde quieres llegar? —Scholz salió de la cocina y le ofreció el café a Fabel.

—Estas mujeres no tenían un tipo apetecible para lo que hoy se lleva. Tal vez quisieran hacer algo al respecto.

Fabel se puso a buscar entre los archivadores.

—¿Qué buscas? —preguntó Scholz.

—Carnets de gimnasios, de clubs de dieta… Cualquier indicio de que hubieran sopesado la posibilidad de operarse. Folletos de cirujanos plásticos, cosas así.

—Pero no había nada realmente deforme en ninguna de ellas… —Scholz se puso a buscar con él—. Quiero decir que no tenían el culo tan gordo.

—Te sorprenderías de lo que las mujeres son capaces de hacer ante el más mínimo de los defectos.

Al cabo de diez minutos ya habían encontrado una selección de opciones, todas de Sabine Jordanski. Iba a un gimnasio privado dos veces a la semana, se sometía regularmente a tratamientos de belleza en un salón e iba a nadar cada miércoles si tenía la tarde libre. En el caso de Melissa Schenker no encontraron nada.

—Tiene que haber algo. —Fabel se pasó las manos por el pelo.

—Tal vez Melissa Schenker no estuviera tan obsesionada con su cuerpo —dijo Scholz—. Se pasaba la vida en su propio universo electrónico, en el que no importaba para nada su aspecto. Un mundo sin forma.

—Está bien. —Fabel siguió leyendo en los informes sobre Melissa—. ¿Qué es esto… The Lords of Misrule?

—Su mayor éxito. Un juego de rol para ordenador que ella ideó, muy complicado. Parece ser que cuando murió estaba trabajando en la segunda parte.

Había una imagen de la portada del juego. Tres personajes de tipo mitológico, un guerrero, una sacerdotisa y una especie de brujo en una montaña, un paisaje de fantasía que los envolvía.

The Lords of Misrule… Los señores del desgobierno. —Fabel tradujo el título en voz alta—. El mundo al revés. Los días del caos. El loco coronado. Todo es muy carnavalesco, ¿no? Tal vez esté aquí nuestra conexión. Melissa pasaba tanto tiempo en un mundo electrónico; quizás ahí se cruzó con nuestro asesino y con Sabine Jordanski.