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Yo salí un tiempo con una chica a la que le gustaba que la atara, ¿sabes? —Scholz se apoyó en su butaca y se acercó la botella de cerveza Kölsch a los labios—. Me refiero a atada del todo, bien fuerte, y cada vez que lo hacíamos. No podía, ya me entiendes, disfrutar a gusto a menos que estuviera bien sujeta.

—Gracias por la confidencia. —Fabel sonrió irónicamente y tomó otro sorbo de su Kölsch. Empezaba a sentirse un poco aturdido y sintió que se le avecinaba el temor habitual a perder el control, así que decidió aflojar con la cerveza.

—Lo que quiero decir es que era como si no pudiera excitarse sin estar atada —insistió Scholz. El rictus de su frente se relajó y sonrió—. No lo digo solamente para abrirte una ventana a mi sórdida vida personal, sino contarte que en mi vida profesional me he encontrado con casos muy raros y, en la personal, otro tanto, no sé si me entiendes, pero por mucho que me esfuerzo no logro imaginarme cómo un psicópata puede sentir placer comiéndose a otros seres humanos.

Fabel se sentó en el sofá y jugueteó remilgadamente con la pizza que Scholz había pedido para cenar con él en su apartamento. Recoger los informes, comprar algo de cenar y marcharse a casa había sido idea de Scholz. Como había dicho, iba a ser una larga noche y no tenía sentido que fuera también incómoda.

—Puedo decir sinceramente que hay pocas cosas que no haya visto a lo largo de estos años —prosiguió Fabel—. Quiero decir profesionalmente. Y ésa es una de las razones por las que quería dejarlo.

Scholz sonrió mientras observaba cómo Fabel jugueteaba con la pizza.

—Lo siento —dijo—. No le han puesto un arenque encima…

Fabel se rió.

—Tiene gracia —dijo—. Los de aquí abajo os reís de nosotros, los del norte, como si no comiéramos nada más que pescado. La verdad es que tenemos tendencia a hacerlo porque somos de costa y ésa es nuestra fuente más inmediata de comida. Y la forma en que nos relacionamos con otras culturas también interviene. ¿Sabes que en Hamburgo hay un plato llamado labskaus?

—Creo que lo he oído mencionar —dijo Scholz con expresión seria.

—Lo llevaron a Hamburgo los marineros escandinavos, y nosotros llevamos la receta hasta Inglaterra. Los británicos no saben qué es cuando les preguntas por el labskaus, pero, en cambio, llaman scousers a los de Liverpool porque el plato era muy popular allí. Lo que quiero decir es que nuestras dietas están determinadas por los alimentos que tenemos disponibles y por los contactos que tenemos. Obviamente, hoy en día puedes entrar en un supermercado y comprar cualquier tipo de comida, pero las tradiciones antiguas, que se traspasan de generación en generación, tienen tendencia a perdurar, del mismo modo que heredamos un prejuicio en contra o a favor de algunos alimentos. Y esto me lleva a hablar de nuevo de nuestro caníbal de carnaval… Es extraño que siempre hayamos tenido una idea de los alimentos tabú. Mira el cerdo, por ejemplo. Incluso aquí, donde coméis tanta carne, y también más al sur, hay mucha gente que tiene problemas con el cerdo.

—¿Cómo? —Scholz parecía tener dudas—. ¿Al sur del Ecuador de la Salchicha Blanca?

—Incluso allí, entre entusiastas carnívoros, hay gente que jamás comería ninguna parte del cerdo. El cerdo es el tabú alimentario más común del planeta. Los musulmanes no lo comen, a los judíos se les prohíbe, e incluso se supone que hubo algún tipo de antigua orden contra el mismo entre los escoceses de las Highlands. Debe de tener algo que ver con la similitud entre la carne de cerdo y la humana. Vivimos en una era de xenotrasplantes en la que los órganos del cerdo, modificados genéticamente, pueden trasplantarse a los seres humanos. Las tribus de Papúa Nueva Guinea hablan de la carne humana como del «cerdo largo».

—Y tú piensas que el motivo de ese tabú puede ser que es como comer carne humana.

—Creo que podemos tener algún recuerdo cultural profundo del canibalismo. Y en el rechazo al mismo nos definimos como civilizados. La colonización europea del siglo XIX se justificaba a menudo con la excusa de salvar a los nativos de ellos mismos, y el canibalismo se citaba como el principal ejemplo de comportamiento salvaje.

Scholz tomó un trago de cerveza.

—Hemos escondido deliberadamente los detalles de estos dos asesinatos a la prensa. Les dijimos que había elementos que sólo sabíamos nosotros y el asesino. Ni siquiera hemos confirmado todavía un vínculo definitivo. Como dices, hay algo en toda esta idea de un caníbal suelto que acojona a la gente. Y, por supuesto, a la prensa le encantaría.

—¿Así que habíais considerado en serio la posibilidad de que el asesino fuera un caníbal antes de que yo lo mencionara?

—Sí —dijo Scholz—. Pero no estaba tan seguro como lo estás tú. Pensé que tal vez el peso de la carne podía ser el elemento significante. «Una libra de carne». —Scholz lo dijo fingiendo un fuerte acento inglés. Hizo una pausa y contempló su cerveza—. ¿Crees que hay alguna posibilidad de que nuestro chico esté motivado por algo distinto del canibalismo sexual? Ten en cuenta que no se ha encontrado semen en los escenarios del crimen.

—La ausencia de semen no significa que no eyaculara, sólo que ha tenido cuidado de no dejar pruebas o se masturba luego, ya fuera de escena. Pero vamos a suponer que no estamos ante un caso de canibalismo sexual; tal vez sólo le guste el sabor, la experiencia de comer carne humana.

—¿Qué tiene de bueno?

—Bueno, existe la teoría de que, debido a las proteínas complejas de la carne humana, hay gente que experimenta una especie de euforia cuando la toma. Otros creen que obtienen complejos vitales imposibles de encontrar en otras fuentes cárnicas. Pero hay un imperativo natural que desaconseja el canibalismo; tanto en los humanos como en los animales, tiene tendencia a provocar encefalopatías: la enfermedad de las vacas locas, el kuru… cosas así.

—¿No podría ser que el asesino estuviera simplemente experimentando? ¿Qué tan sólo quisiera saber qué sabor tiene la carne humana?

—A mí también me gusta un buen filete de vez en cuando —dijo Fabel—, pero no creo que por eso fuera capaz de salir al campo y matar una vaca para obtenerlo. Tendemos a mantener la fuente de lo que comemos a cierta distancia moral. Un periodista estadounidense sobornó a un empleado de una funeraria en París para que le proporcionara un trozo de carne humana y luego escribió sobre la experiencia de cocinarla y comérsela. Dijo que sabía a ternera. Supone un salto enorme matar, y hacerlo dos veces, por el simple hecho de satisfacer una curiosidad epicúrea. Me juego lo que quieras a que este tipo está satisfaciendo algún tipo de fantasía sexual con estos asesinatos.

Scholz recogió las cajas de las pizzas. Mientras estaba en la cocina, Fabel estuvo observando el apartamento del detective de Colonia. Tenía todos los detalles de un piso de solterón: una mezcla entre lo práctico y lo desaliñado. Había una colección de plantas de interior en varias etapas de deshidratación y muerte; Fabel tuvo que reprimir la tentación de pedir una regadera. Sin embargo, las estanterías estaban llenas pero ordenadas, y Scholz tenía una amplísima selección de DVD colocados por el orden alfabético de sus títulos. Esta organización tan meticulosa contrastaba con el caos del resto del apartamento de Scholz. Colgadas en las paredes había un puñado de reproducciones artísticas de sorprendente buen gusto, y un póster de un montaje de Macbeth en Colonia. Fabel recordó la referencia shakespeariana de su informe. Scholz salió de la cocina con dos cervezas más e hizo espacio para los informes en la mesa del café.

—¿Te gusta Shakespeare? —preguntó Fabel.

—Algunas obras, aunque nunca en inglés. Mi inglés no es lo bastante bueno. Pero me encanta la historia de Macbeth. Recuerdo haber visto la versión de Orson Welles doblada al alemán cuando era niño. Me encantó el personaje, tan absolutamente malvado y carente de escrúpulos. No obstante, con el caso que tenemos entre manos, Titus Andronicus sería un texto más apropiado.

Fabel sonrió. El sorprendente conocimiento que tenía Scholz de Shakespeare no cuadraba con su aspecto y manera de ser.

—Hubo un tiempo en que pensé en hacerme actor —confesó Scholz, casi avergonzado—. Supongo que la idea de jugar a ser otras personas me atraía más que ser yo mismo.

—Es un salto extraño, de actor a policía.

—No era un proyecto serio —explicó Scholz—. Mi padre era policía y un hombre… un tipo de persona muy práctica. De alguna manera mató mi idea, y entonces fui convenciéndome de hacerme poli.

—El teatro se lo perdió… —dijo Fabel, sonriendo. Intentó imaginarse la imagen improbable de Scholz interpretando a Macbeth, su villano preferido. De pronto, otro villano favorito le vino a la cabeza y sintió un peso fuerte en el estómago—. ¿Cómo va tu otra investigación? —preguntó, tratando de sonar lo más natural posible.

—¿El caso Biarritz? No va, en realidad. Para serte sincero, me estoy tomando cierta distancia. Hay otros intereses… el BKA y los del crimen organizado están sobre el caso como posesos.

—¿Ah, sí?

—Sigo implicado, y cualquier cosa que descubran que tenga que ver con el asesinato en sí me la tienen que comentar, pero tengo la sensación de que el caso forma parte de algo mucho más grande. Por la intervención del BKA, intuyo que tiene que ver con la trama Molokov-Vitrenko.

—La conozco bien. En especial a Vasyl Vitrenko. Nuestros caminos se han cruzado.

—¿De veras? —Scholz levantó las cejas—. Es un camino peligrosísimo, por lo que he oído.

Fabel sonrió con tristeza. Era difícil valorar cuánto sabía Scholz de su historia con Vitrenko y no quería meterlo en la pista de Maria, al menos por el momento.

—Esa mujer a la que vieron hablando con la víctima… —Fabel seguía manteniendo su tono desenfadado—. Ya sabes, la que el testigo dijo que habló con la víctima un día o dos antes de que lo mataran. Dijeron que parecía una agente de policía o de inmigración. ¿Habéis llegado a aclararlo?

—Eso es lo más extraño —dijo Scholz—. Seguimos sin poder vincularla a ningún cuerpo oficial. Tal vez sólo tuviera pinta de agente.

—Es posible… —dijo Fabel, tomando un sorbo de cerveza mientras observaba la expresión de Scholz al abrir los informes sobre la mesa—. Lo más seguro es que no tenga nada que ver con nada…

—Oh, no tengo ni idea… ese equipo del BKA que va detrás de Vitrenko-Molokov parece muy desesperado por encontrarla. O porque yo se la encuentre.