—Estamos hablando de cometer un asesinato.
Buslenko se apoyó en la mesa y clavó en Maria una mirada que parecía un foco. Maria odiaba los ojos de ese hombre, brillantes y duros como esmeraldas cortadas con diamante, muy parecidos a los de Vitrenko.
—Vamos a ser claros. Estamos aquí para saltarnos la misma ley que tienes el deber de defender. Eres detective de la Mordkommission, Maria, has de saber mejor que nadie que no hay nada que justifique legalmente el homicidio de Vasyl Vitrenko.
—Hay una justificación moral —dijo ella.
—Eso no importa. Si nos descubren, irás a la cárcel. Sólo quiero dejarlo claro. Si quieres abandonar el caso, puedes hacerlo ahora. Pero entonces vuelve a Hamburgo… No quiero verte por aquí interponiéndote en nuestro camino.
—Sé lo que me juego —dijo Maria—. Y haría cualquier cosa por acabar con ese hijo de puta. Él me eliminó como agente de policía, así que no veo por qué debería actuar como tal cuando se trata de derrotarlo a él.
—De acuerdo… —Buslenko desenrolló un plano urbano de Colonia. No era un mapa cualquiera hecho para conductores y Maria supuso que era el tipo de cartografía que debían de tener todas las agencias de inteligencia del mundo de las ciudades de cualquier país. En él había una serie de cuadraditos rojos pegados—. Éstos son los centros; al menos los que conocemos, desde los que opera el aparato de Vitrenko. Tenemos buena información sobre ellos, pero sabemos que no son las ubicaciones clave. De éstas no sabemos nada. Además, estamos bastante seguros de que Vitrenko ha cambiado su aspecto de manera significativa: podríamos tenerlo delante de las narices y no enterarnos. Aunque sí tenemos información sobre ese pedazo de mierda… —Buslenko puso una foto sobre la mesa—. Éste es Valeri Molokov, el ruso. De hecho, en muchos aspectos Molokov es una versión rusa de Vitrenko. Las principales diferencias son que Molokov no es tan listo, ni tan letal. Vitrenko se considera distinto y mejor que un criminal común, y piensa que dirige una operación militar; Molokov, en cambio, a pesar de su historial en la Spetsnaz, se encuentra bastante cómodo en su papel de capo de la mafia vulgar y corriente.
—¿Molokov fue policía? —preguntó Maria.
—De nuevo, no de la manera que tú piensas. Molokov sirvió en la OMON, la brigada de operaciones especiales de la Policía rusa, pero le echaron, básicamente por corrupto. Con tanta policía de cuerpos especiales operando en Moscú, tuvo que haberla hecho muy gorda: cumplió tres años en la cárcel de Matrosskaya Tishina de Moscú por delitos relacionados con el tráfico de personas. Ésa es otra de las cosas que lo diferencian de Vitrenko, que jamás ha sido arrestado y desde luego no se ha enfrentado nunca a un juicio ni a la cárcel. La verdad es que Molokov se labró una reputación como asesino a sueldo, y ahora se le busca por una amplia colección de crímenes. Molokov odia a Vitrenko pero no puede escapar de la situación: iban camino de la confrontación y sabía que llevaba las de perder, de modo que Vitrenko pudo forzarlo a asociarse con él, pues Molokov claramente estaba en inferioridad de condiciones.
—¿Cómo no han extraditado a Molokov de Alemania? —preguntó Maria.
—Ambos bajo nombres supuestos. Lo que los diferencia es que Vitrenko lo hace mejor, como si viviera bajo la piel de otro. Pero la Policía alemana desconoce todavía la identidad que utiliza Molokov o su paradero. Y ahí es donde la aventajamos.
—¿Y eso?
—Tenemos una localización, más por accidente que por haberlo planeado. Nuestro principal interés en Molokov es que es el miembro de mayor rango de la organización de Vitrenko al que podemos vigilar. A diferencia de ti, que perseguías a un pelagatos como Kushnier, Molokov nos podría dar realmente buenas pistas sobre Vitrenko.
—No parece que lo suyo sea una historia de amor.
—No lo es, en especial en lo que respecta a Molokov. Vitrenko tiene el poder de mantenerlo a raya, pero Molokov es un hijo de puta letal. No obstante, en ese «matrimonio» hay un punto de inflexión. La Agencia Federal del Crimen de Alemania tiene una fuente de información dentro de la organización, y nuestra inteligencia sugiere que Vitrenko cree que la filtración viene del lado de Molokov. Participé en una operación fallida para detener a Vitrenko en suelo ucraniano. Uno de los hombres fuertes de Molokov, un matón llamado Kotkin, acabó muerto, y también un miembro de nuestro equipo que estaba supuestamente a sueldo de Vitrenko.
Olga Sarapenko lo interrumpió:
—Lo que necesitamos saber es si estás con nosotros en esta misión. ¿Nos ayudarás a derrotar a Vitrenko?
Maria tomó un sorbo de agua, y al hacerlo advirtió que le temblaba la mano. Todavía le dolían las muñecas de la cuerda con que la habían atado.
—¿Y si lo hiciéramos legalmente? ¿Localizarlo y pedir al BKA que lo arreste?
—Sabes que no es una posibilidad, Maria —dijo Buslenko—. Eso le daría la oportunidad de escapar de nuestras garras. Tú precisamente tienes que saber lo fácil que le resulta hacerlo. Y, de todos modos, éste no es nuestro objetivo. Estamos aquí para acabar con Vitrenko. Literalmente.
Maria miró al ucraniano. Él le sostuvo la mirada, mientras se inclinaba hacia delante, con los codos apoyados en las rodillas. Ese hombre se decía policía, sabía que ella era agente de policía y, aun así, le estaba pidiendo que colaborara en un asesinato. No dejaba de ser la misma conclusión a la que había llegado ella, pero ¿cómo sabía que era sincero? Podía ser cualquiera; podía ser uno de los matarifes de Vitrenko. Aunque, si ése era el caso, ¿no estaría ya muerta?
—Como ya os he dicho —dijo—, quiero estar presente cuando destruyan a Vitrenko. Estoy con vosotros.