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Siguiendo la sugerencia de Fabel, dejaron el coche aparcado y él y Scholz anduvieron hasta Santa Úrsula. La iglesia estaba ubicada en una plazoleta encerrada entre los edificios circundantes. A un lado de la calle había un bar restaurante, y una rectoría anexa al templo.

—¿Dónde encontraron a Sabine Jordanski? —preguntó Fabel.

—Ahí, detrás de la iglesia.

Fabel y los demás siguieron a Scholz por el lateral del templo. Aquel lugar, como el escenario de la muerte de Melissa Schenker, quedaba oculto a la vista. Otra trampa mortal escondida.

—¿Dónde vivía?

—Su apartamento quedaba al volver la esquina más arriba, en Gereonswall —Scholz señaló la calle que salía desde donde se encontraban.

—Hay algo que no cuadra… —afirmó Fabel, mirando en dirección a la ciudad.

—¿Qué? —preguntó Scholz.

—Estoy convencido de que el asesino espera a sus víctimas, pero esta iglesia está en el lado equivocado. La muchacha no debió de pasar por aquí.

Scholz sonrió con tristeza y negó con la cabeza.

—Cuando volvió a casa iba con unos amigos. Se separaron aquí y ella siguió. Aunque hubiese venido por este camino, el asesino no podría haberla atacado. Había testigos.

—Entonces, o bien la convenció, o bien la obligó a venir hasta aquí.

—Así debió de ser.

—Eso podría significar que esta iglesia en concreto sí representaba algo. ¿No había ningún síntoma de contacto sexual? —preguntó Fabel, aun sabiendo la respuesta.

—Ninguno —respondió Tansu—. Ni semen, ni muestras de agresión sexual.

Los cuatro detectives se quedaron mirando al fantasma del escenario del asesinato; el segundo que examinaban aquel día. Fabel empezaba a entender la dinámica de aquel pequeño equipo: Scholz actuaba como si no fuera el jefe, Kris y Tansu lo llamaban Benni, nunca Chef, pero la realidad era que conducía a su equipo de una manera probablemente más estricta de la que Fabel conducía al suyo. Kris era el aprendiz: recogía en silencio las perlas de sabiduría a los pies de Scholz. Tansu era voluntariosa e inteligente, pero se la veía todavía insegura y no estaba dispuesta a retar a Scholz. Estaba claro que éste no había aceptado la teoría de Tansu sobre la víctima de violación de 1999. Fabel, en cambio, era capaz de entender su razonamiento.

—Hay algo que tienes que ver. —Scholz encogió los hombros por el frío y guió a Fabel hacia las enormes puertas oscuras de Santa Úrsula. Jan lo siguió al interior de la iglesia, mientras levantaba la mirada hacia los techos abovedados y los vitrales de colores ardían débilmente sobre la luz invernal del fondo.

—Muy bonita.

—No es eso lo que quería enseñarte. —Scholz llevó a Fabel hacia una puerta grande, reforzada, que quedaba inmediatamente a la derecha de la entrada principal.

—Nosotros les esperamos aquí —dijo Tansu—. Eso de ahí abajo me da mal rollo.

Fabel y Scholz bajaron los peldaños de piedra hacia la cripta de la iglesia.

—Está abierta al público durante el día, pero vigilada constantemente por un circuito cerrado de TV. Y esa puerta tan sólida que acabas de ver, de noche queda cerrada a cal y canto y con un dispositivo de apertura cronometrada.

Fabel se detuvo de golpe. El techo abovedado era blanco, encalado y con detalles brillantes, como si todo el espacio estuviera recubierto de oro. Pero lo que el oro recubría fue lo que fascinó a Fabel.

—La Cámara Dorada… —explicó Scholz—. Santa Úrsula es la segunda iglesia románica más antigua de Colonia. Como has visto, la ciudad se ha ido comiendo su espacio, pero antiguamente había un vasto cementerio en el exterior desde los tiempos de los romanos. —Fabel miró por todos los rincones de la cámara. Los detalles de las paredes eran huesos y calaveras reales, incrustados en el cemento de las paredes y distribuidos en diseños geométricos. Había cientos de ellos, miles, todos dorados. El arte de la muerte. Había pequeñas hornacinas cavadas en las paredes de la bóveda, cada una con un busto de yeso.

—¿Conoces la leyenda de Santa Úrsula? —preguntó Scholz.

Fabel negó con la cabeza. Todavía estaba asimilando los detalles de la cámara. Tantos muertos, restos humanos bañados en oro y utilizados como decoración. Era sobrecogedor, y horrible.

—Úrsula era una princesa británica que viajó hasta aquí con once mil vírgenes. Por desgracia, cuando llegaron, Colonia estaba asediada por una horda de hunos calenturientos procedentes del Este. Úrsula y sus vírgenes prefirieron morir antes que perder el honor, o algo así. —Se rió—. ¡Lo que costaría ahora encontrar a once mil vírgenes en Colonia! En realidad, la historia empezó con que había once vírgenes que acompañaban a Santa Úrsula, pero ya sabes cómo somos aquí en Colonia… empezamos hinchándolo hasta mil cien, y luego resultó que eran once mil. De todos modos, hay razones para creer que en el siglo V hubo algún tipo de martirio que tuvo que ver con las vírgenes. Cuenta la historia que las enterraron en este cementerio y después, cuando cavaron la tumba, construyeron la Cámara Dorada para albergar y exponer los restos. No obstante, lo más probable es que estos huesos sean de hace un par de siglos. Hay también docenas de osarios, y estos bustos de escayola contienen los restos de los que tenían bastante dinero como para reservarse un lugar para ellos.

—Resulta morboso —dijo Fabel.

—Es el catolicismo. —Scholz sonrió—. Éramos muy buenos con eso del memento mori: diviértete mientras estés vivo pero recuerda siempre que la muerte y la eternidad te esperan. Como te dije, es una idea que hemos refinado y concentrado en el carnaval.

—¿Por qué querías que viera esto? —preguntó Fabel—. ¿Crees que puede tener alguna relevancia la leyenda de las vírgenes y la Cámara Dorada? Según Tansu, la víctima de violación de hace siete años fue atacada detrás de esta iglesia. Y era virgen.

—Supongo que es posible que haya relación entre ese caso y los asesinatos. Pero pensé que querrías verlo, porque ambos crímenes ocurrieron en los aledaños de Santa Úrsula. Tal vez todo esto —dijo Scholz, mientras señalaba la Cámara Dorada con un movimiento de su mano— tenga algún significado especial para el asesino. Tal vez supuso que Melissa Schenker era virgen. Desde luego, por su estilo de vida parecía ser célibe. Pero, en cambio, tengo la sensación de que Sabine Jordanski debió de haber abandonado ese estado con entusiasmo desde hacía tiempo.

Fabel asintió con la cabeza.

—Algo habría en esas muchachas que le llamó la atención; no sólo el hecho de que tuvieran un cuerpo que le gustara. Las había visto antes de la noche que las mató. De alguna manera y en algún lugar hay un rasgo común.

Fabel miró uno de los paneles osario de la pared, que le devolvió la mirada desde los ojos vacíos de una calavera dorada. Rehuyó aquella mirada hueca y se dirigió a la escalinata que salía de la Cámara Dorada.

—Cuando volvamos a tu oficina, me gustaría volver a repasar los informes. Sé que hay algo que se nos escapa.