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Andrea esperaba. En la cabeza le retumbaba el dolor provocado por una deshidratación deliberada: durante la última semana había limitado su toma de líquidos a un vaso de agua al día para que su cuerpo pudiera quemar hasta la última reserva de grasa y mantenerse hidratado. En el vestuario había media docena de sillas, pero ella no se sentó; no era el momento de descansar. Era más bien hora de encender cada milímetro cúbico de su cuerpo; de conectar la voluntad a la carne. El corazón le latía con fuerza y la electricidad circulaba por cada tendón, cada nervio, cada músculo inflamado. Había levantado pesas hasta hacía cinco minutos, pero ahora repasaba su rutina, las posturas que haría en el escenario, cada una para exponer un juego de músculos concreto. No era que tuviera que ensayar para hacerlo bien, sino más bien que repasarlas le aseguraba el tono muscular óptimo.

Primero las posturas obligatorias: doble bíceps frontal, extensión lateral frontal, abdominales y muslos, pectoral lateral, tríceps lateral, doble bíceps trasero. Luego venía el punto flaco de la rutina de Andrea, cuando tenía que dar la espalda a los jueces para hacer su extensión trasera lateral. Era entonces cuando la falta de definición de sus glúteos la traicionaba. No obstante, había calculado muy bien el atuendo con el que actuaría: le resaltaba la curva lateral de la línea del hombro a la cadera y distraía la atención de sus glúteos. Su última postura obligatoria sería el máximo muscular. Desde ésta seguiría directamente al cangrejo máximo muscular, su primera postura opcional.

Oyó las ovaciones del público. La Zorra Británica había acabado su actuación y parecía que había sido buena. Se oían silbidos, pateos, el público enfebrecido. A Maxine no la llamaban la Zorra Británica como insulto, era su alias profesional, como Andrea era Andrea la Amazona. Ambas habían participado juntas en unas cuantas competiciones. Cuando Andrea hizo una gira por Inglaterra, Maxine la alojó en Nottingham, y esta noche Maxine dormiría en casa de Andrea. Habían entrenado juntas, habían compartido exhibiciones fuera de competición, eran amigas. Pero no en el podio de competición, allí no había amistades que valieran. Allí no necesitabas a nadie ni a nada, sólo adrenalina y agresividad puras. Incluso furia. Todo ello oculto tras la sonrisa más ancha, deslumbrante y tonta. Allí fuera la amiga de Andrea, Maxine, era sencillamente la Zorra Británica a la que había que vencer.

Andrea oyó más ovaciones cuando salió la siguiente competidora. Luego le tocaría a ella. Necesitaba la agresividad, la rabia, y sabía dónde encontrarla: era un interruptor que era capaz de activar a voluntad. No tenía más que hacer memoria. Mientras Andrea esperaba a que la llamaran para hacer su ejercicio, dejó que el fuego puro de su odio y su rabia le llenaran el cuerpo en inmensas oleadas.

Llegó la llamada y uno de los encargados del escenario le abrió la puerta para que saliera a la palestra. Era como si hubieran soltado un león al Coliseo. Mientras Andrea la Amazona avanzaba con pasos seguros por delante del asistente, oyó un rugido animal y desafiante. Y se dio cuenta de que había oído su propia voz.