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Aquí es donde encontraron a Melissa Schenker, la segunda víctima. Weiberfastnacht, el año pasado —dijo Scholz. Él, Fabel, Kris y Tansu estaban de pie en la boca del callejón, encogidos por el frío y la llovizna de aguanieve.

Fabel miró a lo largo de la calle. Al fondo hacía un poco de curva pero se veía una aguja que apuntaba al cielo por encima de los tejados. Señaló en su dirección.

—¿Qué es aquello?

—La iglesia de Santa Úrsula.

—La primera víctima, Sabine Jordanski, fue hallada cerca de allí.

—Sí, al otro lado. Vivía en un apartamento en Gereonswall, pero, como he dicho, la relevancia de ese detalle es difícil de establecer. En Colonia hay iglesias a patadas. Aquí mismo, donde estamos, tenemos cerca al menos cuatro de las doce iglesias románicas de la ciudad: Santa Úrsula, San Kunibert, San Gereon, San Andreas y, por supuesto… —Scholz se dio la vuelta para señalar en otra dirección y estiró el brazo como si anunciara un número de cabaret. Fabel vio las enormes e imponentes torres gemelas de la catedral de Colonia, que se levantaban amenazadoramente oscuras por encima de la ciudad.

Fabel volvió a mirar el lugar que menos de un año antes había sido el escenario de un crimen. Era un callejón estrecho que quedaba entre dos edificios de apartamentos de cuatro plantas, un pasaje adoquinado y limpio. A un lado había una hilera de contenedores de reciclaje y basura, por lo que permitía el paso de una sola persona. Los contenedores ya estaban cuando se produjo el crimen; Fabel los había visto en las fotos que se tomaron aquel día. Estar allí en persona le confirmaba la intuición que había tenido al ver las fotos.

—Siempre hemos supuesto que el asesino siguió a las víctimas; que las seleccionó entre la muchedumbre del carnaval porque su físico se adaptaba a sus apetencias. Pero yo creo que la selección ya estaba hecha desde mucho antes: semanas, tal vez meses. Tal vez les seguía el rastro durante la noche, pero mi sospecha es que sabía exactamente dónde vivían y se adelantaba o predecía sus movimientos. Creo que cuando Melissa Schenker volvió a casa, él la estaba esperando. A oscuras, en este espacio cerrado, como una araña a la puerta de su telaraña.

—¿De modo que seleccionó el lugar del crimen con mucha antelación? ¿No sólo a la víctima?

—Sí… y eso lo convierte en un sujeto totalmente distinto —dijo Fabel—. Los asesinos en serie tienen dos perfiles: el impulsivo y el organizado. El impulsivo responde sencillamente a sus apetitos: se rasca cuando le pica. Los asesinos en serie caníbales suelen ser impulsivos, y creí que tal vez nos enfrentábamos a este tipo.

—¿Hay mucha diferencia? —El acné de Kris Feilke destacaba mucho más ahora que tenía la tez blanca azulada por efecto del frío.

—Sí, mucha —dijo Fabel—. Los dos tipos asesinan en serie, ambos suelen llevarse trofeos, ambos sufren trastornos límite de la personalidad, ambos tienen tendencia a ser tipos perdedores… pero son muy distintos. Los impulsivos tienen coeficientes intelectuales inferiores a la media; a menudo muy inferiores.

—Como Joachim Kroll… —Scholz hizo referencia al caso del que habían hablado la noche anterior en el restaurante.

—Como Joachim Kroll. Pero los asesinos en serie organizados, en cambio, suelen tener coeficientes superiores a la media, y ellos lo saben. Son listos, aunque nunca tanto como ellos se creen. Empiezo a pensar que nuestro asesino del carnaval es uno de esos tipos organizados, un planificador. En especial en este caso. Melissa Schenker vivía prácticamente recluida, ése es otro aspecto que me llamó la atención de vuestro informe. No tenía prácticamente ninguna vida social aparte de las dos amigas que intentaban sacarla siempre de su cascarón.

—Correcto. Fueron ellas las que la convencieron para que las acompañara en Weiberfastnacht. Pobres chicas, yo las interrogué. Estaban totalmente consternadas y las carcomía la culpabilidad. Tenían la sensación de que si no hubieran arrastrado a Melissa a salir, todavía estaría viva.

—Probablemente tenían razón. Pero lo que no entiendo es la elección de Melissa. Nuestro asesino es un perseguidor y un cazador, debió de haberla visto en algún lugar fuera de su apartamento.

Scholz se encogió de hombros, más por el frío que por otra cosa.

—Lo investigamos. Era una persona de costumbres muy regulares. Trabajaba en informática. Al parecer, diseñaba juegos de ordenador, y con ello ganaba una pequeña fortuna, aunque no se hubiese adivinado nunca a juzgar por el aspecto de su apartamento. Parece que hoy día es algo muy popular, todo el mundo quiere dedicarse a eso.

Fabel miró a lo largo de la calle, hacia los pisos altos de los edificios. Melissa Schenker vivió en el piso de arriba. El cielo le devolvió la mirada lánguida.

—¿Está ocupada su casa?

—No. Permaneció vacía durante más de seis meses y luego la vendieron. La compró una inmobiliaria con la intención de alquilarla, pero los rumores corren rápido, y la gente aquí es bastante supersticiosa.

—¿La han rehabilitado o redecorado?

—Todavía no —dijo Scholz, sonriendo.

—Me gustaría verla —dijo Fabel.

La sonrisa de Scholz permaneció intacta mientras se metía la mano enguantada en el bolsillo de su cazadora de piel. Sacó un manojo de llaves y las hizo sonar a modo de campana.

—Pensé que tal vez lo pedirías…

El piso era agradable y claro, incluso en un día como aquél, pero sin muebles a Fabel le resultaba imposible ubicar la personalidad que había ido conociendo a través de la lectura del informe de Scholz. Las paredes eran blancas; el techo alto tenía focos que proyectaban manchas de luz clara en el suelo de madera blanca muy pulida; el día triste y gris azulado entraba por las ventanas en forma de arco. La principal zona de estar tenía un buen tamaño y se abría a un ancho escalón que daba paso a una zona elevada.

—Aquí es donde trabajaba —le aclaró Scholz, que había seguido la mirada de Fabel. Éste asintió con la cabeza. A lo largo de la pared de esa zona elevada había una mesa con clavijas y conexiones eléctricas.

—A mí me parece que este apartamento debe de ser bastante caro —comentó Fabel.

—No he dicho que no lo fuese —dijo Scholz—. Es sólo que su nivel de ingresos era mucho más alto. Ganaba más de trescientos mil euros al año. Tenía su propio negocio e, incluso después de haber vendido los juegos a los grandes productores, conservaba los derechos y ganaba un royalty por cada juego vendido. Sus amigas dijeron que adoraba su trabajo. Demasiado.

Fabel, que estaba mirando por la ventana hacia los campanarios gemelos de la catedral, se volvió hacia Scholz.

—¿Qué quieres decir?

—Empezaban a preocuparse por su estado mental. Melissa construía realidades alternativas para sus juegos, mundos inventados. Sus amigas decían que pasaba mucho, demasiado tiempo dentro de esa «vida» alternativa. Empezaban a temer que estuviera perdiendo su sentido de la realidad. Cuando no trabajaba en el desarrollo de otros mundos, vivía en ellos, jugando a juegos en la red.

Fabel asintió.

—Se llama dependencia electrolúdica, o trastorno de hiperconexión… Confunde la mente cuando se pasa demasiado tiempo interactuando con tecnología y no el suficiente con la realidad y con personas reales. Crea auténticos problemas mentales. Lo interesante es que está especialmente extendido entre gente que tiene una imagen pobre de sí misma, en especial personas con muchos complejos físicos. Es su manera de existir más allá de los límites de su yo psicológico… el yo con el que no están satisfechos.

—Eso encaja con lo que sabemos de Melissa… —dijo Tansu Bakrac. Estaba de pie bajo uno de los focos y el tono cobrizo de su pelo parecía más rojo—. El contenido al que pudimos acceder de sus ordenadores nos desveló muchas cosas. Acostumbraba a valorar otros juegos en foros, en tiendas online, ese tipo de cosas. La mayoría de sus comentarios tenían una extensión de entre cien y ciento cincuenta palabras.

—Bueno, era su trabajo…

Tansu se rió.

—Contamos dos mil comentarios colgados en un período de dos años. Eso suma unas trescientas mil palabras, algunas de las cuales contenían mucho veneno, sarcasmo y esfuerzo por parecer lista. Imagino que debía de cargar a mucha gente.

—¿Ah, sí?

—No… bueno, es un callejón sin salida. Todos sus comentarios están publicados con alias. De todos modos, resultaba fácil leer entre líneas: sus textos tenían la marca de alguien que no tiene vida propia y desata su furia escudándose en el anonimato. Además de todo esto están las horas que invertía jugando a juegos. Todavía conservamos sus cosas en la sala de pruebas. Nombre usted cualquier chisme informático y seguro que lo encontramos. Como ha dicho, usaba cualquier cosa que la ayudara a esquivar el mundo real. Pero yo no pensaba que eso tuviera un nombre, creía que era sólo un caso de sado…

—De todos modos, no veo la relación entre eso y lo que le ocurrió —dijo Scholz.

—Tal vez no la haya. ¿Qué ha pasado con todo su equipo informático?

—Está todavía en nuestra sala de pruebas —respondió Kris Feilke—. Pensamos que debíamos conservarlo por si hubiera conocido a alguien a través de la red; en fin, teniendo en cuenta la vida que llevaba…

—¿Y lo había hecho?

—No, no que pudiéramos ver. Le pedí a uno de nuestros técnicos de sistemas que revisara sus archivos de ordenador, pero tuvo que dejarlo. Le estaba llevando demasiado tiempo y no parecía llevarnos a ninguna parte. El problema principal era que buena parte de sus cosas estaban protegidas por claves cifradas a las que no podíamos acceder, pero por lo que pudimos ver de su historial en Internet no había rastro de que hubiera conocido a alguien.

—Con alguien tan avanzado como Melissa, eso no significa nada. Te sorprenderían las cosas que pasan en la red. Sospecho que si pudiéramos vencer su código de seguridad descubriríamos que Melissa tenía una vida social y sexual muy activa a través de su ordenador. ¿Qué sabemos de su familia?

—Tenía una hermana, aunque no creo que mantuvieran mucha relación. La venta de su apartamento fue enteramente gestionada a través de abogados. No hay progenitores vivos.

—¿Algún novio presente o pasado?

—Nada. Melissa no era de Colonia, creció en Hessen. Hay muy pocos novios en su historial. Hablamos con todos, y nada.

—Me gustaría ver sus cosas. Más tarde, quiero decir.

Fabel escrutó de nuevo el apartamento. Éste había sido la zona de seguridad de Melissa, su espacio protegido en el que podía vivir su vida por poderes a través de una versión digital de la realidad. Allí no le podía ocurrir nada malo, el peligro y el miedo estaban en el exterior.

Mientras salían del apartamento y bajaban de nuevo a la calle en la que la localizaron y la mataron, Fabel le dio vueltas a esa verdad.