Justo cuando terminaron de tomarse el postre sonó el teléfono móvil de Scholz. Levantó una mano a modo de disculpa y se enfrascó en un breve intercambio con su interlocutor.
—Disculpa la interrupción —dijo, mientras se guardaba el teléfono en el bolsillo—. Es otro caso en el que estoy trabajando. Era un miembro del equipo informándome de que hemos dado con otra calle sin salida.
—¿Un homicidio?
—Sí. Cosa de bandas. Un trabajador de una cocina al que han troceado con un cuchillo de carnicero. —Soltó una risotada—. No te preocupes, no ha sido en este restaurante.
—¿Os encontráis con muchos asesinatos entre bandas organizadas?
—No especialmente. Y en particular no de bandas. Éste fue entre mafia rusa o ucraniana.
Fabel sintió un cosquilleo eléctrico en la nuca.
—¿Ah, sí?
—Sí, la banda de Vitrenko-Molokov hizo un aterrizaje forzoso por aquí hace más o menos un año. Son gente hermética, todos exmilitares o de unidades policiales especiales. Creemos que el desgraciado al que mataron fue sorprendido pasando información a algún agente. Pero ése es el problema: ninguno de nuestros departamentos estaba en contacto con ese tipo.
—¿Por qué crees que estaba hablando con un agente?
—Lo vieron hablando con una mujer que iba vestida muy elegante el día antes de que se lo cargaran, y parecía evidente que era agente de inmigración o de policía. Pero por eso me llamaban ahora: han comprobado que no era nadie de los nuestros.
—Ah… —Fabel sorbió su café y trató desesperadamente de parecer relajado mientras contemplaba Colonia por la ventana. Maria. Se volvió hacia Scholz y le sostuvo la mirada un momento.
—¿Ibas a decirme algo? —preguntó Scholz.
Fabel sonrió y negó con la cabeza.