7

No debió haber visitado la página web de nuevo. Ahora el hambre le quemaba por dentro y no podía soportar mirar a Ekatherina. Sabía que ella había percibido cierta tensión en la cocina y, obviamente, debió de pensar que se debía a ella o a que su trabajo, de alguna manera, le había disgustado, lo cual empeoraba las cosas porque ahora la chica aprovechaba cualquier oportunidad para hablar con él. Ansgar no podía soportar su presencia, pero dentro de los límites de la cocina la proximidad, incluso el roce entre ellos, resultaba inevitable. A veces estaban tan cerca que la podía oler.

Ansgar se sintió maldito. Deseó ser como los otros hombres, los hombres normales. Todo sería muy fácil. Ella dejaría que se la follara, o no, pero aquellas imágenes dulcemente obscenas, las fantasías peligrosas, deliciosas, no lo acecharían. El trabajo de Ansgar tampoco ayudaba. Ver a Ekatherina manipulando carne, abriendo una articulación con un cuchillo de carnicero, extrayendo la grasa de la misma con un cuchillo afilado, fileteando una pechuga, separando la carne tierna; todos estos gestos simples e inocuos se convertían para Ansgar en un tormento erótico. Pero lo que más le atormentaba era la idea prohibida, inenarrable de que quizá, sólo quizá, podría realmente llegar a satisfacer su fantasía. Que podría hacer lo que quisiera con Ekatherina.

Mientras su imaginación vagaba, también lo hacían sus ojos, y se posaban sobre ella; acariciaban cada centímetro de su cuerpo voluptuoso y lleno de curvas. Luego sus miradas se encontraron. Ella lo miró directamente. Y le sonrió.

Como si lo supiera.