La expresión de Ansgar era de angustia. Era consciente de lo que estaba a punto de hacer y trataba de autoconvencerse de que no lo haría. Sabía que pasaba por momentos de debilidad como ése, cuando tenía media hora para perder antes de iniciar su turno en el restaurante.
Una vez sentado ante el ordenador, Ansgar se dijo que no volvería a visitar la página web. Se lo había prometido la última vez que lo hizo. Y la anterior a ésa. Pero la pantalla de su ordenador brillaba con malevolencia y le abría una ventana hacia otra realidad, un camino hacia el abandono y el caos.
Ansgar dejó pasear los dedos por encima del teclado. Todavía estaba a tiempo de alejarse; todavía podía apagar el ordenador. Hizo un gran esfuerzo por mantener a raya su caos interior. Se acercaba el carnaval, y durante el carnaval… bueno, todo el mundo se deja ir. Pero esa pantallita era peligrosa: permitía que el caos interno conectara con un caos mayor. Ansgar se dio cuenta de que eso no satisfacía su hambre, sino que la hacía más intensa. Más voraz.
Los dedos le temblaban de ansiedad, asco, miedo. Tecleó la dirección de la página web y profirió un grito angustiado cuando las imágenes se abrieron ante él. Las mujeres. La carne…
Los dientes mordiendo.