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Después de colgar su llamada a Colonia, Fabel usó el móvil para llamar a Anna Wolff y le pidió que se reuniera con él en el apartamento de Maria.

—¿Sabes aquel llavero que guardas en tu cajón, Anna?

—Sí… —dijo ella, dubitativa y con cierto deje de desconfianza.

—Pues tráelo.

—¿Detecto cierto aire de ilegalidad en todo esto? —dijo Anna. Y luego, más seria—: ¿Está bien Maria?

—Eso es lo que me gustaría aclarar, Anna. Y sí, lo que haremos es probablemente ilegal, pero me atrevería a decir que Maria no nos denunciará.

—Nos vemos allí en media hora.

En la planta donde estaba el piso de Maria había otros dos apartamentos. Fabel llamó a los dos pero sólo le respondieron en uno, que tenía el nombre «Franzka» en el interfono: una mujer pequeñita de mediana edad y una expresión fatigada salió a la puerta.

—Los Mittelholzer están fuera trabajando a esta hora del día —explicó Frau Franzka.

Fabel le mostró su identificación de la Mordkommission y le dijo que no tenía de qué preocuparse. El semblante de Frau Franzka sugería que para alarmarla haría falta mucho más que la mera presencia de Fabel.

—Soy el jefe de Frau Klee —le explicó—. Últimamente no ha estado bien y estamos un poco preocupados por ella. ¿La ha visto recientemente?

—Hace un tiempo que no —respondió—. La vi bajando equipaje a su coche. Fue un miércoles, es decir, hoy hace exactamente dos semanas. Era como si se marchara por algún asunto de trabajo, porque llevaba una bolsa de ordenador y un maletín.

—Gracias —dijo Fabel. Él y Anna cruzaron hasta la puerta de la casa de Maria. Frau Franzka los observó desde su puerta, luego se encogió de hombros y volvió a meterse en su casa. Anna llevaba su colección de llaves: un colgador de alambre doblado en forma de círculo con cien o más llaves colgando, como si fuera un collar tribal improvisado. Fabel recordó que cuando todavía no existían los cierres centralizados y los mandos para abrir coches, todas las comisarías tenían el mismo lío de llaves de coches. Decidió no preguntarle a Anna por qué consideraba necesario tener un medio tan exhaustivo de entrada ilegal; siempre había sospechado que a veces Anna se saltaba las normas con demasiada alegría. De hecho, hasta hoy había fingido no estar al tanto de la colección de llaves que tenía. Al cabo de cinco minutos y un sinfín de llaves, fueron recompensados con un «clic». Anna hizo una pausa y se volvió hacia su jefe.

—¿Sabes si Maria tiene alarma?

—Ni idea… —Fabel pareció desconcertado unos instantes y luego asintió decidido.

Anna se encogió de hombros y empujó la puerta. Se oyó un fuerte pitido que provenía del teclado de alarma del recibidor.

—Mierda… —exclamó. Fabel se le adelantó y tecleó una secuencia de números. La pantalla indicó ERROR CODE y siguió pitando. Tocó la tecla de borrar e introdujo una nueva secuencia. El pitido cesó.

—¿Su fecha de nacimiento? —suspiró Anna.

—La fecha en que se incorporó a la policía de Hamburgo. Las he buscado las dos en su historial.

—¿Qué habrías hecho si ninguna de las dos hubiera funcionado?

—Arrestarte por allanamiento de morada —dijo Fabel, dirigiéndose pasillo adentro.

—No me sorprendería…

Entraron en el salón del piso de Maria. Era exactamente como se esperaban: impecable, ordenado y amueblado con un gusto exquisito. Las paredes estaban pintadas de blanco, pero contrastadas con cuadros de llamativos colores, óleos y obra original. Él supuso que debían de ser de artistas prometedores en su momento de máximo esplendor. Maria era de ese tipo de personas que sacian su gusto por lo artístico con perspicacia.

—¿Sabes que siempre he envidiado a Maria? —dijo Anna.

—¿En qué sentido?

—Siempre he querido ser como ella. Ya sabes… elegante, divertida, equilibrada.

—Ahora no está muy equilibrada.

—¿A ti no te pasa nunca? —preguntó Anna mientras examinaba la colección de CD de Maria—. ¿No deseas ser otra persona ni siquiera un rato?

—No me entrego tanto como tú a las disquisiciones filosóficas —le mintió, con una sonrisa.

—Siempre me he considerado demasiado impulsiva, caótica. Maria siempre ha sido muy disciplinada y organizada. Dicho esto… —señaló la colección de CD—, lo de Maria raya con lo obsesivo-compulsivo. Mira estos CD… todos ordenados por género y alfabéticamente. La vida es demasiado corta…

Fabel se rió, pero más bien para disimular la inquietud que sintió al comprobar lo parecidos que eran los gustos y la manera de vivir de Maria a la de él. Revisaron todo el apartamento, cada una de las habitaciones. Fabel encontró lo que buscaba pero había esperado no encontrarlo en el más pequeño de los tres dormitorios.

—Mierda… —Anna soltó un pequeño silbido—. Eso tiene mala pinta. Una pinta horrible. Es un poco obsesivo.

—Anna…

—Quiero decir que es el tipo de cosas que nos hemos encontrado con los asesinos en serie…

—Anna… no me estás ayudando.

Fabel observó la habitación pequeña. Tenía las paredes cubiertas de fotos, recortes de prensa y un mapa de Europa salpicado de chinchetas y notas pegadas. No había un solo centímetro cuadrado de espacio vacío. Pero no había caos. Fabel pudo ver cuatro zonas definidas de investigación: una relacionada con Ucrania, una con la historia personal de Vitrenko, una con el tráfico de personas y otra con el crimen organizado en Colonia.

—Maria no ha aprovechado su baja para recuperarse —dijo Anna—. Ha estado trabajando sola.

—Te equivocas. Esto no es trabajo. Es venganza. Maria está planeando su venganza de Vitrenko.

Anna se volvió hacia Fabel.

—¿Qué hacemos, Chef?

—Tú mira el escritorio, yo revisaré el archivador. Y, Anna… esto queda entre tú y yo, ¿vale?

—Tú mandas.

Fabel y Anna pasaron dos horas revisando los informes y las notas de Maria. Estaban llenas de los contactos con los que había hablado —probablemente utilizando su cargo como agente de policía de Hamburgo— para obtener acceso a información que, de otra manera, sería confidencial: el centro antitráfico de Belgrado, Human Rights Watch, un experto en tráfico de personas de la Interpol. Había notas sobre todos los aspectos del tráfico de personas actual en Europa, un dossier entero sobre las unidades de fuerzas especiales Spetsnaz ucranianas y una carpeta con más recortes que no habían llegado a colgarse en la exposición de la pared. Entre ellos había artículos sobre el incendio de un contenedor de camión en el que perecieron varios inmigrantes ilegales que intentaban llegar a Occidente; sobre una modelo en Berlín que fue asesinada con ácido; sobre una querella sangrienta clandestina en la antigua república soviética de Georgia; sobre un padrino del crimen judío ucraniano que fue hallado asesinado en su apartamento de lujo en Israel.

—¿Qué has encontrado? —le preguntó a Anna.

—Una lista de hoteles en Colonia. Nada que indique cuál de ellos va a usar, pero diría que era una selección. Se ha estado escribiendo con alguien del Ministerio de Interior de Ucrania. Un tal Sasha Andruzky.

Fabel asintió con la cabeza. Lo que habían estado examinando era detallado pero secundario. La parte central de su investigación se había ido con Maria a Colonia. Buscó con la mirada alguna bolsa o maletín.

—Ayúdame a empaquetar todas estas carpetas. Luego tengo unas cuantas llamadas que hacer.