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Fabel colgó el teléfono. Ahora lo entendía todo.

Había algo que lo inquietaba desde hacía días y no había sido capaz de identificar qué era. Aquello lo había desestabilizado, porque cada vez que había tenido una sensación como ésa en el pasado había resultado ser algo con unos cimientos muy sólidos. Comprendió el proceso que había detrás: pequeños cabos sueltos de información aparentemente inconexa que había recibido y que se iban juntando en su subconsciente para finalmente desencadenar una señal de alarma. En su conversación con Maria no hubo nada especial, pero el hecho de que ella le comentara que su psicólogo le había recomendado distanciarse de sus colegas durante una temporada le sonó a cuento.

Y ahora, dos semanas después de eso, Minks lo llamó al Präsidium y todas las fichas del rompecabezas empezaron a cuadrar.

Fabel se había encontrado con el doctor Minks como parte de una investigación previa. Éste era experto en estrés postraumático y conductas fóbicas y, como tal, dirigía una clínica especializada en fobias en Hamburgo. La Polizei de Hamburgo había puesto terapeutas a disposición de Maria, pero el elemento principal de su tratamiento lo aportaba ahora el doctor Minks, quien había sido profesor de Susanne en la Universidad de Múnich y al que ella tenía en gran consideración.

—Obviamente no puedo comentar las particularidades del tratamiento de Frau Klee —le dijo Minks por teléfono—. Pero sé que ella le da un gran valor a su… guía. Mucho valor. Y no me refiero solamente como superior profesional. Por eso me he decidido a llamarle.

—¿Qué problema hay, Herr Doktor?

—Bueno… Tenía realmente la sensación de que estaba avanzando con Frau Klee, y creo que al interrumpir la terapia está cometiendo un grave error. Dista mucho de estar recuperada. Tenía la esperanza de que usted le pudiera hacer entrar en razón.

—Lo siento, Doktor Minks —dijo Fabel—, pero no le entiendo. ¿Me está diciendo que Maria no acude a sus sesiones de tratamiento?

—No lo ha hecho desde hace cuatro o cinco semanas.

—Dígame, Herr Doktor, ¿le sugirió usted a Maria que durante un tiempo le convenía evitar el contacto conmigo o con cualquier otro de sus colegas?

—No… —Minks sonaba asombrado—. ¿Por qué debería habérselo sugerido?

Fabel le prometió que hablaría con Maria para convencerla de que regresara a la terapia y colgó. Maria le había mentido. No sólo sobre la terapia: le había mentido sobre su paradero. Y ahora Fabel sabía exactamente dónde estaba.

Se quedó sentado un momento, con las manos planas sobre la mesa, mirándoselas distraídamente. Luego cogió el teléfono e hizo la primera de las tres llamadas que sabía que tenía que hacer.