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No encontraron dónde cubrirse: todos vieron el objeto redondo y oscuro que salió disparado formando un arco a través del cielo y se lanzaron al suelo en direcciones distintas, escarbando en la tierra endurecida por el hielo y esperando que la detonación acabara con ellos.

Pero no hubo ninguna explosión.

Buslenko vio el objeto oscuro sobre la nieve y se arrastró hacia él. Era una cabeza. La cogió por el pelo y volvió la cara hacia él: Stoyan. Belotserkovsky estaba ahora al lado de Buslenko y miró la cara oscura y de bellos rasgos de su amigo tártaro.

—¡Hijos de puta! ¡Mataré a esos malditos cabrones! —Belotserkovsky se volvió hacia la orilla, pero Buslenko lo agarró de la manga y tiró hacia abajo.

—No reacciones como un puto principiante —le dijo—. Ya sabes lo que están haciendo, así que ahora no pierdas el temple. Nos vamos, y nos arriesgaremos a seguir el río. Necesito que avancemos rápido.

Belotserkovsky asintió con gesto decidido y Buslenko supo que volvía a estar totalmente entregado al juego.

—Vamos.

Avanzaron a media carrera, cubriendo una distancia considerable en poco tiempo. El bosque a ambos lados del río había empezado a clarear, de modo que ahora los protegía menos de sus perseguidores. A eso se añadía que el amanecer que Buslenko tanto había temido trabajaba ahora a su favor. Tal vez, al final, acabaran lográndolo.

Lo único que tenían en contra era que el río Teteriv era allí más ancho y menos profundo, y ahora se habían quedado sin la cubierta que antes proporcionaba la orilla. Buslenko oyó un grito detrás de él y se volvió para ver cómo Olga Sarapenko se caía, con el rifle repiqueteando sobre las piedras.

—¿Se ha hecho daño? —le preguntó.

Ella se incorporó y se acarició el tobillo.

—No me he roto nada. —Se levantó con cierto esfuerzo—. Me he hecho un esguince, pero gracias a la bota no ha sido peor.

—¿Puede andar?

—De momento —respondió con cara de pedir disculpas—. Pero les haré ir demasiado lentos.

—Tenemos que seguir juntos —dijo Belotserkovsky. El ucraniano grandote le tiró el rifle a Buslenko y luego se cargó a Olga Sarapenko sobre los hombros como si fuera un ciervo recién capturado—. Estamos a punto de llegar. Usted deberá cubrirnos, jefe —le dijo a Buslenko.

Buslenko sonrió y se echó al hombro los rifles de Olga y de Belotserkovsky. A sus órdenes, retomaron la marcha en dirección a las casas a ambos lados del río que señalaban las afueras de Korostyshev. Pero Buslenko pensaba en algo más que en llegar vivo a la ciudad que lo había visto nacer. Estaba decidido a alcanzar una ciudad mucho más al oeste: una ciudad extraña en un país extranjero, donde tenía una cita a la que acudir.