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Los tres Spetsnaz avanzaban por la orilla del río Teteriv. Buslenko había calculado que, con la luz que proporcionaba la luna, serían capaces de ver la silueta de cualquiera que se les acercara. Cuando llegaron al refugio, éste seguía a oscuras y con la puerta abierta de par en par. Buslenko mandó a Stoyan detrás de la casa, ordenó a Belotserkovsky que lo cubriera y apuntó su arma hacia el refugio.

—¿Capitán Sarapenko?

—Aquí —dijo Olga, mientras encendía una lámpara. Lo apuntaba con su automática. Volvió a colocarle el seguro y bajó el arma.

—Muy bien —sonrió Buslenko—. Pero apague la luz. Tenemos problemas.

—¿Vorobyeva?

Buslenko asintió con la cabeza.

—Y creemos que también Tenishchev y Serduchka.

Belotserkovsky entró en el refugio y cerró la puerta. Stoyan entró por detrás.

—Nada por detrás. Pero también ahí hay malas noticias: alguien ha inutilizado los vehículos. Si queremos salir de aquí tendremos que hacerlo a pie.

—Eso les facilitará el trabajo —dijo Belotserkovsky, amargamente.

—Ya basta —dijo Buslenko—. No pienso dejar que el cabrón de Vitrenko me haga picadillo como ha hecho con Vorobyeva.

—¿Así que cree que anda por ahí fuera? —preguntó Olga.

—Desde luego. Si la presa le parece lo bastante jugosa, le gusta presenciar el asesinato. —Buslenko hizo una pausa, frunciendo el ceño—. Es curioso… ayer mismo le dije exactamente esta misma frase a alguien. —Sintió un pánico repentino en el pecho al pensar en Sasha. Éste no era soldado, era un analista, un objetivo suave y fácil. La idea debió de reflejársele en la cara.

—¿Qué ocurre? —dijo Olga.

—El tipo al que le encargué que organizara el grupo era el único que sabía que estaríamos aquí. Deben de haberle pillado.

—¿Soborno?

—No. —Buslenko movió la cabeza—. Nunca, Sasha no. Deben de haberle… —dejó la frase inconclusa.

Belotserkovsky posó una mano en el hombro de Buslenko.

—Si ha sido él, Taras, ya no siente el dolor. Una vez han sabido donde estábamos, no creo que lo hayan conservado.