En esa época del año el río Teteriv estaba espléndido: cubierto por una capa de hielo y sin las algas pegajosas que lo enturbiaban en verano. El pabellón de caza era ancho y bajo, tenía la fachada orientada al río y estaba rodeado de bosques, con los árboles cubiertos de nieve helada. A lo largo de un lateral del pabellón había un armazón de madera que los cazadores utilizaban para colgar y destripar sus presas.
Cuando Buslenko llegó, los otros ya llevaban allí un día. La carretera desde Korostyshev era antigua, probablemente de la época en la que circulaban carros chumak tirados por bueyes, cuatrocientos años atrás. El grosor de la nieve hacía que fuera casi impracticable, pero los chóferes de cada uno de los tres Mercedes todoterreno tenían experiencia en cualquier tipo de circunstancia, desde la inmensidad ártica hasta la del desierto. Cuando Buslenko llegó al pabellón, fue recibido con calidez por un hombre fortachón de cuarenta y pocos años que llevaba un rifle deportivo colgado al hombro. Buslenko sonrió para sus adentros ante la fingida normalidad de Vorobyeva. Éste era miembro de la Spetsnaz Titan y debía de haber tenido al todoterreno de Buslenko en su punto de mira durante los últimos diez minutos, sin bajar su potente rifle hasta asegurarse de que era Buslenko quien iba detrás del volante e iba solo. Los Titanes estaban especialmente entrenados para proteger de cerca a las personas, además de vigilar las sedes gubernamentales ucranianas. Bajo el espíritu de la libre empresa que el Gobierno había potenciado con tanto entusiasmo, hasta estaban disponibles para trabajar bajo contrato si eras lo bastante rico.
Cuando Buslenko abrió la puerta del refugio, el aroma cálido y denso del varenyky que se cocía en la cocina de leña le dio la bienvenida.
—Qué bien huele… —dijo.
—Llega justo a tiempo, mayor. —El hombre que revolvía el varenyky era Stoyan, el tártaro de Crimea, cuya belleza morena revelaba la mezcla de turcos y mongoles mil años atrás—. ¿Le apetece un plato?
—Desde luego. Y será mejor que le lleve un poco también a Vorobyeva.
Buslenko se quitó la ropa de abrigo y saludó al grupo que estaba sentado alrededor de la mesa de madera sólida y envejecida jugando al Preferens. Buslenko se incorporó al grupo y estuvieron bromeando y riéndose a lo largo de toda la comida, para luego halagar a Stoyan por su excelente mano en la cocina. Podrían haber sido cualquier grupo de amigos con ropa de montaña y botas de excursionista, reunidos alrededor de la chimenea de un pabellón de caza, comiendo estofado, bebiendo vodka y descansando de sus pesados trabajos, reunidos el fin de semana para cazar o pescar en los bosques. Pero no era el caso.
Tan pronto como acabaron de comer, los platos fueron retirados y todos fijaron su sombría atención en Buslenko. Éste sacó su ordenador portátil y varias carpetas con informes y lo dispuso todo encima de la mesa.
—Estamos ante una operación de «bien superior» —empezó, sin más preámbulos—. Como tal, se nos pide que despleguemos una misión ilegal tanto desde el punto de vista de la ley ucraniana como de la internacional. No obstante, se trata de una operación que mira totalmente por el interés de la justicia, el orden interno y la reputación externa de Ucrania. Algunos de vosotros podéis tener la sensación de que la ilegalidad de esta operación es incompatible con vuestras funciones de agentes de la ley. Debo deciros también que hay una probabilidad considerable de que no todos salgamos vivos de ésta. Además, si alguno de nosotros es descubierto, iremos a la cárcel en el extranjero y sin el reconocimiento ni la intervención del Gobierno ucraniano. De modo que, si alguno cree que no quiere participar en la operación, ahora es el momento de decirlo. Podéis marcharos y nadie os infravalorará por ello.
Hizo una pausa.
—También he de deciros que esta misión no es sólo clandestina, sino que, además, será húmeda. —Cuando en la Spetsnaz se hablaba de una misión «húmeda» significaba que conllevaba derramamiento de sangre; que habría muertos. El grupo de Buslenko guardó silencio, manteniendo toda la atención fijada en él a la espera de que prosiguiera. Él sonrió y continuó—. Bueno, ahora que ya he sacado toda esta mierda, vayamos a las tácticas.
Volvió la pantalla de su portátil en dirección a ellos. Con un ratón sin cable abrió una foto de un agente ucraniano muy guapo y de mediana edad.
—Éste es nuestro objetivo. Sé que todos habéis oído hablar de él: coronel Vasyl Vitrenko, antiguo miembro de la unidad antiterrorista Berkut. —Buslenko hizo un gesto de reconocimiento hacia Belotserkovsky, el miembro de la Berkut de su equipo—. Quiero que todos penséis un momento en la persona más peligrosa con la que os habéis cruzado en vuestra carrera. —Buslenko hizo una pausa—. Ahora imaginad a alguien veinte veces más peligroso y empezaréis a comprender quién es Vitrenko. Estuvo a punto de caer en Hamburgo, Alemania, hace dos años. Lo perseguían su propio padre, también antiguo agente de la Spetsnaz, y la Policía hamburguesa. Vitrenko organizó un pequeño espectáculo para los polis: ató a su propio padre a una mina antitanques y le colocó un temporizador para que el agente al frente de la investigación pudiera ser testigo de cómo papá explotaba sobre media ciudad. Cuando hablamos de asesinar, Vitrenko se considera un poeta, un artista. Tiene debilidad por lo simbólico y lo ritual. Antes de asumir su puesto de mando en la Berkut en 1990 ya contaba con un distinguido historial soviético en Afganistán, y luego fue voluntario para ayudar a nuestros primos rusos en Chechenia. El caso es que acabó renegando y convirtió la lealtad de sus hombres hacia la «tierra madre» en lealtad personal hacia él. Este grupo constituye la base de la organización criminal que ha levantado. Vasyl Vitrenko es el asesino y torturador más refinado que probablemente os cruzaréis en vuestra vida. Como os he dicho, él mismo se considera un artista… —Buslenko clicó y una nueva imagen apareció en la pantalla. A aquellos hombres les llevó un momento reconocer tamaña explosión de sangre y carne como los restos de un ser humano—. Cree que los ucranianos descienden de los vikingos, lo cual es en parte cierto, de modo que una de sus especialidades es imitar el ritual vikingo del águila de sangre. Arranca los pulmones de las víctimas mientras aún están vivas y se los pone encima de los hombros como si fueran las alas de un águila.
Buslenko hizo una pausa para dejar que la imagen hiciera mella, pero aquél no era un público que se impresionara fácilmente. Volvió a clicar en el ratón y otra cara sustituyó a la de Vitrenko.
—Ahora saludad a Valeri Molokov. Ruso, cuarenta y siete años de edad, expoli. Antiguo miembro del OMON[1], de la policía especial Spetsnaz. Convirtió a la gente a la que supuestamente perseguía en socios de su empresa. Durante un tiempo se le consideró un agente OMON muy eficaz porque encontró la manera de acabar con muchos objetivos clave del crimen organizado ruso. Resultó que lo que estaba haciendo era eliminar uno a uno a sus competidores, o cumpliendo asesinatos por contrato con otros jefes mafiosos con los que colaboraba. Pronto se supo que, si querías eliminar a alguien de una manera fina y elegante, tu hombre era Molokov. A pesar de haber servido en el OMON y de su historial en Chechenia, Molokov es conocido por su fuerte vinculación con la mafia Obshchina chechena. Se le busca en Rusia por contrabando, tráfico de drogas, siete acusaciones de asesinato, ocho acusaciones de conspiración de asesinato, violación y falso encarcelamiento.
—¿Alguna condena de tráfico? —preguntó Stoyan con su bonita sonrisa tártara. Todos se rieron, incluido Buslenko. Unas cuantas risas en la cara de enemigos como aquél no podían hacer ningún daño.
—Molokov es el único miembro de la cúpula de Vitrenko que hemos podido identificar. Tiene su propio equipo dentro de la organización y éste es el primer y único punto flaco de Vitrenko. Fue un matrimonio de conveniencia apresurado… Básicamente, Molokov recibió una oferta de Vitrenko que no pudo rechazar. Las actividades de Molokov invadían las de Vitrenko, de modo que éste interceptó varias remesas de Molokov y le quemó los camiones.
—¿Qué carga llevaban? —preguntó Olga Sarapenko.
—Era una operación de tráfico humano.
—La madre que lo parió —dijo Belotserkovsky—. ¿Lo de la frontera polaca fue cosa de Vitrenko?
—Pensaba que había sido un accidente —dijo Olga.
—Ésa fue la versión que dio la prensa —dijo Buslenko—. Unos cuantos kilómetros más allá y la Policía polaca lo hubiera investigado y todo habría salido a la luz. Pero se mantuvo en secreto para darnos tiempo y encontrar el rastro de Vitrenko.
—¿Así que Molokov captó el mensaje? —preguntó Belotserkovsky.
—Le cedió el control a Vitrenko, a regañadientes, pero quedó al mando de la operación de tráfico de seres humanos. La gran diferencia es que ahora ya no tiene competencia. Trabaja para Vitrenko y, si inicia alguna otra operación a escala menor, Vitrenko la aborta.
—Entonces, ¿por qué estamos en una operación clandestina? —preguntó Stoyan—. Tenemos criminales ucranianos, policía ucraniana y seguridad. Y víctimas ucranianas.
—La operación es clandestina por dos motivos. El primero, que nuestra misión es interceptar a Vitrenko con el máximo perjuicio; no vamos a volver con un prisionero. El segundo motivo es, como he dicho al empezar, que estaremos operando fuera de Ucrania.
—¿Concretamente? —preguntó Olga.
—Concretamente en la República Federal de Alemania.
Hubo un estallido de improperios.
—¿Alemania? —dijo Belotserkovsky—. Yo no he estado nunca en Alemania, pero mi abuelo sí, en 1944… con el Ejército Rojo. Creo que puedo tener primos alemanes.
Más risas para mitigar la tensión.
Buslenko repasó toda la información que tenían de Vitrenko y su operativa. Informó a su equipo de que se suponía que Vitrenko tenía su base en Colonia y seguía controlando buena parte del vicio de Hamburgo. Su ámbito de operaciones era enorme, desde bandas que se dedicaban a los vehículos de lujo hasta el campo de la protección pasando por los fraudes electrónicos. Acabó su sesión informativa desplegando un plano de Colonia marcado con las tres propiedades desde las cuales llevarían a cabo su operación; otro plano destacaba las operaciones que se sabían controladas por Vitrenko. Luego entregó a cada miembro de su equipo una carpeta que contenía sus objetivos y responsabilidades individuales en la misión.
—Por cierto, Vitrenko os mataría por la información que tenéis en las manos. Está desesperado por saber cuánto se nos ha filtrado por el lado Molokov de su organización y por otras fuentes. Está en plena cacería de traidores.
—¿Es esto todo lo que sabemos de él? —preguntó Olga Sarapenko. Estaba sentada junto a la ventana del pabellón y la luz destacaba el azul de sus ojos. Cuando Sasha propuso que la incorporaran al equipo, Buslenko apreció el valor que aportaba, pero ahora cada vez era más consciente de que su belleza lo distraía.
—Es todo lo que nos han dado —dijo, bruscamente—. Los alemanes tienen más información. Mucha más, probablemente, pero se muestran reacios a compartirla con nosotros. Como la mayoría de occidentales, creen que ucraniano es sinónimo de corrupto. Temen que haya filtraciones.
—No es del todo culpa suya —dijo Olga—. Podíamos haber detenido a Vitrenko en Kiev si Peotr Samolyuk no nos hubiera traicionado.
Buslenko asintió, pero todavía le costaba creer que el agente de la Spetsnaz los hubiera traicionado por dinero.
—Antes de concluir esta reunión —dijo—, hay dos comodines en esta baraja de los que debéis estar al tanto. Probablemente no tengan importancia, pero es mejor que seáis conscientes de su existencia. —Clicó con el ratón—. Ésta es la Kriminaloberkommissarin de la Policía de Hamburgo, Maria Klee, y éste —volvió a clicar otra vez— es su jefe, Erster Hauptkommissar Jan Fabel, jefe de la Mordkommission. Son las únicas dos personas que han estado a punto de arrestar a Vitrenko. Pagaron el precio de que Vitrenko utilizara a Klee como táctica de dilación, dejándola con una herida casi fatal de la que Fabel tuvo que encargarse, y dos agentes muertos.
—Pero ¿usted cree que siguen todavía tras los pasos de Vitrenko? —preguntó Olga Sarapenko.
—El precio que pagas por acercarte a Vitrenko es muy alto —dijo Buslenko, mientras cerraba la tapa de su ordenador—. Jan Fabel ha abandonado la policía y Maria Klee es un caso perdido.