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Buslenko había organizado una reunión del equipo en el refugio de caza para el lunes por la tarde, y llegó a Korostyshev dos días antes. Buslenko había nacido allí y, además, estaba a 110 kilómetros al oeste de la capital, lo bastante lejos de Kiev para poder estar tranquilo de que podría llevarse a cabo una sesión informativa segura antes de la misión. La ciudad se encontraba bajo un manto grueso de nieve, como si sus edificaciones fueran muebles cubiertos por sábanas blancas a la espera de sus visitantes veraniegos. Los sensatos ciudadanos se mantenían a cubierto o cruzaban Chervona Plosha con un objetivo concreto, como manchas oscuras en movimiento sobre la explanada blanca de la plaza, pero Buslenko consiguió encontrar a un vendedor de pirog lo bastante emprendedor o loco para montar su puesto, caldeado a base de parafina, para los transeúntes ocasionales. El pirog era un pan relleno de carne cocido al horno, y el que se hacía en Korostyshev era famoso en toda Ucrania. Buslenko avanzó por entre los castaños sin hojas hasta el monumento a los caídos en la guerra. Detrás del obelisco había una hilera de piedras de granito conmemorativas, cada una con la cara tallada del oficial cuya memoria honoraba. De niño, su padre le había contado que ésos fueron los hombres que murieron luchando por salvar Ucrania de los alemanes; 14 000 personas perdieron la vida defendiendo la ciudad. El joven Taras Buslenko se quedó hipnotizado por aquellas caras tan detalladas y por la idea de ser defensor de Ucrania, igual que el Cosaco Mamay. Era mucho mayor cuando su padre le contó que muchos más murieron también en Korostyshev, en 1919, defendiendo sin éxito al país de los bolcheviques. Para ellos no había monumentos conmemorativos.

Buslenko estaba sentado en un banco y contempló su pirog un momento antes de dar un buen mordisco a sus recuerdos de infancia. Luego se limpió los labios con un pañuelo.

—Llegas tarde —respondió, como si hablara a la cara esculpida del lugarteniente del Ejército Rojo caído hacía muchos años que tenía delante.

—Impresionante… —dijo una voz detrás de Buslenko.

—No mucho. —Buslenko dio otro mordisco. La carne del relleno estaba caliente y le caldeó por dentro—. Te he oído viniendo por la nieve desde unos veinte metros atrás. Tú sigue haciendo tu trabajo, moviendo papeleo arriba y abajo y espiando a los políticos adúlteros, y yo seguiré haciendo el mío.

—¿Matar a gente?

—Defender Ucrania —dijo Buslenko con la boca llena. Hizo un gesto hacia las estatuas conmemorativas—. Como hicieron ellos. ¿Qué me traes, Sasha?

Sasha Andruzky, un hombre joven y delgado con un grueso abrigo de lana y un gorro de piel calado hasta las orejas, se sentó junto a Buslenko y se arrebujó para protegerse del frío.

—No mucho. Creo que es cierto. Por lo que me dijiste no habrá absolutamente ninguna autorización oficial para que hagas lo que te han pedido pero, de manera extraoficial, creo que sacar a Vitrenko es una obsesión del Gobierno.

—¿Malarek?

—Por lo que yo he podido entender, nuestro amigo el viceministro de Interior está limpio; si cuenta con otra agenda, la tiene muy bien escondida. Pero, claro, eso es exactamente lo que cabría esperar si estuviera relacionado con Vitrenko. Aunque no entiendo tu lógica… ¿que interés tiene Malarek en mandarte a una misión clandestina para asesinar a Vitrenko si él está a sueldo de éste? No tiene sentido.

—No tiene sentido a menos que me manden empaquetado como regalo para Vitrenko. Tal vez sea yo el objetivo y Vitrenko quien tenga el dedo en el gatillo.

—Entonces no vayas. —Sasha frunció el ceño. El frío le había teñido de rojo las mejillas y la nariz.

—Tengo que ir. No es probable que sea una trampa, pero es posible. De todos modos, actúo por puro interés. Sólo ha habido tres personas que hayan estado a punto de hacer caer a Vitrenko: yo y dos policías alemanes. Somos tres cabos sueltos que acabará por atar. Si algo es Vitrenko, es pulcro, pero ésa es también su debilidad. A pesar de toda su eficacia, si se trata de un objetivo que le importa personalmente le gusta estar cerca para matarle. Muy cerca. Es como un gato que juega con su presa antes de acabar con ella. Y es el único momento en el que se expone. En fin… ¿has investigado los tres nombres que te di?

—Lo he hecho. Pero, de nuevo, no lo entiendo. Los has elegido porque los conoces personalmente. Si confías en ellos, ¿por qué me los haces investigar?

—Porque pensaba que conocía a Peotr Samolyuk. —Buslenko se refería al comandante del equipo de asalto que estaba presente cuando falló el golpe a Vitrenko en Kiev—. Confiaba en él, pero, al parecer, todos tenemos un precio.

—Bueno, pues les he investigado.

—¿Y no sabe ninguno de ellos que has estado revolviendo sus historiales?

—Si quieres saber quién ha estado accediendo a los historiales del Ministerio —Sasha temblaba a pesar de las capas de ropa gruesa que llevaba—, acudes a mí. No temas, he borrado todas mis huellas. De todos modos, los tres están limpios, como lo están los tres que he elegido. Ninguno ha servido a Vitrenko ni a las órdenes de nadie que haya estado con él, y no he podido encontrar rastros de ninguna otra conexión.

—¿Y has encontrado a los otros tres?

—Lo he hecho. —El frío heló la breve sonrisa satisfecha en la cara de Sasha—. Estoy bastante orgulloso de mis contribuciones. Los tres cumplen tus criterios con exactitud. He incluido a una mujer, alguien a quien ya conoces: la capitana Olga Sarapenko de la brigada de crimen organizado de la milicia de Kiev.

Buslenko se sorprendió ante la elección de Sasha. Recordó a la bella ucraniana y lo bien que se había desenvuelto en la operación Celestia.

—¿Crees que está a la altura?

—Comprende a la perfección a Vitrenko, Molokov y sus operaciones. Es una de las mejores especialistas en crimen organizado de las que dispongo. Es pulcra y creo que ya has visto lo útil que puede resultar en una operación complicada. Como digo, es un equipo bueno y sólido.

—Lo único que me preocupa es que provengan de tantas unidades distintas —dijo Buslenko—. ¿No habría sido mejor seleccionarlos exclusivamente de Sokil?

El propio Buslenko era miembro de la unidad Sokil (Halcones) de la Spetsnaz. Eso lo convertía, técnicamente, más en policía que en soldado. Los Halcones eran una policía de elite Spetsnaz bajo las órdenes directas de la dirección contra el crimen organizado del Ministerio del Interior. El resto de su equipo provenía de otras unidades de la Spetsnaz del mismo ministerio: Titán, Skorpion, Leopardos Blancos y hasta una Berkut, las Águilas Doradas, en la cual había servido el propio Vitrenko. Había también miembros de fuera del Ministerio del Interior que pertenecían al SBU, el servicio secreto de la Spetsnaz Alpha.

—He querido juntar el mejor equipo para este trabajo. Cada uno de sus miembros es experto en un campo especial. Lo que me preocupa es que Vitrenko pueda tener un equipo mejor. —Sasha se levantó y saltó sobre la nieve compacta. Le ofreció a Buslenko una carpeta con documentos que llevaba dentro del abrigo—. Todos los detalles están aquí. Cuídate, Taras.

Buslenko observó a Sasha alejarse en dirección a Chervona Plosha, con su oscura figura encogida mientras caminaba.

—Tú también —dijo Buslenko cuando Sasha ya estaba demasiado lejos para oírle.