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Lo que le llamó de inmediato la atención a Fabel fue que el informe no hablaba solamente de asesinatos que ya habían ocurrido: también se refería a un asesinato esperado. Estaba claro que eso es algo que ocurre siempre cuando hay sospecha de un asesino en serie, pero en este caso la Policía de Colonia no sólo esperaba otro asesinato, sino que incluso tenía una idea bastante clara del día en el que iba a producirse.

La gran fiesta de Colonia era el Karneval, la desenfrenada celebración que tenía lugar cada año antes de la Cuaresma. A Fabel, como protestante germano del norte, el carnaval le resultaba algo ajeno. Sabía en qué consistía, por supuesto, pero nunca lo había experimentado más que en los reportajes que había visto por televisión. Incluso Colonia le resultaba una ciudad poco familiar: había estado en ella sólo un par de veces, y nunca demasiado tiempo. A medida que se adentraba más en el caso se encontraba perdido en un entorno de monumentos desconocidos. Pensó en lo difícil que sería para una unidad como la que proponían Van Heiden y Wagner funcionar eficazmente por todo el territorio alemán. Un país, un conjunto de culturas distintas; y si se tenían en cuenta el Este y el Oeste, hasta dos historias distintas.

El carnaval de Colonia era algo único. Más al sur había las formas más tradicionales de Fasching y Fastnacht. En Düsseldorf, la eterna rival de Colonia, o en Mainz, el carnaval adoptaba una forma similar pero no alcanzaba nunca la exuberancia anárquica del de Colonia. Esta celebración era mucho más que una fecha en el calendario: formaba parte de la personalidad de la ciudad, definía lo que significa ser de Colonia.

Fabel ya había oído hablar del caso; como todos los crímenes de este tipo, los tres asesinatos presentaban todos los ingredientes de un buen titular morboso: el asesino que buscaba la Policía de Colonia atacaba sólo por carnaval. Sólo había dos víctimas: una el año anterior, la primera el año antes, pero el agente al frente de la investigación —el Seniorkommissar Benni Scholz— había reconocido el modus operandi del asesino nada más llegar a la segunda escena del crimen, y había advertido a sus superiores de que dentro de la misma temporada de carnaval podía haber otro asesinato, pues temía una escalada de la actuación en serie del criminal. No hubo más crímenes, pero Fabel estaba de acuerdo con el comisario sin rostro en que el asesino volvería a actuar: este año, durante el próximo carnaval.

Fabel puso los informes del caso sobre la mesita. Las dos víctimas tenían casi treinta años, eran mujeres y solteras. Sus historiales tenían poco en común: Sabine Jordanski era peluquera; Melissa Schenker trabajaba en casa en algo parecido al diseño de software. Si Jordanski era la alegría de la fiesta, Schenker, en cambio, fue una persona reservada, tranquila y casi de vida recluida. Jordanski era natural de Colonia, nacida y criada en la ciudad; Schenker provenía de Kassel y llevaba tres años viviendo allí. Durante la investigación no se les descubrieron ni amigos ni conocidos comunes, ningún vínculo aparte de la manera en que se tropezaron con la muerte.

Ambas mujeres habían sido estranguladas; había pruebas de estrangulación manual y del uso posterior de una ligadura: las corbatas masculinas que había dejado en sus cuellos como firma el asesino. Scholz había explicado el posible significado de esta firma: el Weiberfastnacht era una fecha clave en el calendario del carnaval de Colonia, se celebraba siempre el último jueves antes de Cuaresma y era la noche del carnaval de las Mujeres, cuando ellas mandaban. Todas las féminas de Colonia tenían derecho a exigirle un beso a cualquier hombre, y también era tradición que, si veían a un hombre llevando corbata, se la podían cortar por la mitad, así se invertía la tradicional autoridad de los hombres sobre las mujeres. En los ambientes más ilustrados e igualitarios, la costumbre no pasaba de cierta diversión, pero el Kommissar Scholz expresó su sospecha de que para el asesino significara mucho más. Sospechó que el asesino podía estar motivado por una misoginia psicótica o por un resentimiento de tipo sexual contra las mujeres. Scholz presentía claramente que este punto de vista explicaba la desfiguración post mórtem de los cuerpos: aproximadamente medio kilo de carne había sido extraído de la nalga derecha de ambas víctimas. Fabel podía ver la lógica del agente de Colonia, pero la consideraba prematura. Sospechaba que en ese asesino había más de lo que se adivinaba.

Fabel había perdido la noción del tiempo y de pronto se dio cuenta, cuando vio aparecer a Susanne frotándose los ojos, de que llevaba dos horas allí sentado revisando el informe.

—Me he despertado y no estabas —dijo, bostezando—. ¿Qué ocurre? ¿Otra de tus pesadillas?

—No… no —mintió él—. Es sólo que no podía dormir.

Susanne advirtió el informe abierto en la mesita, las fotos esparcidas, caras de cadáveres, informes forenses.

—Ah, ya veo… ¿Qué es? —Había algo más que un rastro de sospecha en su voz.

—Me han pedido que eche un vistazo a un caso de Colonia. Sólo para que les dé mi opinión.

La expresión de Susanne se ensombreció:

—No puedes permitirte meterte en otro caso, Jan. Roland Bartz ya ha tenido más paciencia de lo que cualquiera podría razonablemente esperar. Algún día se le acabará. Pero bueno, tal vez sea lo que estás deseando.

—¿De qué me hablas?

—Lo sabes perfectamente bien. Titubeas y revoloteas como si fueras una virgen reticente a entregarse. No creo que puedas hacerlo; creo que ése es el problema. No eres capaz de comprometerte a abandonar la policía.

—Dices chorradas, Susanne. Ya me he comprometido a hacerlo. He presentado mi renuncia. Incluso hoy mismo he rechazado una oferta de Van Heiden y el BKA.

—¿Qué oferta?

Fabel miró unos segundos a Susanne. Sus ojos oscuros brillaban con la suave luz. Ya se arrepentía de haber sacado el tema.

—No tiene importancia.

—¿Qué oferta?

—Quieren crear una nueva unidad, una especie de brigada federal de homicidios. Una unidad con sede aquí en Hamburgo que pueda asumir casos complejos de cualquier lugar de Alemania. Me han pedido que lo organice y lo dirija.

Susanne se rió amargamente.

—Estupendo. Absolutamente maravilloso. Me paso la vida preocupada por tu salud mental por culpa de la mierda con la que tratas y tú vas por ahí hablando de cómo incrementar tu responsabilidad profesional resolviendo casos por toda Alemania.

—Ya te he dicho que lo he rechazado. —Fabel estaba levantando la voz. Respiró un poco y bajó el tono—. He dicho que no.

—¿Qué ocurre, Jan? ¿Has estado a punto de perder los nervios? Acabas de estar a punto de perder el control, ¿no?

—Susanne…

—¿No te das cuenta de que éste es tu problema? Eres muy retraído. Nunca tendrías que haberte hecho policía, ¿no lo ves? Si no llega a ser porque santa Hanna Dorn pereció asesinada jamás se te hubiera ocurrido serlo. No puedo imaginar por qué pensaste que le debías eso, sacrificar tu futuro, elegir un trabajo que nunca te habrías ni siquiera planteado. Todo el mundo habla del gran detective que eres, de todos los casos que has resuelto, pero te ha jodido la vida. Yo lo oigo, Jan, noche sí, noche no: los sueños, las pesadillas. ¿No te das cuenta de que estás tan mal como Maria Klee? Eres testigo de todo el horror y la mierda que los demás se echan encima los unos sobre los otros y te lo tragas todo bien tragado. Si no lo dejas, te acabarás hundiendo. Del todo.

—Tú ves las mismas cosas. Tú escarbas en sus mentes, por el amor de Dios.

—Pero ¿no ves la diferencia? Yo elegí ser psicóloga criminal, estudié para serlo, seguí todos los pasos para llegar a esta profesión de manera deliberada. La elegí porque es la dirección hacia la que me llevaron mis intereses y mis habilidades, no porque me desviara hacia ella un maldito sentido de cruzada luterano. —Hizo una pausa—. La diferencia entre tú y yo es que yo soy capaz de enfrentarme a ello. Lo puedo mantener al margen de mi vida privada.

—No sé por qué tenemos esta discusión… —Fabel volvió a sentarse. Su voz sonaba cansada—. Ya te lo he dicho mil veces: he acabado con la Mordkommission y con la Policía de Hamburgo.

—Estamos discutiendo porque no estás dispuesto a comprometerte con nada.

—¿Qué se supone que quieres decir?

—Ya sabes lo que quiero decir, Jan. Fue idea tuya que nos fuéramos a vivir juntos, pero llevamos meses viendo apartamentos. Da igual en qué parte de la ciudad o qué tipo de piso, tú te limitas siempre a salir encogiendo los hombros. No eres capaz de comprometerte a cambiar de trabajo, ni de comprometerte conmigo. ¿Por qué no lo reconoces, y ya está?

—¿Cuántas veces te lo tendré que decir, Susanne? Les he dicho que no. Rotundamente. Y mi renuncia es definitiva. Dentro de cinco semanas dejaré de ser policía. —Se levantó y le puso las manos sobre los hombros—. ¿Qué puedo hacer si no hemos visto ningún apartamento que me gustara? Eso no significa que no esté comprometido contigo. Sabes que lo estoy.

—¿Lo estás? —preguntó ella, apartándole las manos—. Pues entonces, ¿por qué has estado mostrándote tan distante estos dos últimos meses? No sé lo que es, lo que he dicho o lo que he hecho, pero has estado raro conmigo, frío.

—Esto es absurdo… —dijo Fabel.

—¿Lo es? —Hizo un gesto hacia el material del caso que había en la mesita—. Y esto, ¿qué es? ¿No es absurdo que te embarques en un nuevo caso cuando se supone que estás a punto de dejarlo?

—Sí, lo es. Ya te lo he dicho; me han pedido mi opinión, eso es todo.

—Y, por supuesto, no podías decir que no.

—No, no podía. Te guste o no, Susanne, seré policía hasta dentro de cinco semanas.

Susanne dio media vuelta y volvió a la cama. Fabel se quedó en silencio unos instantes, mirando a la puerta cerrada del dormitorio. Luego se sentó y volvió a llevar su mente a una ciudad lejana y a las muertes de dos mujeres jóvenes ocurridas allí.

Fabel advirtió de pronto que la luz del día empezaba a inundar su apartamento, y que estaba cansado. Llevaba más de tres horas leyendo, comparando, tomando notas. Seguía prevaleciendo la suposición del agente al frente de la investigación, Scholz, de que las dos víctimas habían sido elegidas totalmente al azar. Pero Fabel se dio cuenta de algo al examinar las fotos de las víctimas tomadas en el depósito: a pesar de la disparidad en sus alturas, ambas mujeres tenían una figura levemente parecida a una pera, con cierta carnosidad a la altura de las nalgas, el bajo vientre y los muslos.

Fabel leyó las notas de Scholz:

No hay pruebas de desfiguración pre mórtem. La ausencia de pérdida de sangre comparativa en el lugar del crimen apunta a que las víctimas fueron primero estranguladas con una ligadura, y las fibras encontradas pegadas a la piel escoriada de los cuellos confirman que las corbatas halladas en los escenarios fueron las armas del crimen. En la corbata usada en el primer asesinato se hallaron fibras que no coinciden. Estas fibras tenían un color y una composición poco habituales: azul feldespato. Una vez muertas las víctimas, el asesino las desnudó parcialmente, las colocó boca abajo en la postura en la que fueron encontradas y entonces, post mórtem, extrajo una cantidad de carne de la nalga o de la parte superior del muslo. En esta desfiguración hay claramente algún significado; el agresor retira la carne simbólicamente. Un aspecto interesante es la cantidad de carne extraída. Si se mide con exactitud, es posible calcular con precisión el peso de la misma. En el primer caso se retiraron 0,47 kilos, y 0,4 kilos en el segundo. La similitud en el peso resulta demasiado parecida como para ser casual y puede indicar que el asesino tiene cierta experiencia en medir cantidades. Se da también el caso de que no hay nunca desviaciones ni correcciones en las incisiones. Estos dos hechos indicarían que podría tratarse de alguien habituado a trabajar con cantidades de carne, y podría tener alguna relación profesional con la matanza o el tratamiento de carne. De igual manera, también podría tratarse de un cirujano o alguien de algún modo cualificado médicamente.

La cantidad de carne extraída también puede ser representativa por ella misma. En los dos casos se aproximaba muchísimo a la medida de 0,45 kilogramos, lo que equivale a la libra imperial de peso utilizada por los británicos. Eso no significa que el asesino tenga que ser un extranjero, sino más bien que «una libra de carne» (como en la obra de Shakespeare El mercader de Venecia) pudiera ser una metáfora de cobrarse justicia de las víctimas. Podría indicar que el asesino era alguien a quien ellas conocían.

Está claro por la regularidad del modus operandi que el ejecutor del primer crimen es también el autor del segundo. Eso, unido al simbolismo de la corbata hallada en cada escena del crimen y al significado del Karneval, con la expresión que conlleva de odio psicosexual hacia las mujeres, parece indicarnos que estamos ante un asesino en serie.

Fabel hojeó el informe. El Weiberfastnacht tenía otro nombre: Fetter Donnerstag, jueves lardero: un día consagrado a la glotonería.

—No, Herr colega —masculló Fabel entre dientes, mientras volvía a observar las imágenes de las escenas de los crímenes—. Nuestro amigo no está interesado en llevarse un recuerdo: nuestro amigo está hambriento. Su libra de carne no es su trofeo: es su cena.

En aquel momento sonó el teléfono.