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A Oliver le encantaba esa hora de la noche, aquel aislamiento apacible, Colonia brillando tras el cristal de su ventanal. Escuchaba el jazz ligeramente melancólico que sonaba en su sofisticado equipo Bang & Olufsen. Se reclinó en la suave piel italiana de su butaca y tomó un sorbo de whisky escocés con soda con los cubitos titilando contra el cristal. Era a esa hora de la noche cuando podía contemplar globalmente su vida: una vida de triunfador, una vida que despertaba la envidia de los demás, una vida que se expresaba a través de los muebles de diseño y de las obras de arte originales, el whisky de malta de veinte años y la bella arquitectura que lo albergaba. Oliver se sentía bien en su piel: no tenía problemas con quién o qué era.

Puso los pies encima de la mesa del sofá y se colocó el ordenador portátil sobre el regazo. Se frotó los ojos con fuerza con las manos. Ya había tenido suficiente: llevaba tres horas en la página web «Anthropophagi»; un tiempo transcurrido en otro mundo. Había encontrado tres respuestas a su anuncio personal y las había contestado todas, pero no se había comprometido a nada. No cabía duda en que había riesgos en lo que hacía: antes siempre había dado rienda suelta a su pequeña debilidad con prostitutas. Tener a un voluntario sometiéndose voluntariamente a lo mismo y sin esperar nada a cambio era algo que no se le había ocurrido hasta hacía poco. Pero había dudado antes de dar ningún paso en firme, incluso antes de llevar las cosas hasta el paso siguiente. Ahí fuera, en el mundo real, podía ocultar su rastro. Nunca había utilizado la misma agencia de señoritas de compañía dos veces seguidas, nunca el mismo hotel, nunca nada bajo su nombre real. Ahí, en Internet, había permanecido incorpóreo, insustancial como un fantasma, pero poner el anuncio había cambiado el panorama. Irónicamente, ahí, en un universo de códigos en el que la carne estaba hecha de píxeles de alta resolución, se había vuelto más detectable. Debía andarse con más cautela.

Pero visitar la página web había cumplido su función de entremés: un aperitivo electrónico para agudizar su hambre para el plato principal. El verdadero festín.

Mañana por la noche. Lo había preparado todo para el viernes noche. Tal vez ésa fuera una agencia con la que podría volver a tratar. Al fin y al cabo, el nombre de la empresa parecía un buen augurio. ¿Qué podía ser más adecuado que una agencia de señoritas de compañía que se llamaba À la Carte?