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Taras Buslenko tomaba un baño de vapor en el distrito de Lukyanovka de Kiev. En la enorme sala de baños revestida de porcelana había un solo bañista más: un tipo gordo con pinta de hombre de negocios cuya barriga colgaba por encima de la toalla. Buslenko observó su propio cuerpo y se preguntó si también él terminaría gordo y hecho polvo. Era incapaz de imaginarse a sí mismo con un cuerpo envejecido. El suyo era un físico duro y esculpido; un arma. Se pasó los dedos por las cicatrices. La más reciente era la que tenía en el hombro, estaba salpicada de puntos y formaba una curva alrededor de la bola de músculo, como si alguien hubiera tratado de cortar una manzana. La más aparente era la herida de bala, ampliada por la intervención quirúrgica de extracción, a la izquierda del estómago. Soltó una media carcajada. No era de extrañar que no fuera capaz de imaginar su propio cuerpo en viejo: las probabilidades de que viviera tantos años eran remotas.

La sala de baños era abovedada y de estilo turco. Tenía las paredes y el suelo revestidos de baldosas decoradas y el propio baño tenía una clara ambientación otomana. Lo único que le recordaba que estaba en Ucrania eran los grandes paneles de porcelana, idénticos entre ellos, que se combinaban con las baldosas decorativas. Los paneles mostraban a un hombre sentado con las piernas cruzadas, a la manera turca, debajo de un árbol, con las armas colgando de las ramas. El hombre fumaba una pipa y tocaba la bandurria. Era una representación del Cosaco Mamay, el héroe nacional de Ucrania. Mamay era el legendario, probablemente mítico, protector del pueblo de Ucrania, el patriota supremo.

El empresario gordo del fondo soltó un suspiro de cansancio, se levantó pesadamente y se marchó. Al cabo de unos minutos entraron otros tres hombres: un tipo fornido de mediana edad y dos más jóvenes, todos ellos con el mismo aspecto duro, delgado y musculoso de Buslenko. Los dos guardaespaldas se sentaron cerca de la puerta, al otro lado de la sala de vapor. El de más edad se sentó junto a Buslenko.

—Se le escapó —dijo Oleksandr Malarek, sin volverse a mirar a Buslenko.

—Si es que estaba, señor viceministro del Interior.

—Estaba. Y usted lo sabe.

—Sí, lo sé. Alguien se dejó sobornar: uno de los nuestros. Alguien rompió mi cobertura y dejó que Vitrenko organizara una vía de escape.

—Sí, alguien lo hizo —dijo el viceministro Malarek sin mirar a Buslenko—. Fue el mayor Samolyuk.

—¿El jefe del equipo de asalto?

Peotr Samolyuk era comandante de una unidad Sokil con quince años de servicio. Buslenko siempre le había considerado un tipo de fiar.

—Mierda. ¿Le han interrogado? Podría ser la mejor pista que tenemos.

—Nada de pistas. Un punto muerto. Un punto muy muerto. Lo hemos encontrado esta mañana: le habían torturado y castrado antes de matarle. Le metieron los genitales en la boca.

—¿Iba a hablar? Pero si lo hubieran metido en la cárcel…

—Nunca lo sabremos. Pero si hubiera sido realmente uno de los hombres de Vitrenko no le habrían hecho esto. En su organización no hay traiciones. No se ven como criminales, sino como una unidad militar con una lealtad ciega hacia él. Yo supongo que Samolyuk aceptó un soborno enorme, y tal vez le pudo la avaricia y pidió más a cambio del silencio.

—No es probable. —Buslenko seguía hablándole al perfil de Malarek. De la punta de la nariz larga del hombre colgaba un hilillo de sudor—. Nadie sería tan estúpido como para intentar amenazar a Vitrenko.

—Está en Alemania —dijo Malarek, sin hacer caso a Buslenko. Estaba claro que la terrible muerte de Samolyuk le había dejado de interesar.

—¿Quién? ¿Vitrenko?

—Nuestras fuentes nos indican que está operando desde Colonia.

—No sabía que tuviéramos fuentes informadoras de Vitrenko —dijo Buslenko.

—No las teníamos. De hecho, todavía no las tenemos directamente. Tenemos informadores que trabajan para Molokov y eso es todo lo cerca que podemos llegar. —Malarek se quitó el sudor del rostro carnoso con la palma de la mano—. Vitrenko está vendiendo a nuestra gente como si fuera carne, mayor Buslenko. Es un traidor de la peor calaña. Corrompe Ucrania corrompiendo a nuestra gente. Sus bases principales son Hamburgo y Colonia, pero regresa a menudo aquí. Parte de la información que hemos reunido nos dice que Vitrenko se ha sometido a una exhaustiva operación de cirugía plástica. Las fotos que tenemos de archivo ya no nos sirven para nada, según nuestras fuentes.

—¿Tiene alguna información sobre cuándo va a volver? La próxima vez…

Malarek se volvió a mirar a Buslenko.

—No habrá próxima vez. Vasyl Vitrenko se mueve como un fantasma. Tiene tantos contactos e informadores aquí que, en caso de que regrese, cuando nos enteremos ya se habrá evaporado como el humo. Y ahí es donde usted interviene, mayor Buslenko. El reino de Vasyl Vitrenko es una vergüenza para Ucrania. No podemos esperar que el mundo se tome en serio nuestra democracia mientras nos vean como la cuna de una nueva mafia. Necesitamos parar a Vitrenko. Lo necesitamos muerto. ¿Me he expresado con claridad?

—¿Quiere que vaya a Alemania sin el conocimiento ni la aprobación del Gobierno alemán? Eso sería ilegal, tanto aquí como allí.

—Ésa debe ser la última de sus preocupaciones. Quiero que se lleve una unidad Skorpion de la Spetsnaz. Y sólo para asegurarme de que no hay malentendidos, ésta es una misión de búsqueda y aniquilación: no quiero que traiga a Vitrenko ante la justicia, quiero que lo meta en su tumba. Supongo que he dejado mis deseos totalmente claros.

—Perfectamente. Y supongo que, si nos descubren, usted negará saber nada de nosotros. Que dejarán que nos pudramos en una cárcel alemana.

Malarek sonrió.

—Usted y yo no nos hemos visto nunca. Ah, y hay algo más: quiero que actúe con rapidez. Cuanto más tarden en organizarse, más probable será que Vitrenko los descubra. Por desgracia, tiene a más milicias en su cartera de las que puedo imaginarme.

—¿Cuándo?

—Quiero que esté listo para marcharse dentro de una semana, más o menos. Sé que esto no le deja prácticamente tiempo para elegir e instruir a un equipo, pero también le da a Vitrenko menos tiempo para ponerle en peligro. ¿Podrá hacerlo?

—Conozco a alguien que puede ayudarme a montar un equipo. Discretamente. Pero no sólo de Skorpions, quiero una mezcla de experiencia y habilidad.

Malarek se encogió de hombros.

—Eso es cosa suya. Yo sólo necesito saber si puede hacerlo.

—Sí, puedo.

Una vez que el viceministro y sus guardaespaldas se marcharon, Buslenko se quedó solo en el baño de vapor y volvió la vista de nuevo hacia la imagen del Cosaco Mamay. Éste miraba con cierto aire melancólico desde su panel de porcelana envuelto en vapor, sin desvelar en absoluto lo duro que resultaba ser el gran protector del pueblo ucraniano.