El padre Merrill se gira hacia la puerta abierta a tiempo para ver a Terence descargar el hacha hacia los zombis que corren hacia él. Terence decapita al primero de ellos. El segundo se lanza hacia él, y Terence le golpea con el mango del hacha y le empuja hacia atrás. Al tercero le da una patada en el pecho.
Mientras Terence lucha e intenta resistir, el padre Merrill se arrodilla en el suelo y junta las manos a la altura del pecho. Cierra los ojos, para no distraerse con la pelea, e ignora los sonidos y ruidos. Intenta concentrarse en lo que tiene que hacer.
—Padre nuestro —murmura— sé que últimamente no he estado a la altura. Tendrás que perdonarme por ello. Soy humano, y nos hiciste con fortalezas y debilidades. Has lanzado sobre nosotros tanta destrucción, y no voy a poner en duda las razones que hayas tenido para hacerlo, señor. Pero hoy te hemos demostrado que hay bondad en nuestros corazones, que hay amor y alegría, incluso en estas circunstancias. Señor, perdona los pecados de los hombres…
Uno de los zombis logra morder a Terence en el brazo. El hacha cae al suelo y Terence se ve lanzado hacia atrás. En apenas unos segundos, cinco zombis más se lanzan sobre él, mordiéndole y devorándole, arrancándole los intestinos, abriendo su carne y hundiendo sus bocas en sus tripas. Terence chilla, pero ni siquiera con eso deja de rezar el padre Merrill. El sacerdote sigue rogando por las almas de todos los seres humanos hasta que se lanzan sobre él. El primer mordisco que recibe casi le arranca la yugular de cuajo, y de la herida sale disparado un chorro de sangre que alcanza hasta el techo. Muere prácticamente al instante.