10

Richard ha vuelto a vomitar. Le duele el estómago y la cabeza ha empezado a martillearle. Se siente como si estuviera dentro de una montaña rusa.

Ahora, está sentado en el suelo, junto al inodoro. Se dedica a arrancar pequeñas bolas de gomaespuma del colchón y lanzárselas a los muertos. Ha pensado en suicidarse. A fin de cuentas, se encuentra en una celda de tres por dos, sin posibilidad de escape, esperando la muerte por inanición. Y hasta que eso ocurra, tendrá que mirar a sus nuevos amigos.

Richard no tiene el valor necesario para suicidarse. Además, ¿qué podría hacer? Solo se le ocurre que podría lanzarse con los brazos abiertos hacia esas manos que se abren y cierran, pero Richard no quiere pasar la eternidad convertido en una de esas cosas y metido en una celda.

Eso le lleva a preguntarse… ¿Si muere de inanición, también se levantaría convertido en un muerto viviente?

Aún tiene la llave inglesa en el bolsillo lateral del pantalón. Se pregunta si podría matarse a sí mismo de un golpe en la cabeza. No lo cree. Aunque podría quedar inconsciente, y eso sería mejor que los tirones que siente en el estómago.

—Mataría por un vaso de Whisky —dice, en voz alta, mirando hacia las caras magulladas y llenas de heridas, algunas mutiladas incluso—. Un puñetero vaso de Whisky me haría feliz en estos momentos.

Por respuesta, solo recibe gruñidos. Richard se encoge de hombros, como si les entendiera.

—Me llamo Richard y soy alcohólico, mamones —murmura. En realidad, no parece muy distinto a las criaturas que se agolpan fuera de la celda, estirando sus brazos muertos hacia él. La necesidad es distinta, pero tampoco pueden controlarse.

Más gruñidos. Richard se pone en pie y se acerca a ellos, hasta quedar a un palmo de las manos que intentan agarrarle. Su cercanía les enloquece. Gruñen y gritan de forma más salvaje, se agolpan contra los barrotes como si intentaran traspasarlos. Como en esa película de Schwarzenegger. Richard inclina la cabeza y les observa.

—A ti te conozco —dice—. Solías mirarme mal cuando cruzabas delante del taller y me veías allí trabajando. Para ti solo soy un borracho, claro, y no te equivocas, pero mira, mira al final quien está convertido en una aberración y quien está…

Richard se calla y se encoge de hombros.

—Sí, aquí esperando a morir de hambre. Pero te diré lo que haré.

Richard sonríe. Está hablándole a un montón de muertos. Si pensaba que la vida podría ser más surrealista, nunca lo hubiera dicho.

—Me sentaré en el suelo —continúa—. Y me quedaré mirándoos hasta que me muera de hambre o de sed. Porque no pienso dejar que me toquéis, que va. Disfrutaré viéndoos sufrir. Porque está claro que sufrís. Queréis comer, malditos.

En ese momento, proveniente del piso superior, se escucha una tos ahogada. Lo que parece ser una tos de niña. Richard mira hacia las escaleras, con gesto de asombro. Algunos de los muertos, sobre todo los que están por detrás y no alcanzan los barrotes de la celda, también vuelven la cabeza. Uno de ellos lanza un grito que hiela los huesos de Richard.

—¡No! —grita—. ¡Venid a por mí, cabrones!

Pero no importa cuánto grite. Algunos de los zombis han fijado un nuevo objetivo y se lanzan a la carrera hacia el piso superior. Richard retrocede hasta que su espalda toca la pared, impotente y con el corazón en un puño.