9

Jason detiene la moto haciendo un pequeño derrape y apoya el pie en el suelo. Tanto él como Carrie, abrazada a él, observan el pueblo. Desde el mirador, la vista de Castle Hill es perfecta, digna de postal, como bien sabes. Pero ven, observemos el pueblo junto a ellos, porque imágenes como esta no se ven a menudo. Desde aquí arriba, podría parecer que no ocurre nada en el pueblo, que simplemente es un día sin demasiado tráfico ni movimiento. Por supuesto, si obviamos a la masa humana que se dirige a la calle Winewood. Pero desde el Mirador no se percibe el peligro, y tampoco alcanzamos a ver al grupo comandado por el coronel Trask, que está a punto de encontrarse con ese gran ejército de muertos andantes. Desde aquí arriba, podríamos pensar que se trata de una gran manifestación. Esa es la magia de la perspectiva.

Aquí arriba, sin embargo, hay calma. Si miramos alrededor y ponemos énfasis en buscar, veremos que las cosas no han cambiado mucho. Latas oxidadas, monedas, envoltorios de chicles, paquetes de tabaco arrugados, el llavero oxidado que hace mucho tiempo perdiera Francine Newcomb y, allí, junto a aquel árbol, el mismo preservativo usado que ya vimos cuando nos encontramos aquí esta mañana.

Te dije que las cosas se pondrían realmente feas en Castle Hill. Puede que no me creyeras entonces, pero no puedes negarme que estaba en lo cierto.

La hierba está mojada después de toda la lluvia que ha caído. Parece que empieza a escampar, pero aún tardará un rato. Jason se baja de la moto y ayuda a Carrie. Ella está temblando, pero es de frío. Jason la abraza.

—¿Crees que me dolerá?

Jason suspira. Se separa de ella lo justo para mirarla a los ojos.

—No.

—Tengo miedo de que duela.

Jason coge la mano de Carrie. Está helada, pero él no la suelta. Tira de ella hasta alcanzar un árbol. No el mismo bajo el que descansa el preservativo usado. Se sienta y le hace un gesto a ella para que le acompañe. Carrie duda.

—Está mojado, pero, a estas alturas no creo que lo notes.

Carrie se ríe y se sienta junto a él. Jason le pasa el brazo por encima de los hombros y le da un beso en la mejilla. Carrie se recuesta sobre él.

—Jason…

—Dime, cariño.

—Prométeme que después seguirás adelante con tu vida. Que no te… que no harás una locura.

Jason, que en realidad está pensando exactamente en hacer una locura cuando ella muera, resopla antes de contestar.

—Si tú no estás, no merece la pena.

—Jason, no…

—Carrie —la interrumpe él— si no estás, no merece la pena. Eres toda mi vida, todo lo que siempre he querido. Pienso en ti durante las veinticuatro horas del día, todos los días. Tú eres lo que me hace querer ser mejor persona, aunque luego me cueste conseguirlo, pero eres la que me hace intentarlo. Sin ti, ya habría entrado a la cárcel hace mucho tiempo, porque sabes cómo soy, sabes qué tipo de persona soy. Soy un gamberro, antes de conocerte tendía a meterme en peleas, las buscaba, de hecho. Desde que estoy contigo, solo me he peleado un par de veces. O tres.

Carrie le toca la mejilla con suavidad para obligarle a mirarla.

—Jason, ¿puedo hacerte una pregunta?

—Claro que puedes.

—¿Me responderás honestamente?

—Nunca te he engañado.

Carrie sonríe. Se le forman unos hoyuelos a los lados de los labios y los ojos se le achican ligeramente. A pesar de que empieza a estar pálida, está preciosa con ese gesto.

—Eso ya lo sé, tonto. No es eso lo que quiero preguntar.

—Dispara —dice él.

—¿Quemaste la granja de los Meyer?

Jason no contesta de inmediato. Aparta la vista de Carrie y mira al frente. Es suficiente respuesta para ella, pero no dice nada. Jason mueve lentamente la cabeza. De arriba abajo.

—¿Por qué?

—Sé que estuvo mal, y si pudiera volver atrás no lo haría —responde él—. No importa el por qué. Me dejé llevar y lo hice, y por mi culpa, casi murieron dos personas y estuvieron a punto de separarme de ti para siempre.

—Sí —admite ella— ¿Y recuerdas lo que me respondiste cuando yo te dije que no podría soportar estar sin ti?

Jason no quiere responder. Sabe perfectamente la respuesta a esa pregunta. Tiene los dientes apretados y está llorando. Carrie se abraza aún más a él.

—Te dije que tenías que seguir con tu vida.

—Sí.

—Y que te amaría siempre, pero que tú, aún así, tendrías que seguir con tu vida y odiaría que no lo hicieras.

—Sí.

Jason asiente. Se miran. Están a centímetros el uno del otro.

—¿Es tu forma de decirme que no haga una locura cuando te vayas? —pregunta él—. Porque no creo que sea el mismo juego del que estamos hablando. No es lo mismo ir a la cárcel que morir.

—No lo es —admite ella—. Eventualmente, tú habrías salido y podríamos haber estado juntos de nuevo, y aún así me pediste que siguiera adelante. Yo no voy a volver, Jason, y te lo pido igualmente porque odiaría irme de este mundo sabiendo que tú te irás detrás. Necesito que vivas, y me recuerdes cada día de tu vida. Y que me sigas queriendo, para que yo no termine de desaparecer.

—Jamás dejaré de amarte.

—Lo sé, Jason. Prométemelo.

—Te lo prometo.

—Que seguirás adelante.

Jason asiente. Se besan, apasionadamente. Se funden en uno de esos besos dignos de película a los que solo les falta la banda sonora para ser perfectos. Jason introduce sus manos bajo la camiseta que lleva puesta ella. Carrie le acaricia la espalda y enreda una de sus manos en el cabello de él. Jason le quita la camiseta y la tira a un lado. Se tumban en el suelo, ella encima de él. Siguen besándose mientras terminan de desnudarse y Jason se coloca sobre ella. Cuando Jason entra en su interior, Carrie cierra los ojos y gime de placer.