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La oscuridad es opresiva.

Eso es algo que saben muy bien los que temen la oscuridad. No es un efecto de falta de luz, es algo con peso material que intenta sofocarte. Te envuelve y te sume en la paranoia y el miedo, porque en la oscuridad todo es posible. Los niños saben que si sus padres apagan las luces el monstruo saldrá del armario dispuesto a agarrarles sus pequeños pies y arrastrarles al fondo del armario, donde la oscuridad será mucho mayor y el monstruo pueda devorarles. La oscuridad es el terreno donde se mueve el mal, donde los lobos se acercan a las aldeas en busca de presas fáciles, donde los escritores han situado siempre las mayores historias de terror y donde seres reales y mitológicos establecen sus moradas de pesadilla.

En la oscuridad todo es posible. El ruido más pequeño se amplifica, hay cosas que se arrastran y se mueven, que fijan sus ojos en ti cuando tú no puedes verlas. En la oscuridad, el ser humano es débil, una presa fácil, apenas un ratoncillo asustado frente a una pitón.

Mark siente que se le acelera el corazón en cuanto la tapa de la alcantarilla se cierra sobre ellos, sumiéndoles en la más absoluta oscuridad. Se le agarrotan los brazos y las piernas y se siente incapaz de seguir bajando la escalera. Su respiración se vuelve más rápida y agitada. Encima de él, Terence baja la escalera y le pisa el brazo. Terence vuelve a subir y se detiene.

—¿A quién he pisado? —pregunta—. Lo siento.

—A mí —dice Mark, entre jadeos.

—¿Qué ocurre? —pregunta Russell desde abajo.

—Mark se ha parado —dice Terence—. ¿Estás bien, Mark?

Mark está lejos de estar bien. Está tan aterrorizado que es incapaz de mover ni un músculo. Su respiración es cada vez más rápida, y a Terence le parece que está a punto de ponerse a hiperventilar.

—¿Mark?

—Tengo… tengo…

—Tranquilo, Mark. —La voz del padre Merrill llega desde abajo— Escúchame, todo va bien y aquí estamos a salvo. ¿Me escuchas?

—Sssssí.

Abajo se enciende una luz. Débil y azulada. Mark consigue mover la cabeza y alcanza a ver la pantalla de un móvil. Russell lo sujeta en alto. Puede ver las formas de los dos hombres que le miran.

—¿Tienes miedo a la oscuridad, Mark? —pregunta el padre Merrill, amable y tranquilizador.

Mark asiente. Mueve la cabeza arriba y abajo violentamente.

—Sí —dice. Pero nunca tanto, quiere añadir.

—No pasa nada, Mark —asegura el padre Merrill—. Es normal. Mucha gente teme a la oscuridad.

La luz del móvil se hace más débil y se apaga. Mark suelta un gemido. Jamás se había sentido tan aterrorizado en toda su vida. De pequeño, odiaba la oscuridad, porque creía que había fantasmas y vendrían a por él si todo estaba oscuro, pero ni siquiera entonces se había quedado paralizado nunca.

—¡Joder! —Escucha la voz de Russell—. Un momento… ya.

La luz vuelve a encenderse. No ilumina demasiado, pero algo es algo.

—Mark —el padre Merrill habla despacio, con calma—, Dios está con nosotros, y él es toda la luz que necesitamos aquí abajo. Y tú has sobrevivido a cosas peores el día de hoy. Puedes recorrer un kilómetro por una alcantarilla sin problemas, ¿no crees?

—No lo sé.

Pero el padre Merrill sabe que lo está consiguiendo, porque la respiración de Mark se ha relajado un poco.

—Lo harás, Mark. Sé que lo harás. Y ahora, cierra los ojos un momento.

Mark le obedece. Sigue incapaz de moverse.

—Mark, no quiero que abras los ojos hasta que yo te lo diga. —El tono del padre Merrill es cautivador, pero eso es una orden—. Y quiero que te imagines el interruptor que hay junto a mi mano. ¿Puedes hacerlo?

Mark asiente con la cabeza.

—Sí.

—Bien. Pues imagina que lo pulso. Ahora todo está perfectamente iluminado, hay tanta luz que casi no se pueden tener los ojos abiertos, así que es mejor que los mantengas cerrados. Pero aquí se ve perfectamente. ¿Puedes imaginártelo, Mark?

Mark no responde.

—¿Tú qué crees, Russell? —pregunta el padre Merrill— ¿Se ve aquí abajo?

—Perfectamente, padre-responde el agente-Veo todo el pasillo, hasta el fondo.

—¿Hay mucha mierda en el suelo? —pregunta Terence, desde arriba.

Mark suelta una carcajada. El padre Merrill sonríe.

—Déjame que me ponga las gafas de sol, Terence —responde Russell—. Porque la luz me está matando.

—Gracias, chicos —dice Mark. Mantiene los ojos cerrados, pero su respiración se ha normalizado.

—¿Puedes moverte? —pregunta el sacerdote.

—No estoy seguro.

—Concéntrate en tus manos y oblígalas a obedecerte, Mark. Te estamos esperando aquí abajo.

Donde todos flotan, piensa Mark, y se estremece. Jamás ha logrado terminar de ver esa película. Mucho menos ha pensado en leerse el libro. Mezclar payasos y oscuridad le parece el colmo del terror. Mark aparta la imagen del payaso con el globo rojo de su mente y se concentra en su mano derecha. Le ordena a sus dedos que se abran y suelten la escalera. Al principio no sucede nada, pero poco a poco, sus dedos se van abriendo.

—Lo estás haciendo muy bien, Mark.

Gracias, padre, pero yo me siento ridículo. Soy un jodido adulto aterrorizado como un niño pequeño en la oscuridad.

Por Paula. Se obliga a hacerlo por ella. Mueve una pierna para bajar un escalón, después la otra, y pronto uno de sus pies se introduce en un charco que Mark supone que es de agua residual e inmundicia. Intenta no pensar en ello. El padre Merrill le abraza por los hombros.

—Perfecto, Mark.

Terence pega un salto al llegar abajo. Mark siente que algo le salpica las piernas. Se obliga a no pensar en ello, porque de pronto, el miedo a la oscuridad ha sido suplantado por las náuseas. Se obliga a abrir los ojos. La luz del móvil ilumina tenuemente la cara de los cuatro hombres. Mark mira hacia delante, pero el camino que deben recorrer es una boca negra de oscuridad.

—Joder —murmura.

—Esto no es nada —asegura el padre Merrill, dándole un apretón en el hombro.

Mark resopla.

—Tenemos que recorrer unos ochocientos metros hacia allá y trescientos metros a la derecha, aproximadamente —dice Terence—. Y si los cálculos están bien hechos, saldríamos junto al garaje de la comisaría por donde huimos antes.

Russell le entrega el teléfono móvil a Mark, que lo coge, mirando la pantalla con cierta ansiedad. El fondo de pantalla es una fotografía del propio Russell con el brazo por encima de los hombros de Dennis Sloat. Ambos sonríen a cámara y parecen estar pasándolo bien.

—Será mejor que lo lleves tú —dice Russell.

—Gracias.

Russell se encoge de hombros e inicia la marcha. Mark le sigue. En un momento dado, mira hacia abajo y ve que el fondo lo forma un riachuelo de aguas marrones totalmente opacas que arrastran todo tipo de basura, desde plásticos y papeles hasta hierbas y hojas. El padre Merrill camina detrás de Mark. Terence cierra la marcha. Caminan despacio debido a la escasa luz, cuatro hombres en misión suicida en busca de una niña que no saben si sigue viva y a la que, al menos dos de ellos, presuponen muerta. Mark duda, pero se obliga a creer que sigue viva porque no quiere ni pensar en que haya podido morir. Y el padre Merrill es un hombre de fe y esperanza. Un hombre en duelo con Dios, al que clama por un poco de esa bondad que siempre ha creído que tenía hasta que se llevó la vida de su sobrino por delante.