Aidan Lambert es el primero en llegar hasta la sala de agentes. Candy está hurgando en el pecho de Andy, llevándose a la boca trozos de carne. Aidan levanta la escopeta para disparar a la mujer, y entonces recibe un golpe desde la izquierda cuando Parvati se lanza sobre él. Los dientes de la mujer se cierran a escasos milímetros de su cara. Aidan cae al suelo y empuja a Parvati para apartarla de él. La mujer cae dando vueltas sobre sí misma.
Terence empuja a Zoe a un lado y desengancha el hacha de su pantalón. Parvati vuelve a lanzarse sobre Aidan, que está intentando levantarse, y Terence le da una patada en la cara que hace que la mujer se estrelle contra la pared.
Zoe se ha quedado paralizada junto al mostrador. Detrás de ella, Verónica, el padre Merrill, Jason y Carrie, Kurt, Dolores y Mark observan lo que ocurre. Cerrando el grupo, apuntando con la escopeta hacia la espalda de Mark, el agente Dinner.
Parvati no se detiene. Vuelve a lanzarse a la carga y Terence le hunde el filo del hacha en la barbilla. El cuerpo de Parvati se estremece y cae al suelo. Su brazo derecho sufre un espasmo y se queda quieto. Definitivamente.
—¡Cuidado, Terence!
El grito de Verónica hace que Terence se dé la vuelta, pero no lo suficientemente rápido como para evitar a Candy, que salta sobre él y hunde los dientes en el brazo del bombero, sobre el escudo de Castle Hill del uniforme. Terence se revuelve y trata de soltarla. Verónica agarra a Candy desde atrás y tira de ella. Cae al suelo, de culo, con Candy encima. Candy grita y se revuelve y lanza los dientes hacia Verónica, mordiendo el aire a unos centímetros de su cara. Vuelve a lanzarse al ataque, pero Terence le da una fuerte patada en el estómago y la lanza volando hacia la puerta. Candy se da un fuerte golpe, que parece incitar más a los muertos del exterior, que golpean la puerta por el otro lado con mayor insistencia. Candy vuelve a ponerse en pie. Aidan dispara, y de repente, la cabeza de Candy parece desaparecer y explotar hacia atrás. Su cuerpo cae al suelo como si fuera un saco de patatas. Pero el disparo no se detiene al atravesar la cabeza de la prostituta, sino que sigue su trayectoria recta y hacia delante e impacta en el lateral de la puerta, sobre una de las bisagras. La presión desde el exterior hace que la puerta se combe de inmediato.
—Joder —murmura Terence.
—¡Lo siento! —exclama Aidan.
Russell empuja a Mark y levanta la escopeta. Su disparo acierta en el pecho de Andy Probst y lo catapulta hacia detrás, salvando a Aidan Lambert de una muerte segura, ya que el antiguo jefe del periódico estaba a punto de lanzarse sobre él.
—¡Vamos! —grita— ¡Podemos salir por la puerta del garaje!
Nadie espera una segunda orden. Russell abre la carrera y todos le siguen. Terence tira de Verónica para ayudarla a levantarse y la empuja para que corra delante de él. Andy vuelve a levantarse y corre hacia ellos. Terence se da la vuelta y le espera, blandiendo el hacha. Espera hasta que Andy se encuentra a una distancia prudencial y lanza su golpe. La hoja del hacha corta el aire, provocando un sonido similar a un silbido, y atraviesa el cuello de Andy como si fuera de mantequilla. El cuerpo se estrella contra la pared y se derrumba. La cabeza vuela por el aire, rebota sobre el mostrador y cae junto al cuerpo de Candy, cerca de la puerta. Antes de darse la vuelta para echar a correr, Terence ve que varias manos empiezan a atravesar la zona de la puerta cercana a la bisagra saltada.
No les queda mucho tiempo.
Terence se da la vuelta. Mientras recorre el pasillo a toda velocidad y luego baja las escaleras que llevan al garaje, tiene tiempo de preguntarse qué harán si tras la puerta del garaje hay otra multitud de zombis. También tiene tiempo de lamentarse, porque la comisaría era el refugio perfecto y ellos deberían de haberse dado más prisa encerrando a la mujer en una celda. Si lo hubieran hecho, la otra mujer y Andy estarían vivos. Y si Aidan no hubiera disparado, no estarían corriendo para escapar antes de que la comisaría sea asaltada por esas cosas. Claro que si Aidan no hubiera disparado, muy probablemente Verónica estaría muerta. O él.
Se pregunta por qué todo tiene que salirles mal.
Y alcanza la planta baja en el mismo momento en que escucha que arriba la puerta cede bajo el peso de todos los muertos que se agolpan contra ella. Los oye entrar, y escucha sus gritos hambrientos y necesitados. Atraviesa la endeble puerta acristalada que da al garaje a tiempo para ver al padre Merrill, Russell y Mark intentando levantar la puerta metálica a pulso. El garaje está vacío, porque todos los coches patrulla estaban fuera cuando empezó el caos.
La puerta metálica sube, y Terence nota el golpe de aire frío en la cara. Russell es el primero en salir y mirar hacia los dos lados. Señala hacia la derecha.
—¡Vienen a por nosotros! ¡Corred!
Y echa a correr hacia la izquierda. El resto le sigue, incluso Kurt corre a toda velocidad, movido más por la adrenalina que por las fuerzas que le quedan. Mark se queda paralizado y mira hacia la puerta de la que ha venido Terence.
—¡Paula! —exclama.
Hace ademán de lanzarse hacia allí, pero Terence le agarra del brazo y se lo impide.
—¡No! ¡Ya han entrado!
—¡Tengo que ir a buscarla! —grita Mark, desesperado.
—¡No! —Terence le empuja hacia fuera—. ¡Ya no hay tiempo!
Mark echa a correr, siguiendo al resto. Terence también, y al salir a la calle, de regreso a la lluvia, echa un vistazo hacia la derecha y ve que son muchos los zombis que corren hacia él. Y a los más cercanos les saca menos de veinte o treinta metros.
No lo conseguiremos.