10

Aidan Lambert abre la ventana del vestíbulo y apoya una de las piernas en el alfeizar. Los rugidos de la masa de muertos que intentan agarrarle a pesar de encontrarse fuera de su alcance le asustan un poco, pero se asoma y levanta los brazos, como una estrella de rock ante su público. Y casi le parece sentir que la masa enloquece al verle y se agolpan contra esa zona del edificio.

—¡Venid, hijos de puta!

—Recuerda —dice Russell—. No empieces a disparar hasta que te lo digamos.

Aidan asiente. Mira hacia atrás. Zoe está junto al mostrador. Acaba de transmitir el plan a los supervivientes que van de camino, y se quedará junto a la radio para saber cuándo estén cerca.

Andy se ha quedado en la sala de agentes. Se asomará a una de las ventanas y llamará la atención de los muertos. Aidan no confía mucho en la habilidad de Andy Probst, pero no le importa. Él piensa hacer todo el ruido del mundo. Russell, los dos bomberos y el extranjero estarán escondidos en una habitación de la parte trasera del edificio, esperando que Zoe de la señal antes de abrir la ventana por la que intentarán que entre el nuevo grupo de gente.

Aidan mira de nuevo hacia el exterior. La lluvia le salpica, pero no le molesta. Observa la horda de muertos vivientes y empuña la escopeta con fuerza.

—Enseguida estoy con vosotros, cabrones —murmura.

Después, cierra la ventana y mira hacia Zoe. En ese momento la chica está de espaldas a él, por lo que Aidan aprovecha para mirarle el trasero. No le importaría montárselo con ella. Le gustan las mujeres más voluptuosas, pero Zoe tiene un rostro lo suficientemente aniñado como para producirle morbo. A¡dan levanta la vista, y siente que se le encienden las mejillas al ver al padre Merrill observándole.

—No sabía que estuviera aquí —dice.

El padre Merrill le quita peso con un gesto de la mano. Zoe se da la vuelta y les mira, sonriente.

—¿Qué tal, padre?

—Cansado, Zoe. Pero no me quejo.

El padre Merrill se sienta en una silla. Aidan se acerca a él y se sienta a su lado. Deja la escopeta sobre sus piernas.

—¿De verdad cree que podremos salir de esta, padre? —pregunta. Tiene que alzar la voz para hacerse oír por encima del estruendo que provocan los muertos al golpear una y otra vez la puerta de la comisaría.

—¿No lo crees tú, Aidan?

Aidan se encoge de hombros.

—No lo sé. Es muy posible que no, en realidad. ¿Ha visto cuántos son?

—Los caminos del señor…

—Sí, sí, sí… son inescrutables, eso ya lo ha dicho.

El padre Merrill asiente con la cabeza y observa a Aidan. Su mirada es penetrante, y Aidan se siente incómodo, lo cual no es una sensación que esté acostumbrado a tener. Casi le da la impresión de que el sacerdote puede ver a través de él y sacar a la luz todas las cosas sucias que hay en su vida. Es una estupidez, por supuesto, pero no puede evitar pensarlo.

—Aidan Lambert —dice el padre Merrill—, no eres un hombre religioso, lo sé. Pero lo que he dicho antes también iba por ti. Si quieres hablar, puedo escucharte.

—No soy bueno hablando, en realidad. No de mí.

—¿Crees que irás al cielo, Aidan?

—¿Suponiendo que exista?

El padre Merrill sonríe, divertido.

—Sí, supongamos que existe. ¿Crees que irás al cielo?

Aidan piensa en la respuesta. Se encoge de hombros.

—Si los parámetros que permiten la entrada al cielo son los que promulga su Iglesia… creo que estoy jodido.

El padre Merrill suelta una carcajada, y Aidan se sobresalta. Mira al padre Merrill con asombro, pero la risa del hombre es real. Desde detrás del mostrador, junto a la radio, Zoe les observa de vez en cuando, pero Aidan duda que les oiga. El estruendo de los golpes es realmente atroz.

—¿Por qué crees que estás jodido, Aidan? —pregunta el padre Merrill, con lágrimas en los ojos por la risa.

—Bueno, las dos señoritas de ahí dentro son una de las causas, yo creo. No la única, pero ya le he dicho que no soy bueno hablando de mí.

—No importa, Aidan, no importa. Pero sigamos suponiendo cosas por un momento. Supongamos que el cielo existe, y que por tanto, existe Dios ahí arriba, observándonos.

—Me ahorraré lo que le diría porque no quiero faltarle más al respeto, padre.

El padre Merrill vuelve a reír. Aidan sonríe también esta vez. Está gratamente sorprendido. La imagen que siempre ha tenido de los curas ha estado marcada por el desprecio que le generan. Para él, todo hombre o mujer que acepta dedicar su vida a eso, más aún los célibes, son una clase extraña de perturbados mentales. Le sorprende que el padre Merrill sea un tipo agradable y con sentido del humor.

Casi le da pena haberlo conocido en estas circunstancias.

—Llámame Albert —dice el padre Merrill—. A las personas religiosas no suele gustaros llamarnos «padre».

—No me preocupa llamarle padre —asegura Aidan.

—Como desees. Pero sigamos suponiendo que existen Dios y el concepto de cielo de la Iglesia católica. ¿De acuerdo?

—De acuerdo.

—Estarás de acuerdo en que el cielo es un buen lugar al que ir una vez tengamos que marcharnos de aquí. Mejor que el infierno, al menos.

—Solía decir que el infierno era un lugar mejor porque era a donde van las colegialas de faldas cortísimas. Era una pequeña broma. Pero sí, imagino que, si aceptamos la creencia de Dios y el cielo, el infierno no es un buen lugar en el que pasar la eternidad.

—Eso mismo creo yo. Y ya había oído esa broma de las colegialas.

Aidan sonríe de nuevo.

—Ahora bien, Aidan… Aunque ambos sabemos que no eres un creyente, ¿no te gustaría asegurarte la entrada en el cielo por si acaso resulta que soy yo el que está en lo cierto?

Aidan abre la boca pero no dice nada. De repente, la pregunta del sacerdote le parece importante, incluso aterradora. Porque es posible que no les quede mucho tiempo, y él cree que después de la muerte solo hay una nada eterna, pero es posible que se equivoque, eso es cierto. Y entonces, él iría al infierno. Así es la vida, tú te lo buscaste, hasta luego, cocodrilo.

—¿Puede un no creyente ir al cielo?

—¿Acaso no salvó jesucristo al hombre que estaba crucificado junto a él?

—¿Y qué tendría que hacer? Porque ya le he dicho que no se me da bien hablar de mí.

—Aidan, lo único que tienes que hacer es arrepentirte. Pero hacerlo de verdad.

Aidan mira al padre Merrill a los ojos durante unos segundos más. Después baja la mirada y se da cuenta de que siente un nudo en el estómago.

—Me arrepiento —murmura, sin atreverse a mirar de nuevo a los ojos al sacerdote.

El padre Merrill sonríe con la expresión de quien ha hecho bien su trabajo. Porque eso es lo que siente. Sabe que podría morir en ese momento con la satisfacción de haber logrado su labor. Ha salvado al menos a una de esas almas. Puede darse por satisfecho. Aunque no se detendrá ahí.

Apoya la mano derecha en el hombro de Aidan, con firmeza.

—Dios te perdona tus pecados, Aidan.

—En realidad —contesta Aidan—, espero que sea usted quien tenga razón. La idea del cielo me parece más atractiva.

El padre Merrill le guiña un ojo y se levanta. Aidan se queda sentado en la silla, pensativo. Mira hacia Zoe, pero de repente, se siente incapaz de pensar en ella en términos sexuales como habría hecho en cualquier otra ocasión. Aidan mira la escopeta que tiene sobre las piernas y suspira. Esperará la señal de Zoe y, cuando la oiga, se asomará a esa ventana y cumplirá con su cometido. Pero ya no está tan seguro como antes de que vaya a disfrutar disparando a los muertos del exterior.

Escucha el crepitar de la radio. Zoe agarra el micrófono.

—Aquí Zoe. Cambio.

—Estamos a un par de minutos de la comisaría. Cambio.

—Recordad, id directos hacia la parte trasera. Intentaremos apartarles de vuestro camino. No os asustéis si escucháis disparos. Cambio.

—Espero que nos veamos dentro de un momento. Cambio y corto.

Zoe deja el micrófono en su sitio.

—¡Ya están llegando! —grita, para hacerse oír en toda la comisaría.

Aidan se incorpora, empuñando el arma y se acerca a la ventana. Zoe ha salido corriendo desde detrás del mostrador, y le abre la ventana.

—Gracias, guapa —le dice.

Después, Aidan se asoma al exterior y les hace un corte de mangas a la muchedumbre que llena el parking de la comisaría.

—¡Venid a por mí, hijos de puta! —grita.

Y la muchedumbre le devuelve cientos de gritos y gruñidos mientras se agolpan debajo de su ventana. Aidan escucha gritos a su derecha. Andy Probst está haciendo su parte, llamando la atención de esos seres. Aidan nota una mano en su espalda. —Dales duro— le dice Zoe.

Casi no la oye debido a los gritos desesperados de los muertos. Aidan mira las manos que se extienden hacia él, los dedos que se cierran y se abren tratando de agarrarle sin medir realmente que están muy lejos de él. Levanta la escopeta. El primer disparo le revienta la cara a una mujer. Y el ruido parece hacer que la masa enloquezca aún más.

—Dios santo, no paran de venir…

Y Aidan ve que Zoe está en lo cierto. Ve muertos que corren hacia el edificio y el gentío que se agolpa delante de él desde todas las calles que tiene a la vista. Apunta de nuevo y dispara.