8

El corazón de Dennis Sloat ha empezado a bajar el ritmo de sus pulsaciones. Verónica no se ha dado cuenta porque tiene la mirada fija en la calle por la que conduce. No puede ir demasiado deprisa porque la lluvia es demasiado fuerte, y en dos ocasiones ha tenido que girar repentinamente para esquivar algún coche abandonado en medio de la calzada, o a uno de esos muertos vivientes que apareció desde delante corriendo hacia el camión con los brazos extendidos hacia él. Hace ya un rato que Dennis no habla y mantiene los ojos cerrados, por lo que no hay ningún cambio externo cuando su corazón se detiene finalmente. Tan solo puede percibirse que ha muerto si observas con cuidado su pecho ahondarse al expulsar el aire… y quedándose quieto.

Un segundo después, Dennis Sloat empieza a tener convulsiones. Verónica gira la cabeza para mirarle, asustada, y aprieta el pedal de freno. El camión se detiene al mismo tiempo que Verónica estira la mano para tocar el cuello del jefe de policía. En ese momento Dennis abre los ojos, pero ya no hay vida en ellos, sino tan solo ese ansia hambrienta que caracteriza a los muertos que hoy corren por las calles del pueblo. Lanza una dentellada hacia la mano de la bombero, pero los reflejos de ella son buenos y aparta la mano rápidamente. Los dientes del hombre se cierran con fuerza sobre el aire donde un instante antes estaban los dedos índice y corazón de Verónica.

Suenan como una claqueta.

Dennis se lanza hacia Verónica y ella le lanza un puñetazo directo a la sien. La cara del comisario se estrella contra el salpicadero y el hueso de su nariz cruje al romperse. Verónica busca el manillar de la puerta y la abre. Dennis vuelve a lanzarse sobre ella, y Verónica pierde apoyo y cae al suelo de espaldas. El golpe le hace perder el aire de golpe. Ve a Dennis asomarse por la puerta y lanzarse de nuevo sobre ella. Verónica le ve caer, con la boca abierta dispuesta a hincarle los dientes. Y apenas un momento antes de que el comisario caiga sobre ella, el pie de Terence le golpea mientras aún está en el aire, lanzándole un par de metros más allá. Ni siquiera el brutal golpe detiene al que fuera comisario de Castle Hill, que vuelve a levantarse. El hombro izquierdo se le ha dislocado y forma un bulto en el hombro. Terence agarra el mango del hacha y lanza un golpe.

El cuerpo de Dennis Sloat da varios pasos más antes de caer al suelo. La cabeza, sin embargo, sale volando varios metros más allá y rueda por el suelo antes de detenerse junto a un bordillo. Sus ojos aún siguen moviéndose, buscándoles.

Terence se da la vuelta y le ofrece la mano a Verónica. La ayuda a incorporarse.

—¿Estás bien?

Ella asiente.

—Gracias a ti.

Mark y Paula corren hacia ellos.

—¡Están alcanzándonos!

—La comisaría está allí. Podemos refugiarnos dentro —dice Terence, señalando.

Los cuatro echan a correr. Mark, agarrando en todo momento la mano de Paula. La horda de zombis que les siguen rodea el camión de bomberos apenas un momento después, todos corriendo y agitando los brazos, aullando al cielo. Mark mira hacia atrás, y los ve demasiado cerca. Siente que le va a estallar el corazón en el pecho y vuelve a mirar hacia delante. La comisaría está delante de ellos, a unos cien metros.

Terence mira a la niña y echa la vista atrás. Un par de esas cosas les están ganando terreno rápidamente. Terence baja el ritmo y deja que Mark, Paula y Verónica le adelanten. Sostiene el hacha con las dos manos y se gira hacia la horda de zombis que corre bajo la lluvia hacia él. Alcanza a distinguir a algunos. La que más le llama la atención es la chica con la cara masacrada en bikini. Reconocería esa trenza en cualquier lugar, pero el rostro de Patricia Probst ha desaparecido. Ahora es únicamente una calavera con algo de piel y sangre encima.

De un golpe con el hacha Terence le abre la cabeza a uno de los zombis que iban en cabeza. Luego se gira hacia el segundo y le hunde el hacha en el estómago, casi partiéndole en dos. De una patada, le derriba hacia atrás. Terence se da la vuelta y corre. Ahora los tiene a menos de cinco metros, pero Terence confía en su buena forma física.

Aidan Lambert sigue de guardia junto a la puerta de la comisaría. Tiene frío, pero se siente mejor que nunca. No sabe si es la sensación de estar desnudo bajo la lluvia o el arma que tiene en las manos. Retrocede hasta la puerta y la abre.

—Creo que será mejor que mire esto, agente.

Russell se acerca corriendo y se asoma.

—Joder.

Alcanza a ver cuatro sombras, una de ellas parece un niño pequeño, perseguidas por una horda de muertos vivientes que ha empezado a inundar el parking de la comisaría.

—Meteos dentro. Todos.

Aidan Lambert no se para a discutir. Russell sale hasta el primer escalón y apunta con su arma hacia la masa de muertos vivientes que corre en esa dirección. Al agente Dinner le parece que hay al menos un par de cientos de personas. Se queda corto. En realidad, son trescientos veintiséis antiguos habitantes de Castle Hill los que se dirigen hacia ellos. Y son solo el principio de los muchos más que aún están por llegar. Russell mantiene la posición, el dedo sobre el gatillo, mientras Verónica Buscemi, Mark Gondry y Paula Henderson comienzan a subir la escalinata. Terence va el último y salta los escalones de tres en tres. Russell dispara. La cabeza de un hombre desaparece y su cuerpo cae al suelo, provocando la caída de varios de los zombis que corrían junto a él. Russell retrocede hacia la puerta y dispara de nuevo. Esta vez le acierta en el pecho a una mujer, que arrastra en su caída a cinco personas más.

Solo que no son personas.

Russell espera a que Terence cruce la puerta y le sigue, rápido y ágil. Al otro lado, Aidan cierra la puerta de un empujón y gira la llave dos veces antes de que la masa se estrelle contra la puerta. Aidan da un salto hacia atrás y mira la puerta con pavor, pero por suerte para todos ellos son puertas de metal y resisten perfectamente el empuje de los muertos que quieren entrar a por ellos.

Russell recarga el arma y mira a los recién llegados. Terence y Verónica jadean ligeramente, pero el otro hombre está apoyado sobre el mostrador, tratando de recuperar el aliento. La niña, a la que Russell reconoce, se abraza a él. Con ellos cuatro, son trece las personas que ahora se encuentran en la comisaría.

Russell nunca ha sido supersticioso, pero en esas condiciones, el trece le parece un número de mal agüero.

—¿Aguantarán las puertas? —pregunta Aidan Lambert.

Russell observa que Terence sujeta el hacha que los bomberos utilizan para abrir puertas en la mano derecha. El filo está manchado de sangre que gotea sobre el suelo, mezclándose con el agua de lluvia que sueltan sus ropas. Russell se gira hacia Lambert.

—Aidan, por favor, vístete.

Aidan no responde, pero acepta el uniforme de policía que le entrega Zoe.

—Me alegro de teneros aquí —le dice Russell a Terence y Verónica.

—¿Hay más gente?

—Solo nosotros.

Terence menea la cabeza. Verónica asiente. Russell pasa de largo junto a ellos y se acerca a Mark y Paula. Mira a la niña y le revuelve el pelo. Ella le dedica una mirada de miedo, y desvía la vista hacia la puerta.

—Tranquila, no podrán entrar.

—He visto como debirraban…-Paula frunce el ceño y se corrige —derribaban… dos puertas.

—Pero estas son las de la comisaría - Russell le guiña un ojo y mira a Mark-Russell T.Dinner, señor…

—Mark Gondry.

Mark le estrecha la mano a Russell.

—Si las circunstancias fueran otras, señor Gondry, le diría que encantado de conocerle.

—Lo mismo digo.

Russell asiente y se da la vuelta. Todos le miran. Y a Russell le molesta pero le halaga que todos esperen algo de él. Supone que ahora es el líder y debe tomar las decisiones. No está seguro de sentirse preparado. En la glorieta del Rey se sintió paralizado y huyó. Eso no es lo que hacen los líderes. Daría lo que fuera para que volviera Dennis. Pero, visto lo visto, está bastante seguro de que eso ya no sucederá.

—Bien —dice, tratando de ordenar sus ideas. Se siente cansado y algo embotado, pero sabe que esas doce personas que están con él le necesitan. Tal vez no todas ellas, porque está bastante seguro de que Terence y Verónica son capaces de cuidarse solos, pero sí la mayoría—. Supongo que ahora dependemos de nosotros mismos.

Como queriendo recalcar sus palabras, el sonido de un trueno retumba en el edificio y fuera de él. En el exterior, los zombis se agolpan sobre la parte delantera de la comisaría, y cada vez llegan más desde las distintas calles que confluyen en el edificio. La lluvia les azota, pero ellos la ignoran. Tropiezan con las cosas que hay por el suelo, pero vuelven a levantarse, como autómatas, o son pisoteados en el suelo. Alzan sus brazos, de dedos arrancados o extendidos al aire. El agua ha limpiado la mayoría de sus heridas, y todos muestran más de una en cara, cuellos, pecho y brazos. Algunos también en las piernas. Más de uno arrastra piernas rotas o intestinos que resbalan del interior de su cuerpo por alguna herida.

Si te fijas, verás que reconocemos a más de uno y de dos. Ahí está Patricia Probst, a la que ya antes ha visto Terence. Parece que le han arrancado la cara a mordiscos. Y mira, allí está Dale McNamara, el dueño del Paradise Fall, extendiendo lo que le queda de brazo izquierdo hacia la pared de la comisaría. Su estómago, por lo general voluminoso, parece un balón deshinchado. También alcanzo a ver a Ace Hantz, el chofer de Aidan Lambert, que aún lleva el casco izquierdo del Ipod incrustado en la oreja. Y allí está Ken Jackson, o lo que queda de él, porque la mitad derecha de su cara deja a la vista músculos y huesos. El ojo de ese lado no está, pero el otro ojo se mueve enloquecido en la órbita, buscando algo con lo que alimentarse. Y allá, a lo lejos, inconfundible con ese vendaje en el cuello, en absoluto pendiente nunca más de las nubes que haya en el cielo, Neville. Y hay más. Muchos más.