Con la escopeta por delante y agarrando la mano de Paula, Mark entra en el vestíbulo del Paradise Fall por la puerta del patio interior y mira a su alrededor. Él, que de pequeño le tenía pánico a la oscuridad y que aún, a día de hoy, duerme siempre con alguna luz encendida, no puede evitar sentir un cosquilleo en la espalda al entrar en ese vestíbulo en penumbra. Por suerte, la puerta que da a la calle es de cristal y entra algo de luz, confiriéndole al lugar un aspecto lúgubre. Fuera llueve cada vez con más fuerza.
Las ropas de Mark y Paula gotean y bajo ellos se está formando un charco.
Pueden oír los sonidos que producen esos seres en la calle. No tienen ninguno a la vista de momento, pero esa puerta de cristal no le da buen karma a Mark. Cruza el mostrador de recepción y coge la primera llave que encuentra. Después la mira. Bajo el logo del hotel hay un número escrito 302.
—Vamos, cariño —susurra.
No quiere hacer ruido. Se dan la vuelta y comienzan a subir escaleras. Al llegar al tercer piso ambos escuchan un fuerte ruido en el piso de abajo. Cristales. Mark maldice y tira de Paula con fuerza hacia el pasillo, buscando los números en las puertas. Cuando ve el 302 en una pequeña placa de madera, se lanza hacia esa puerta, mete la llave en la cerradura, le cuesta y necesita dos intentos porque la mano le tiembla, y abre la puerta. Paula entra en la habitación y él la sigue. Cierra la puerta a su espalda y le da dos vueltas a la llave. Después, mira alrededor.
Es una habitación de hotel clásica. Paredes pintadas de color tierra con un par de cuadros con colores chillones, cama doble perfectamente hecha, dos mesitas de noche y un escritorio. Mark empuja el escritorio hacia la puerta para bloquearla. Después hace lo mismo con una de las camas. No cree que esa improvisada barricada pueda servir de mucho si logran romper la puerta, pero al menos impedirá que logren abrirla a base de embestirla. Tal vez incluso les disuada.
Mark no está del todo convencido. Sabe que tienen una posibilidad muy grande de morir en esa habitación. También sabe que hará todo lo posible para resistir. Y guardará siempre una bala para la niña. No piensa permitir que se la coman viva.
Aunque puestos a pensar en ello, Mark no cree ser capaz de apretar el gatillo.
—¿Estamos a salvo aquí? —pregunta ella, alzando los ojos hacia él.
—Eso espero.
Paula acepta la respuesta y se acerca a la ventana. Las criaturas que, por los pasos y gritos, Mark cree que al menos hay cinco o seis, llegan al tercer piso y empiezan a golpear la puerta. Saben que estamos aquí, maldita sea. ¿Cómo coño pueden saberlo?
Mark mira la escopeta. Le da vueltas, tratando de averiguar cómo se abre y finalmente lo consigue. Comprueba que los dos cartuchos que están puestos en ese momento están utilizados. Carga dos nuevos y cierra la escopeta. De momento la puerta resiste.
—Mi mamá me enseñó a rezar.
La voz de Paula es apenas un susurro, y la frase es tan reveladora de que la muerte es una posibilidad que Mark siente que los ojos se le llenan de lágrimas. Se da la vuelta. Paula está mirándole, y ella ya está llorando. Mark siente una lágrima que resbala por su mejilla y se agacha junto a la niña.
—¿Quieres que recemos?
Paula mira hacia la puerta. Los golpes y gritos se han vuelto más frenéticos y ansiosos. Vuelve a mirar a Mark y asiente con la cabeza.
—No soy un hombre muy religioso, pero creo que me acuerdo del Padre Nuestro. ¿Te parece suficiente?
Paula se encoge de hombros. Mark le pasa la mano por la mejilla con cariño.
—Padre nuestro que estás en el cielo, —Mark comienza la oración dudando. A medida que avanza, se da cuenta de que le sale sin tener que pensar. Hay cosas que no se olvidan con los años. Como andar en bicicleta. Paula une su voz a la de él— santificado sea tu nombre, ven a nosotros tu reino. Hágase tu voluntad, así en el cielo como en la tierra. Y perdona nuestras ofensas…