15

Seguro que en algún momento te habrás preguntado qué ha sido de Elvira Nosferatu Tuckson. ¿La recuerdas? Seguro que sí, tienes memoria.

Pues, rápidos como una bala nos dirigimos hacia su casa en la cuesta del mirador. Ahí está, sentada en una silla baja de madera, entre montones de periódicos amarillentos y desgastados, que parece que van a desintegrarse en cuanto alguien les ponga una mano encima. Si se ha mantenido viva hasta ahora es porque la zona en la que vive está deshabitada, ya sabes, son segundas viviendas de veraneo y la gran mayoría tiene las persianas bajas.

Y sin embargo, le ha llegado la hora. Claro que ella no lo sabe, y nosotros vamos a ser testigos de excepción.

Su cara de vampiro tiene una mueca risueña, pero la sensación que da mirarle a los ojos es de terror. Esta mujer tiene un aura negativa. De eso podemos estar seguros. Además, no podemos comprender qué es lo que hace sentada sin nada en las manos, nada enfrente, la mirada simplemente perdida en la pared. Se supone que esto es el dormitorio y sin embargo, no vemos ninguna cama, ni siquiera un triste y apolillado colchón.

Un fuerte golpe resuena en toda la casa. La cara de Elvira se tuerce un poco a la derecha, como si algo le hubiera interrumpido su trascendental momento. Con una mueca de incomprensión, se levanta, y cuando lo hace, podemos ver sus huesudas piernas llenas de pelos. No es una visión agradable. Nada comparable a la explosiva Verónica Buscemi, por supuesto. Esa mujer tiene un cuerpo de escándalo.

Elvira sale de la habitación y mira hacia las escaleras. La iluminación es pobre y amarillenta, pero suficiente para ver que están vacías. Elvira hace una mueca, enseñando los dientes, y para nuestro asombro, escupe un inmenso y repugnante lapo al suelo. Después, regresa a la habitación.

En la planta baja escuchamos el ruido de cristales al ser rotos, y un suave tableteo. Elvira vuelve a salir de la habitación y mira de nuevo hacia la escalera. En su rostro debería aparecer el miedo. Es la primera emoción que una persona normal sufriría al notar que alguien —o algo— ha allanado su hogar. Pero Elvira no es una persona normal, y el miedo no aparece por ninguna parte. Su rostro sigue siendo una máscara mortuoria y firme como la piedra. Hace tiempo que perdió la cabeza.

Se acerca al borde de la escalera y mira hacia abajo. Allí no hay nada. Elvira tuerce un poco la cabeza, pero tampoco oye nada. Sin agarrarse a la barandilla, desciende un escalón. Primero el pie derecho, luego el izquierdo. Baja otro escalón. Y después un tercero. Se inclina un poco hacia el lado, pero no ve nada en la parte de debajo de las escaleras. Desciende al cuarto escalón y entonces aparece desde el salón, un hombre vestido con uniforme de jardinero, toda la espalda desgarrada y arrastrando la pierna derecha, que tiene una gran herida en el muslo. Si nos fijamos, se ve hasta el hueso. Al verla, levanta la cabeza y emite un sonido desgarrador, y dobla la velocidad. Cojea debido a la pierna inservible, pero avanza rápido de todas formas.

Elvira se da la vuelta y sube un escalón. Primero el pie derecho y luego el izquierdo. Sube otro escalón, y el jardinero ya ha alcanzado la escalera y empieza a subir, extendiendo las manos hacia ella, con los dedos engarfiados, babeando de hambre. Elvira no ha puesto aún los dos pies en el último escalón cuando uno de esos dedos le engancha la chaqueta y tira de ella. Elvira está en los huesos y no tiene fuerza en las piernas, así que cuando el jardinero tira de ella, Elvira pierde pie y cae hacia atrás, hacia sus fauces. El jardinero hunde sus dientes en la nuca de la mujer. La sangre salpica la pared y la barandilla de la esca lera. Elvira pierde pie y resbala. Ambos caen, pero mientras lo hacen el hombre no deja de morder y rasgar la carne. En algún punto de la caída, el cuello de Elvira se dobla y cruje.

Al menos tiene esa suerte. Ella no volverá a levantarse.