Kurt se da cuenta de que todo el mundo en la plaza parece haberse detenido y le están observando. Se da cuenta de que está montado en un coche patrulla con la ventanilla destrozada y manchas de sangre en el capó. Se da cuenta de que acaba de liberar a un prisionero delante de todos ellos. No oye los murmullos, pero sabe lo que están diciendo. No hace falta ser superdotado para saberlo.
Eso no es lo que más le preocupa. En otra situación, podría haberlo sido, pero no hoy.
Kurt se da cuenta de que toda esa gente va a morir si no huyen.
—Mierda —murmura.
Echa un vistazo al espejo retrovisor. Aún no se ven muertos corriendo hacia ellos. Abre la puerta del coche y sale.
—¡Corred! —grita— ¡Tenéis que salir de aquí!
Aarón Buchanan, los hombres que fuman a la puerta del juzgado y diez o doce personas más retroceden un par de pasos, pero siguen mirándole con la curiosidad de quien asiste a un fenómeno importante. Y en este momento, deberíamos notar la ausencia de Brad Blueman. Nuestro intrépido reportero con sueños de grandeza llamó a la comisaría justo después de que Kurt dejase libre a Jason. Nadie contestó, porque para entonces la línea de la comisaría está colapsada, y te aseguro que Zoe se está volviendo loca en la centralita porque ha recibido varias llamadas denunciando violentos ataques, incluso muertos, y ella no localiza al jefe Sloat, ni a Russell, ni a Patrick. Y Zoe, que por lo general nunca se desquicia, ha empezado a lanzar improperios a voz en grito mientras marca una y otra vez números de teléfono y con la otra mano aprieta el botón de la radio, rogándole a alguno de sus compañeros que la respondan. Que, por Dios Santísimo, la respondan de un puta vez.
Zoe y Brad Blueman tuvieron la misma idea al mismo tiempo. Avisar a Ken Jackson. Zoe, porque no localiza a los agentes que siguen de servicio. Brad, porque acababa de cruzárselo (el agente Jackson nunca le había dirigido la palabra, pero hoy le había felicitado por el artículo donde acusó al joven Fletcher de ser el autor del incendio en la granja de los Meyer. El agente Jackson ha ganado puntos a los ojos de Brad por ello, vaya que sí) y sabe a dónde ha ido.
Así que dejemos a Kurt Dysinger, que podría haberse quedado en el coche patrulla y abandonar a toda esa gente a su suerte pero que ha decidido intentar advertirles de lo que se acerca, y volemos en dirección al Yucatán, donde Ozzy está apuntando a la televisión con el mando a distancia tratando de sintonizar un canal deportivo donde poder ver, de nuevo, los goles de la selección mexicana, y Ken Jackson bebe café de una pequeña taza blanca.
Llegamos en el mismo momento en que empieza a sonarle el móvil. Su tono de llamada es la melodía principal de Ley y orden. Ken mira la pantalla y tuerce el gesto al ver que es una llamada desde la comisaría.
—¿Sí? —pregunta al contestar.
—¡Ken! —Zoe está gritando, lo cual no es normal— ¿Dónde coño estás?
—Tomándome un café en el Yucatán. Aún me faltan unas horas para entrar…
—¡No localizo a Dennis! ¡Ni tampoco a Russell ni a Patrick!
—Que yo sepa, Russell está trasladando al chico de los Fletcher.
—Sí, y Patrick está en el túnel, en un accidente de tráfico, y Dennis se dirigía a la plaza del rey, pero ninguno de ellos contesta, y la centralita se ha vuelto loca.
—¿Pero qué pasa?
—¡No estoy segura! Al parecer un grupo de gente ha atacado a otro. No sé si es una pelea, no sé lo que es, pero en varias llamadas hablaban de muertos, Ken.
¿Muertos? ¿En Castle Hill?
Ken se incorpora, y al hacerlo golpea la taza de la que estaba bebiendo y derrama algo de café en la barra.
—¿Dónde?
—En la glorieta del Rey.
—Voy para allá. Te llamo cuando llegue. Sigue intentando localizar a Dennis.
—Voy a llamarle al móvil.
Ken cuelga el teléfono y mira a Ozzy.
—¡Ozzy! ¿Tienes algún arma aquí?
Los siete hombres que hay en el bar se giran para mirarle. A Ken no le importa, no piensa ir desarmado. Ozzy le mira extrañado.
—Soy mexicano, Ken. Los mexicanos armados no son bien vistos en tu país.
En otro momento, Ken tal vez se habría reído. Ahora maldice en voz alta. Su arma reglamentaria está en la mesita de noche, junto a su cinturón y su placa. No tiene tiempo de ir a cogerlos si lo que está ocurriendo en la glorieta del rey es tan grave como parece. Alguien ha muerto, y lo único que sabe es que ha habido alguna clase de pelea. No sabe si esa pelea continúa.
En fin, Ozzy no tiene armas, así que tendrá que ser desarmado.
—Yo tengo un revólver en la guantera.
Ken gira la cabeza para mirar a Erik Killian, un jubilado que suele pasar las horas del día sentado en alguna mesa del Yucatán charlando con Ozzy o jugando al ajedrez con sus amigos jubilados. Erik se encoge de hombros ante la mirada del agente Jackson.
—Uno nunca sabe si la va a necesitar, pero es mejor tenerla en caso de que sí —dice Erik, excusándose—. Nunca la he disparado, pero está cargada.
—Déjamela. Te la devolveré.
Erik hace un gesto con la mano, restándole importancia al asunto, y se levanta. Ken le sigue al exterior. La furgoneta del hombre está aparcada delante del bar. El resto de parroquianos, incluso el propio Ozzy, se acercan a la puerta para seguir la acción de cerca.
—¿Qué ha ocurrido? —pregunta curioso uno de los hombres.
Ken no contesta. Erik le entrega un pequeño revólver, de calibre pequeño. No es gran cosa pero servirá para disuadir a quien necesite disuadir. Se lo está guardando en el cinturón cuando escucha su nombre de nuevo.
—¡Agente Jackson!
Ken y Erik giran la cabeza. Lo mismo ocurre con Ozzy y el resto. Brad Blueman corre hacia ellos, resollando y casi sin aire. No está en buena forma y esa carrera le ha dejado sin aliento.
—Lo siento, Brad, pero ahora no tengo tiempo. Erik, te voy a pedir las llaves de la furgoneta, si no te importa.
—Claro que no, agente - Erik se las entrega. El llavero es de madera y tiene forma de gallina. En uno de sus lados dice Piensos Larsson en letras negras. —La segunda marcha entra regular y el motor hace ruido, pero llévesela si la necesita.
—Gracias.
Ken Jackson se está montando en la furgoneta de Erik Killian cuando Brad Blueman llega finalmente hasta ellos, jadeando y con la lengua fuera. Le agarra del brazo.
—Agente Jackson, un momento… —Brad respira hondo, tratando de recuperar el aliento.
—Señor Blueman, de verdad que no tengo tiempo. Tengo que atender una llamada que…
—¡Escúcheme, joder! —grita Brad Blueman.
Ken se sobresalta con el grito. Detrás de ellos, se escucha un murmullo de asombro entre la gente que les observa desde la puerta del Yucatán. Brad le mira. Y entonces abre la boca y le cuenta atropelladamente lo que ha visto en la Plaza de la Constitución.
—Jason Fletcher se está fugando con ese doctor? —a Ken le da la impresión de estar viviendo en una realidad paralela.
—Hay sangre en el coche. Y la ventanilla está reventada —añade Brad.
Ken Jackson trata de imaginarse lo que ha ocurrido. ¿Han matado a Russell? ¿Tiene algo que ver con las llamadas que ha recibido la central? Sacude la cabeza y le hace un gesto a Brad para que suba en la furgoneta.
—Vamos.
Y Ken Jackson arranca. El tubo de escape de la furgoneta lanza una bola de humo azul y carraspea, pero sale despedida hacia delante, dejando al grupo que les observa desde la puerta del Yucatán con expresión de incredulidad.
Y para entonces Kurt parece estar poseído. Está gritando y haciéndole gestos con la mano a la gente que le observa en la plaza, pero no obtiene resultados. De cuando en cuando echa una mirada atrás, porque le parece haber oído gritos cercanos y sabe que los muertos están a punto de llegar. Y entonces tiene una idea.
Se da la vuelta y echa a correr hacia el coche. La Desert Eagle sigue en el asiento del copiloto. Kurt la coge y vuelve a salir de la calle, enarbolando el arma en alto. Algunas de las personas que observan la acción suelta un gritito de alarma, pero nadie se mueve.
—¡Largaos de aquí, joder! ¡Largaos o me lío a tiros con todos!
Kurt sabe que no hay mejor manera de despertar a la masa que dar un pistoletazo de salida. Aprieta el gatillo del arma, apuntando al aire. El disparo resuena en toda la plaza y surte el efecto deseado. Inmediatamente, todo el mundo echa a correr. Ve a los dos hombres que fumaban meterse a toda prisa en los juzgados, empujándose el uno al otro, ve a una mujer cargada de bolsas de la compra que las tira al suelo y echa a correr.
Una furgoneta roja, con el morro arañado y la pintura levantada, sale de una calle lateral y pega un frenazo, a unos cincuenta metros de él. Kurt se da la vuelta, para regresar al coche. Aún lleva la Desert Eagle en la mano. Ve a Aaron Buchanan corriendo en la dirección de donde vienen los gritos.
—¡No! —grita— ¡Chico, no corras hacia allí!
Pero Aaron Buchanan no le escucha ni se detiene. Ken Jackson ya ha salido de la furgoneta y apunta el arma prestada por Erik Killian hacia Kurt. Brad no se mueve de la furgoneta. Tiene la cámara delante de la cara y está lanzando fotografías. Está pensando en Andy Probst, su jefe. Ya veremos si voy mañana en portada, gilipollas.
—¡Suelta el arma! —grita Ken Jackson.
Kurt oye el grito y se gira. No tiene intención de disparar, ni siquiera intenta apuntar hacia Ken, pero el agente tiene los ojos clavados en la Desert Eagle y no piensa correr ningún riesgo cuando aprieta el gatillo. La bala cruza los cincuenta metros que les separan en menos de un segundo y atraviesa el brazo de Kurt ligeramente por debajo del hombro. Kurt gira como un bailarín ejecutando una pirueta y cae contra el coche patrulla. La Desert Eagle sale despedida y se estrella contra el suelo, más allá.
Ken Jackson ve la puerta que se abre en uno de los edificios colindantes. De ella salen corriendo Jason Fletcher y Carrie Spencer llevando casi en volandas a la madre del primero. Ken Jackson gira el arma hacia ellos.
—¡Alto! —grita— ¡Jason Fletcher, detente ahí mismo si no quieres que te meta un tiro!
Jason se detiene. Mira hacia Ken.
—Cometes un error.
—¿Qué coño le has hecho a Russell, hijo de puta? —grita Jackson.
—¡No le he hecho nada a nadie! Mira, tenemos que largarnos de aquí antes de que…
—¡Nadie se va a mover de aquí, listillo!
Jason resopla. Mira a Carrie, que le observa, preocupada y asustada. A Jason le parece igual de hermosa que siempre. Tal vez más. Esa expresión le confiere el aspecto de una niña pequeña que necesita protección. Y a Jason le encanta saber que ella le busca a él cuando necesita algo.
Jason mira hacia el coche patrulla. Kurt está sentado en el suelo, apoyado sobre la puerta trasera, agarrándose el brazo herido y mirando la sangre que sale de la herida.
—Tenemos que salir de aquí —murmura.
El agente Jackson no le escucha porque está demasiado lejos. Carrie sí, y un escalofrío le recorre el cuerpo porque no cree que eso se trate de una fuga. Ocurre algo, porque Jason también está asustado, y nunca ha visto a Jason asustado.
Entonces, un grito desgarrador se eleva en el aire. Todos, ellos tres, el agente Jackson, Kurt, Brad Blueman, miran en di rección al grito. Aaron Buchanan está en el suelo y un grupo de personas, seis o siete están encima de él. A Brad le parece que están intentando destriparle. Y hay más gente corriendo. En su dirección.
—Qué coño…
Nadie oye el murmullo del agente Jackson porque habla para sí mismo. Después echa a correr hacia delante, apuntando con su arma.
—¡Quietos! —grita— ¡Soltad a ese chico!
Ken Jackson dispara el revólver al cielo. La turba que se dirige hacia él parece animarse más con ese sonido, porque corren a toda velocidad. Ken Jackson se detiene, mirando hacia esa gente con cara de asombro, porque muchos de ellos parecen heridos de gravedad.
Jason le grita a Carrie que se meta en el coche patrulla y corre hacia Kurt. Ken Jackson aparta la mirada de la horda que está cada vez más cerca y agarra el brazo de Jason.
—¡Alto! —le grita— ¡No creas que voy a dejar que te escapes, niñato!
Jason se revuelve, se suelta y se gira hacia él.
—¡Tenemos que salir de aquí antes de que nos alcancen, imbécil!
Ken Jackson vuelve a mirar al grupo que corre hacia ellos. Son más de los que puede contar de un vistazo, y el que va en cabeza lleva la boca abierta y gruñe. Le falta parte de la cara.
Jason levanta a Kurt y le empuja al asiento trasero, donde Carrie, desde el otro lado, está metiendo a Dolores.
El agente Jackson levanta su arma y apunta hacia la turba, al tipo con media cara desgarrada. Apenas está a veinte metros, y Ken puede ver con claridad que un trozo de carne le cuelga de la cara, sujeto apenas por un fino hilo, y se balancea adelante y atrás.
—¡Alto! —grita— ¡En nombre de la policía de Castle Hill le ordeno que…!
Jason ha saltado al asiento del conductor y pisa el pedal del acelerador. El coche patrulla salta hacia delante, y Ken Jackson se gira para ordenarle a Jason Fletcher que se detenga, tal vez incluso para dispararle por intentar escapar de la justicia y llamarle imbécil. Eso permite que el otro hombre le arrolle, y Ken Jackson cae al suelo y rueda, con el otro hombre enganchado a él y mordiéndole el cuello, como tratando de alcanzar la yugular. Ken gira y quiere disparar pero ha perdido el arma en algún momento de la caída. Tiene tiempo de ver que Brad Blueman se ha cambiado al asiento de conductor de la furgoneta y está arrancándola. Después, otro hombre cae sobre él y le arranca la camiseta y parte del costado. Una mujer se une al festín, hurgando bajo la caja torácica, hundiendo sus dedos en la carne de Jackson y llevándose los dedos llenos de sangre a la boca. Después llegan otro hombre, una mujer, un niño pequeño al que reconocemos por ser el hijo del juez Parkinson, un joven con uniforme militar completamente desgarrado, otra mujer… y pronto, el agente Jackson está cubierto por un grupo de gente devorándole vivo.