El Chester se va al infierno en apenas unos segundos. Los dientes de la mujer se clavan en el cuello de Neville. La sangre sale disparada de la herida y salpica la cara de Paula, que sigue en brazos de Mark, y empieza a chillar. Mark ni siquiera puede moverse. La impresión y los gritos de Neville y Paula le paralizan. Una de las mujeres del Chester también está gritando y echa a correr hacia la calle. Mark se da cuenta de que él también está gritando. Neville empuja a la mujer, que tropieza con una mesita baja y cae al suelo, derribando la mesa y un par de sillas altas. Neville grita y se lleva las manos al cuello, del que mana sangre como si fuera una fuente. La mujer trata de levantarse de nuevo. Mark retrocede, apretando a Paula contra su cuerpo. La otra mujer, la que ha echado a correr hacia la puerta, la alcanza y la abre. Mala idea. Un hombre, con un traje hecho a medida cuya americana está rota en varios puntos, y al que parece que hayan desgarrado el pecho entero, la arrolla y cae sobre ella. Le muerde en la axila, con tanta fuerza que prácticamente le arranca el brazo. La mujer que ha mordido a Neville consigue levantarse y está mirando a Mark y Paula. El atronador sonido de un disparo de escopeta retumba en el bar y la mujer sale despedida hacia la puerta del bar, volando por los aires hasta chocarse contra la pared y volver a caer al suelo.
Mark gira la cabeza. Bulldog sostiene una escopeta de cañón recortado. Al otro lado de la barra, Richard Jewel observa la escena con la boca abierta.
El hombre del traje destrozado emite un rugido al levantar la cabeza de golpe, e incluso después del ensordecedor disparo, todos pueden oír el sonido que hace la carne al desgarrarse cuando termina de arrancarle el brazo a la mujer medio desnuda que hasta hacía unos instantes vivía de vender su cuerpo. El hombre está masticando. Bulldog no se lo piensa. Aprieta el gatillo una vez más, y la parte derecha de la cabeza de Traje Desgarrado prácticamente desaparece y se estampa en la pared.
Apenas han pasado quince segundos. Paula se ha desmayado en los brazos de Mark, que logra dejar de gritar gracias a un esfuerzo mental por su parte. Bulldog, detrás de la barra, tiene el aspecto de quien sabe que está en un lío muy grande. No piensa en muertos vivientes. Piensa que acaba de matar a dos personas, aunque haya sido en defensa propia, y que no quiere volver a la cárcel. Ya estuvo en prisión hace quince años por una pelea en un callejón donde el otro estuvo a punto de morir y, desde que pisó de nuevo la calle, había procurado no meterse en follones. Ahora, el bar que dirige está lleno de sangre, una de sus chicas, Sugar, ha muerto, y él ha matado a otras dos personas.
La otra de las chicas del Chester, Zambia, corre hacia Sugar y se agacha junto a ella, porque Sugar tiene espasmos y parece estar muy grave. Ese hijo de puta le ha arrancado el brazo de cuajo. Bulldog apenas tiene tiempo de pensar en llamar a la policía. No sabe qué coño le va a decir al jefe Sloat, pero sabe que tiene que llamar.
Mark se da cuenta de que está temblando. Y está pensando que tiene que dejar a Paula en alguno de esos sillones, aunque no quiere separarse de ella, y ayudar a Neville, cuando escuchan un gruñido.
—Joder —murmura Bulldog.
Y sí, joder, porque la primera mujer, la del brazo roto y la herida en el cuello, se está levantando, a pesar de que acaba de recibir un disparo de escopeta en el pecho y no debería poder moverse. Mark puede ver claramente el agujero que ha hecho la bala debajo del seno izquierdo, y sin embargo, también puede ver claramente que la mujer está tratando de levantarse.
—Joder —vuelve a exclamar Bulldog, esta vez en voz más alta.
Se da la vuelta y empuja unas botellas de vodka que caen al suelo y estallan en pedazos, inundando el Chester de olor a alcohol. En el hueco hay una pequeña caja de munición que nunca antes ha tenido que utilizar. Bulldog la abre, sin soltar la escopeta, y trata de sacar un cartucho. Las manos le tiemblan, y tira dos o tres al suelo antes de conseguir agarrar uno.
Para entonces, la mujer ya se ha levantado. Y está mirando a Mark, que retrocede, apretando con más fuerza a Paula entre sus brazos, como si haciéndolo pudiera conseguir que aquella jodida pesadilla terminara. Escucha a Richard Jewel, el hombre que nunca sabrá que tiene una hija preciosa estudiando medicina en la capital, decir con asombro que reconoce a esa mujer. Y ella se lanza a la carrera hacia Mark, alzando los brazos y soltando un alarido.
Es Richard Jewel quien le salva la vida, lanzando un cenicero hacia la mujer. El cenicero, de cristal, se estampa contra la frente de la mujer, abriéndole una brecha en la frente muerta. La mujer se tambalea hacia un lado, y después vuelve a fijar la vista en Mark y Paula. Pero Richard Jewel ha cogido carrerilla, ha sacado la llave inglesa que siempre lleva enganchada al cinturón porque el tacaño de Wayne no quiere comprar más herramientas para el taller, y golpea con ella a la mujer en la cabeza. El hueso cruje al romperse.
A Mark ese crujido le recuerda el sonido que hacen las nueces al abrirlas con un cascanueces. Amplificado, eso sí.
En ese momento, Zambia grita. Sugar la está mordiendo en la cara. Zambia trata de librarse de Sugar, que lanza su único brazo una y otra vez hacia la cara de Zambia. En uno de esos movimientos, los dedos de Sugar se enganchan en la cuenca ocular de Zambia. El ojo revienta, y Zambia muere al instante, mientras Sugar sigue mordiéndole el rostro.
Bulldog ha terminado de cargar la escopeta y ha salido de la barra. Apunta hacia las dos mujeres que trabajaban para él y dispara, sin contemplaciones, dos veces. Le revienta la cabeza a las dos.
Se habría hecho el silencio, pero todos ellos pueden escuchar claramente los gritos en la calle.
—Bull —dice Richard— creo que será mejor que cierres la puerta.
Bulldog le mira. Tiene la misma expresión de incredulidad que tienen Mark y el propio Richard. La misma expresión que hemos visto en las caras de mucha gente en lo que va de día. Corre hacia la puerta mientras saca las llaves de su bolsillo. Después, da dos vueltas y cierra la puerta.
En ese momento las piernas de Neville ceden y se doblan a la altura de las rodillas. Neville cae al suelo, sujetándose aún el cuello, del que sigue manando sangre sin parar. La cámara de fotos que aún lleva colgada al cuello se rompe al estrellarse contra el suelo. El anillo de foco rueda hasta chocar con la bota de Bulldog.
A Mark le tiemblan las piernas y está a punto de caer al suelo. Baja, hasta quedar de cuclillas y después se sienta sobre sus talones y observa consternado el presente del bar Chester, los cuerpos y la sangre. Ni en la película más sangrienta ha visto jamás una barbarie como esa. Mark siente que algo le sube a la garganta y se echa hacia delante con el tiempo suficiente para vomitar lo poco que lleva en el estómago. Vomita y escupe después, tratando de perder el desagradable sabor a bilis. Luego vuelve a sentarse sobre sus talones, limpiándose los labios con la mano. Y sin soltar en ningún momento a Paula.
Le parece encontrarse bajo los efectos de una droga. La vista se le escapa hacia arriba y mira el techo del Chester buscando comprensión.
Neville está gimiendo. Está consciente pero aturdido. Ha perdido mucha sangre. Su camiseta de Dharma está cubierta de sangre. Richard Jewel se acerca a él y se agacha a su lado. Mira a Bulldog, que aún tiene la escopeta en las manos y le mira con preocupación. Con mucho cuidado, Richard agarra la muñeca de Neville y le aparta con precaución la mano de la herida del cuello. Inmediatamente, un pequeño chorro sale despedido de la herida. Richard vuelve a mirar a Bulldog.
—¿Tienes un botiquín? —pregunta, sin demasiada convicción.
—En la parte de atrás —responde Bulldog—. Deberíamos llamar a la policía.
—No sé si tienes las orejas limpias, Bulldog, pero si escuchas los mismos gritos que yo, creo que la policía va a estar bastante ocupada.
Como si quisieran darle la razón, algo golpea con fuerza la puerta del bar. Bulldog se gira, pero la puerta resiste sin problemas de momento. Al otro lado, un rugido, algo que parece imposible que pueda surgir de una garganta humana.
—Trae el botiquín, anda.
Bulldog sigue mirando la puerta durante unos instantes. Los golpes parecen duplicarse. Luego triplicarse. Varios de ellos intentando entrar. Una sombra de preocupación cruza el rostro de Bulldog, pero después se gira y sale hacia la parte trasera del local.
—¿Cómo está? —pregunta Mark, que también mira hacia la puerta. Los golpes desde el otro lado suenan a ansia y furia.
—No creo que lo logre —responde Richard—. Porque sé poco de arreglar coches, pero de arreglar personas no tengo ni puñetera idea. La sangre le sale a chorros de esta herida.
Mark aparta la mirada de la puerta, con dificultad, porque los golpes son hipnóticos. No le resulta nada complicado imaginar las manos ensangrentadas que golpean la madera al otro lado, las uñas que la arañan, las bocas abiertas que gruñen pidiendo comer.
—Es un buen chico —dice, recordando que a Neville le gustaba coleccionar fotografías de nubes con formas curiosas.
—¿Cómo está la niña? —pregunta Richard.
Mark mira a Paula. La niña tiene la cara cubierta de sangre de Neville, los ojos en blanco y parece un pelele. La deja en el suelo con suavidad y le coloca la mano en el cuello, tratando de encontrarle el pulso, pero es inútil. Nunca ha dado un curso de primeros auxilios y no sabe cómo ha de buscarlo. En las películas todo el mundo sabe hacerlo. En la realidad no. Pero Mark se había tragado en su adolescencia todos los capítulos de McGyver, así que coloca la mano delante de la boca de Paula y nota su aliento en ella. Después le mira el pecho y comprueba que este se mueve despacio, primero subiendo y luego bajando.
Vuelve a cogerla en brazos y se levanta. Al hacerlo, pisa algo con el pie izquierdo. Al mirar, ve que está pisando la mano de la mujer que Richard ha matado con la llave inglesa. Se le revuelve el estómago y aparta la vista. Lleva a Paula hasta la barra y la tumba en ella. Después, pasa al interior de la barra y busca el grifo.
—Esto es una pesadilla —dice—. Y quiero despertarme ya.
Cierra los ojos y aprieta con fuerza, pero cuando los vuelve a abrir, el Chester sigue estando allí, los muertos también y Paula sigue inconsciente sobre la barra del bar. Mark aplaca dos arcadas que amenazan con hacerle vomitar la comida y cena del día anterior. Coge una botella de Whisky cercana y echa un trago. El sabor del alcohol le tranquiliza pero también le demuestra que aquello es real.
—Los chupitos cuestan dos dólares —dice Bulldog, desde la puerta que lleva a la parte trasera del bar—. Si quieres un vaso entero, seis.
Mark deja la botella en su sitio y mira a Bulldog, pero este camina hacia Richard y le entrega el botiquín.
Mark coge un vaso y lo llena de agua. Regresa junto a la niña, moja un trapo y se lo pasa por la cara, con delicadeza, limpiando la sangre que le cubre el rostro. Mark empieza a sentirse preocupado por ella, pero Paula reacciona y abre un ojo. Le mira, al principio sin reconocerle, pero después, le otorga una de esas bonitas sonrisas que le llenan todo el rostro. Mark también le sonríe, aunque la suya es una sonrisa parca.
—¿Estamos ya en casa? —pregunta.
—No, cariño. Me temo que todavía no.
—He tenido una pesadilla —dice ella empezando a incorporarse. Mark le coloca una mano sobre el hombro y obliga a Paula a tumbarse de nuevo.
—Paula, escúchame bien - Mark traga saliva, buscando las mejores palabras. Paula le mira frunciendo el ceño, preocupada. —Lo que viste… no era una pesadilla. Y sigue aquí. Así que quiero que te levantes pero que no hagas caso de nada de lo que veas— Mark siente el miedo crecer en el interior de Paula. Él mismo está aterrorizado y siente ganas de llorar. —Ignóralo, como si no hubiera nada. Te necesito despierta porque vamos a salir de aquí, ¿vale?
Los labios de Paula tiemblan cuando responde que sí. Sus ojos están anegados de lágrimas. Mark aparta su mano con suavidad y ella se incorpora y mira hacia el bar, hacia el cuerpo más cercano. Después aparta la vista, y las lágrimas empiezan a caer por sus mejillas. Cierra los ojos y los aprieta con fuerza.
Mark sale de la barra, coge a Paula en brazos y la baja al suelo. La mano de Paula se cierra en torno a la suya, y Mark mira hacia abajo. La niña sigue teniendo los ojos cerrados y se ha abrazado a él. Con paternalismo, Mark acaricia la espalda de la niña.