Regresemos a Kurt Dysinger. La última vez que nos fijamos en él acababa de reventarle el cráneo a un soldado con la Desert Eagle. Tiene el pie izquierdo atorado debajo del pedal de freno, que se ha doblado en un ángulo extraño. Intenta sacarlo de un tirón, pero siente que algo se le clava en la espinilla. Escucha los disparos de Russell, y después el grito que suelta el agente al ser mordido por la madre de Paula.
Kurt se gira en el momento exacto. Un hombre al que le falta la oreja, como si se la hubieran arrancado de cuajo y en su lugar tiene un muñón ensangrentado se abalanza sobre el coche y mete la cabeza por el hueco de su ventanilla, estirando las manos para agarrar a Kurt, y gruñendo como el animal enfurecido en el que se ha convertido. Kurt se echa hacia atrás todo lo que le permite el pie atorado bajo el freno, casi echándose en el asiento del copiloto. Sin Oreja intenta agarrarle, y uno de sus dedos logra enganchar el pantalón de Kurt. Lanza mordiscos al aire, buscándole, y cada vez tiene más cuerpo metido en el coche. Kurt agarra la Desert Eagle y apunta a la cabeza de Sin Oreja. Está a menos de diez centímetros, no puede fallar.
La bala revienta la cabeza del hombre. Si pudiera encontrar un segundo para reírse, Kurt apreciaría el detalle. Sin Oreja es ahora Sin Cabeza. El cuerpo del hombre se queda colgando. Las piernas dentro del coche, los brazos en el interior, que ha quedado bañado de sangre. Kurt pega un tirón fuerte y recupera su pierna izquierda. Apenas siente el corte que le provoca una pieza de metal en la espinilla, aunque luego le hará cojear levemente.
Se da la vuelta. Se golpea la cadera contra la palanca de cambios. Y mira a través del cristal del copiloto, a través de los sesos de Sarah que aún siguen ahí. Ve que los muertos han duplicado su número y corren en todas direcciones, aniquilando a todo ser vivo al que logran atrapar. Y ve un coche patrulla, con la puerta delantera abierta y uno de esos muertos golpeando furiosamente el cristal trasero.
Kurt abre la puerta y sale, casi cayéndose cuando apoya la pierna izquierda en el suelo y siente un latigazo que le recorre toda la pierna hasta la cadera. Escucha un gruñido a su izquierda, y ve a Norrie Henderson, que está devorando la garganta de Francia Newcomb y tiene la barbilla manchada de sangre y trozos de carne. Norrie vuelve la cabeza hacia él, y Kurt levanta el arma. La bala atraviesa la cabeza de Norrie a la altura de la ceja derecha, estampándola contra los restos del coche y haciéndola caer al suelo, con las piernas abiertas, podríamos verle las bragas bajo la falda si quisiéramos, sentada y con la cabeza inclinada de forma que la barbilla le toca el pecho. La parte trasera de la cabeza de Norrie Henderson es ahora un agujero sanguinolento.
Kurt corre hacia el coche patrulla. Siente más que ve que algunos de los muertos le han visto y han echado a correr en su dirección, pero Kurt no se detiene. Son apenas cinco segundos los que tarda en llegar al coche patrulla, pero se le hacen eternos. Se mete en el asiento del conductor de un salto y cierra la puerta a su espalda. Tiene tiempo de pensar que si ese agente de pueblo ha sacado las llaves del contacto no tendrá escapatoria, pero las llaves están ahí. Y Kurt suspira. El golpe contra su ventanilla le hace gritar y saltar del susto. Varios de los muertos han alcanzado el coche y tratan de entrar a través del cristal, golpeándolo con ese ansia hambrienta que les caracteriza.
—Joder, tío, sácanos de aquí de una puta vez!
Kurt grita y se gira. Con el codo, golpea sin querer el claxon del coche. En la parte trasera del coche patrulla ve a Jason Fletcher, tumbado con las manos esposadas. Kurt va a decir algo, pero en ese momento uno de los golpes producen un crujido en su ventanilla, y una alarma empieza a sonar en su cabeza, advirtiéndole que ponga en marcha el coche antes de que consigan atravesar el cristal, porque son muchos, y alguno podría conseguir cogerle.
Kurt no quiere convertirse en uno de ellos.
Gira la llave en el contacto, haciendo que el motor del coche patrulla ruja como un león. Y después, aprieta el acelerador en el mismo momento en que el puño ensangrentado y sin pulgar de uno de los muertos golpea el cristal, reventándolo. Kurt siente que se le clavan algunos pequeños cristales en la mejilla. Los siente como aguijones de mosquitos. Por suerte para él, el coche sale despedido hacia delante, dejando atrás a los muertos que intentaban entrar y que, incansables, echan a correr tras el coche, alzando los brazos, gruñendo y bramando al cielo, hambrientos de carne y sangre humana. El coche patrulla pega un bote al pasar por encima de un cuerpo. Kurt aprieta más a fondo el acelerador.
—¡Gira en la próxima a la derecha! —grita Jason Fletcher en el asiento trasero— ¡Y, por dios, conduce mejor que con tu coche!
Kurt suelta una carcajada y da un volantazo hacia la derecha, siguiendo la indicación de Jason y alejándose de la glorieta del Rey, ese lugar que ha servido como punto de encuentro de tantas generaciones de jóvenes y no tan jóvenes en Castle Hill y que en menos de cinco minutos se ha convertido en un campo de batalla sangriento.