Acerquémonos hasta la glorieta del Rey. Acerquémonos al humeante coche de Kurt e introduzcámonos en él. Como podemos observar, Kurt sigue teniendo el cinturón de seguridad puesto. Está sentado en el asiento, si bien tiene la cabeza ligeramente ladeada, con algo de sangre en la frente y el ojo y mejilla derechos. Parece estar inconsciente, pero podemos estar seguros de que despertará en breve. O eso, o no durará mucho.
Dentro del coche, Kurt emite un débil gemido. Su cabeza se mueve un poco. Un pequeño ruido hace que Kurt reaccione y abra el ojo izquierdo. Tiene la mirada perdida y desconcertada.
La verdad es que le duele todo el cuerpo y no sabe dónde se encuentra ni por qué no puede abrir el ojo derecho. Intenta levantar la cabeza pero le cuesta. Siente un dolor sordo en la pierna izquierda, que no puede mover. Intenta hacer un pequeño repaso mental de su cuerpo. Siente los brazos, y las dos manos. También siente la pierna derecha. Recuerda haber ido al laboratorio esa mañana. O al menos coger el coche para ir, pero no está muy seguro de haber llegado. Por lo que consigue ver dada la posición de su cabeza, está dentro del coche. Y tiene sangre en la camisa y en las manos.
¿Ha sufrido un accidente?
Kurt oye voces que hablan, pero no llegan a él más que como palabras inconexas. Kurt se ve incapaz de responder, o de llamar pidiendo ayuda. Y se siente sin fuerzas para levantar la cabeza, pero supone que es lógico que haya alguien intentando ayudar si ha sufrido un accidente.
Kurt cierra los ojos y, haciendo un esfuerzo que le resulta doloroso, levanta la cabeza y la apoya contra el respaldo. Al menos, si hay alguien ahí fuera habrá visto el movimiento y podrá imaginarse que Kurt está vivo y necesita ayuda. ¿Cuánto va a tardar en llegar la ambulancia?
Escucha un golpe a su izquierda. Kurt abre cansinamente su ojo izquierdo y mira hacia el parabrisas agrietado que tiene delante. Las grietas forman una intrincada y compleja red de araña en el cristal. Y al otro lado alcanza a ver al agente Russell T.Dinner inclinado junto a los restos abollados de un coche blanco. Parece que hay alguien dentro. El ruido se repite, y Kurt gira la cabeza, con mucho esfuerzo. Detrás de su ventanilla hay un hombre, que ha golpeado con los nudillos el cristal para llamar su atención y que ahora levanta la cabeza hacia el agente Dinner.
—¡Russell! ¡Está vivo!
Puede que Kurt no le reconozca porque está aturdido, pero es Stan Marshall. Russell le mira, y en su expresión podemos ver que le gustaría volver a gritarle a ese imbécil de Marshall que se aleje de una puta vez de la escena. El grupo de curiosos asciende ya a casi cuarenta personas. Russell puede ver a McNamara, el gerente del hotel Paradise Fall, y junto a él, a Richard Sawyer. Se pregunta cuánto tardará en llegar la ambulancia. Sabe que Duck Motton está en el túnel, porque se lo ha dicho Zoe, así que tendrá que esperar a Marcus Anderson en la segunda ambulancia.
—No siento las piernas.
La voz de Francine Newcomb es apenas un susurro. Russell no se explica que pueda seguir viva, pero la mira.
—La ambulancia está llegando, señora Newcomb.
Todos los presentes tienen la mirada clavada en los dos coches accidentados, aunque más les valiera mirar hacia la carretera, por donde ya pueden verse las figuras de varios hombres en traje de camuflaje o batas blancas, todos con heridas evidentes y manchados de sangre, que se dirigen a la carrera hacia ellos.
Kurt les ve, porque está mirando hacia el lado donde está Stan Marshall y, más allá del quiosquero, ve a los muertos que corren en su dirección. De repente, Kurt puede recordar a Wally desangrándose en sus manos, y el rostro de Sarah al chocar contra el coche y escupir un esputo de sangre. Desde su garganta surge un gemido de pánico.
Recuerda la pistola. El miedo es capaz de proporcionar una fuerza sobrenatural, y en ese momento, Kurt lo comprueba. Mueve sin dificultad la cabeza, de un lado a otro, buscando la pistola con desesperación, mientras, fuera, el grupo de muertos que corre hacia la glorieta está cada vez más cerca. Kurt sabe que no tiene mucho tiempo. Lo sabe igual que todos sabemos que dos y dos son cuatro.
Localiza el arma en el suelo del coche e intenta agacharse para cogerla, pero al hacerlo, el cinturón de seguridad se traba y le impide llegar. Kurt maldice en voz baja y manotea con ambas manos en el seguro del cinturón hasta que consigue soltarlo. Puede oír la voz de Stan Marshall fuera del coche, diciéndole que se tranquilice, que pronto llegará una ambulancia. Kurt le ignora. Vuelve a agacharse y siente un fuerte tirón en la pierna izquierda, un dolor tan brutal que casi está a punto de desmayarse. Y si consigue no hacerlo es por el miedo a morir. Sabe que si se desmaya todo habrá acabado para él.
Agarra el arma. Con el rabillo del ojo observa que su pierna izquierda está encajada entre un amasijo de hierros formado por el pedal de freno y la parte delantera del coche. Se incorpora.
—¡Ostia puta! —exclama Stan Marshall— ¡Tiene un arma!
Stan Marshall retrocede para alejarse del Mercedes Benz donde Kurt está atrapado. Observa, porque la sangre está a punto de teñir de rojo las calles de esta plaza. Observa, porque Kurt está levantando el Desert Eagle 5.0 al mismo tiempo que Russell se gira para mirarle, con asombro y alarma.
—¡Suelte el arma! —grita, echando la mano a su cintura, hacia su arma reglamentaria.
El rugido de la Desert Eagle provoca varios gritos entre los curiosos. La ventanilla izquierda del Mercedes estalla. Russell gira la mirada, al mismo tiempo que lo hacen muchos de los presentes, justo a tiempo para ver que la bala disparada por Kurt impacta en el pecho de un soldado, lanzándolo hacia atrás.
Y entonces todo se descontrola.
Otro soldado, Russell tiene tiempo de pensar que le falta la carne de la parte derecha de la boca y puede ver sus dientes e incluso la lengua, corre hacia un grupo de mujeres, entre las que se encuentra Norrie Henderson, y las derriba. Un momento después, el soldado muerde a la mujer en el hombro y le arranca un trozo de carne. El chillido de la mujer es un revulsivo, porque la gente empieza a correr. Pero es demasiado tarde.
Pero miremos a Russell. Tiene la boca abierta por la sorpresa y la mano paralizada sobre la culata de su pistola, que sigue en la funda. Se ha quedado así por el asombro. Si pudiéramos meternos en su cerebro, comprobaríamos que mil ideas están pasando a toda velocidad por su mente. Que ese soldado se está comiendo a esa mujer es una de ellas. Que el soldado al que el tipo del coche ha disparado en el pecho se está levantando de nuevo es otra. Que uno de los soldados, que ahora ha agarrado a Norrie Henderson y le lanza dentelladas a la cara, tiene una herida que debería ser mortal en el costado y, santo cielo, eso que le cuelga de la herida parecen sus intestinos. Que gruñen como animales. Que uno ha saltado sobre Stuart Parkinson y prácticamente le ha arrancado el brazo de cuajo.
—Ostia puta —murmura.
Kurt vuelve a apretar el gatillo de la Desert. Esta vez, la bala revienta la cabeza del soldado al que disparó antes, y este cae al suelo en una postura imposible. Russell parece despertar por fin y extrae su arma y apunta al hombre que está devorando a Norrie Henderson. Russell aprieta el gatillo dos veces y el soldado de los intestinos colgantes cae al suelo.