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Mientras Harvey Deep observa el líquido negro, otro conocido nuestro, el doctor Kurt Dysinger entra en una sala marcada como LAB-24. La doctora Sarah Arid le sigue de cerca y tras ella, la puerta se cierra. Al fondo de la inmaculada sala, situado frente a un microscopio y un ordenador, se encuentra el doctor Wally Hawks.

Mientras Harvey Deep coge un segundo tubo de ensayo y cierra la nevera biológica sonriendo a los tubos de ensayo que él cree que le harán multimillonario pero que, en realidad, desatarán el caos en Castle Hill, Kurt y Wally se saludan entre bromas. Kurt comenta que han bajado en el ascensor junto al estirado de Harvey Deep. Por su forma de hablar, podemos comprobar que Harvey Deep no es muy querido entre los empleados.

Entre risas, Wally comenta que está observando un fenómeno extraño con la muestra recogida a «JN78».

—¿De qué se trata? —pregunta Kurt, acercándose al microscopio. Pero Wally le pone la mano delante para que no se acerque.

—Primero he de hacer otra prueba. Luego te lo cuento.

Kurt asiente y se dirige a la otra esquina, donde Sarah se ha sentado en una banqueta y lee concentrada un grueso tomo de química molecular. Cuando siente que Kurt se está acercando, gira la cabeza hacia él y sonríe. Kurt le guiña un ojo.

—Wally quiere hacer otra prueba. ¿Has hablado con Lee?

Ella niega con la cabeza, y deja el libro sobre la mesa, para después estirar el brazo hacia el teléfono. Es un teléfono de línea interna. Para comunicaciones entre las diferentes áreas del laboratorio. Wally ha abandonado la sala. Kurt mira hacia el microscopio, y siente tentaciones de mirar. Wally se enfadaría si le pillara observando por el microscopio, pero una miradita nada más no haría daño. A su espalda, Sarah habla por teléfono. Kurt avanza hacia el microscopio.

No llega a mirar. De repente, todas las luces se apagan de golpe, sumiéndoles en la oscuridad. Kurt se queda quieto.

—Joder —murmura.

—¿Qué pasa? —pregunta Sarah. En su voz no hay ni rastro de miedo. Todavía no.

—No lo sé.

—La línea de teléfono se ha cortado. Estaba hablando con Lee y de repente ha hecho plof.

—Espero que no tarden mucho en arreglarlo porque no veo nada.

—Ya —dice ella—. Oye, ¿no deberían encenderse las luces de emergencia?

Como si de una señal se tratara, dos pequeñas bombillas se encienden, iluminando de forma tenue y con color rojizo el interior de la sala donde se encuentran. Kurt y Sarah se miran, y ella sonríe, encogiéndose de hombros. Después, cuelga el teléfono y marca el número de seguridad. Mira a Kurt.

—No da línea.

Kurt menea la cabeza, sonriente, y se acerca hasta ella. En ese momento oyen el primer grito. Los dos pegan un pequeño salto y se miran sorprendidos. A ese primer grito le siguen otros varios, más golpes, cristales al romperse e incluso algo al estallar. Durante al menos cinco minutos, Kurt y Sarah permanecerán junto a la mesa, agarrados de la mano, escuchando gritos y extraños gruñidos y alaridos y sin saber qué hacer, sin saber tampoco qué ocurre fuera de la sala donde se encuentran, aunque imaginándoselo. En un momento determinado, escuchan disparos, varios tableteos seguidos que se detienen de golpe un momento después de haber comenzado. Kurt se pregunta qué ha ocurrido. Cómo demonios ha podido pasar. Y reza para estar equivocado y que no sea el Cuarto Jinete. Porque si lo es…

Al cabo de cinco minutos de incertidumbre y pánico, cuando parece que el conflicto ha terminado, o por lo menos reducido su intensidad, la puerta del laboratorio se abre, y Sarah grita. Por la mente de ambos pasa una única frase: Por dios, que no sea uno de ellos.

No lo es. El que entra tambaleándose en la sala, sangrando por un profundo y largo corte en la pierna, es Wally Hawks.