Volvamos con Kurt. Como puedes observar, los ruidos han cesado. O ya han conseguido derribar alguna de las dos puertas o han cejado en el empeño. Kurt sigue sentado en el colchón tirado en el suelo. La pistola está junto a su pierna, y él tiene la mirada perdida entre las diferentes tetas de mujer que pueblan su pared. Pero no está viendo tetas. Si observas su mirada, verás que realmente la tiene perdida, como si pudiera traspasar la pared y ver más allá. Había una película antigua, el hombre con rayos X en los ojos. ¿La viste? Era curiosa. Como puedes suponer iba de un hombre que, debido a un experimento, tiene rayos X en los ojos y puede ver a través de las cosas. El final de la película en la iglesia es alucinante.
Pero Kurt no tiene rayos X en los ojos, como puedes suponer. Ni está mirando a través de la pared. Simplemente, no está mirando. Tiene la mente ocupada con recuerdos que le impiden pensar en las enormes tetas de esa modelo. Que, por cierto, vaya tanga tan pequeño.
Bueno, centrémonos, que se nos va el santo al cielo. Acompañemos a Kurt por ese viaje a través de su cerebro y sus recuerdos.
Wally, tapándose la pierna con las manos, sin poder contener un chorro de sangre que salta entre sus dedos como si fuera un surtidor, poniendo perdidos los ordenadores, un montón de papeles llenos de notas, la mesa, la foto de la mujer de Wally y parte del suelo. La puerta cerrándose herméticamente a su espalda. Los controles de seguridad del laboratorio son extremos. Antes de cruzar una puerta debes hacer pasar tu tarjeta de identificación por una ranura, y, en algunas zonas, meter después un código secreto que cambia cada semana y que ninguno de los empleados debe olvidar nunca. Además, en la entrada pasas por delante de dos controles vigilados por soldados armados antes de tener acceso al interior. Y todo el recinto está lleno de cámaras de vigilancia que muestran hasta el último hueco y de más soldados que patrullan por los pasillos. Soldados como Morris Ames, que es el primero en morir.
Wally, gritando y tratando de agarrarse a la mesa con una mano, resbalando en su sangre y cayendo al suelo. Sarah, soltando un grito de terror. El mismo Kurt, llevándose las manos a la boca, sorprendido e incapaz de hacer nada durante los primeros cinco segundos, hasta que, de repente, las luces, ordenadores y máquina se apagan con un plop inaudible, sumiéndoles en una oscuridad solo rasgada por los chillidos inhumanos de Wally, que está empezando a morirse.
Un momento después, las luces de emergencia se encienden, sumiéndolo todo en una oscuridad anaranjada que lo tiñe todo con un cierto toque surrealista. Kurt y Sarah que corren hacia Wally y tratan de ayudarle, de cortar la hemorragia, y Kurt hace lo que puede, le coloca una venda y le hace un torniquete, sabiendo que no va a servir de nada si no le sacan de allí inmediatamente. Si tiene la carótida seccionada no hay mucho que hacer.
Coge el teléfono, trata de llamar a control, pero la línea está colapsada o cortada o bloqueada, el caso es que no funciona, y Wally empieza a susurrar, mientras los ojos se le cierran y Sarah le acuna la cabeza. Kurt le grita que no debe dormirse, que no puede dormirse y tiene que mantenerse despierto. Le da miedo salir. Le da miedo salir y lo que pueda haber fuera. Aquella habitación es segura, al menos de momento. Al menos hasta que Wally muera.
Los siguientes quince minutos son eternos. La agonía de Wally no se alarga mucho más. Sus susurros se convierten en murmullos y después en pequeños hilos mientras sus ojos empiezan a ponerse blancos. Sarah y Kurt tratan de despertarle, pero no pueden hacer nada porque saben que se está muriendo.
Y después, Wally está muerto, y Sarah histérica, gritando que tienen que salir de allí, que no puede soportarlo. Kurt trata de convencerla, quiere pegarle una bofetada, como en las películas, cuando alguien se pone histérico y otro le pega un cachete para tranquilizarlo. Pero Kurt no es capaz de hacerlo, y accede a salir de allí. Tampoco quiere quedarse en la sala porque Wally ya ha empezado a tener espasmos en las piernas. Esa cosa es rápida.
Marca el número de seguridad en el teclado y abre la puerta. Se asoma al pasillo, con Sarah hablando detrás e instándole a marcharse de allí rápido. No hay nada en el pasillo, tan solo más de esa oscuridad anaranjada. A lo lejos se oyen algunos ruidos e incluso gritos. Salen al pasillo. Escuchan más ruidos, todos ellos lejanos, pero Kurt sabe muy bien lo que son. Disparos. Porque la cosa ya se ha descontrolado lo suficiente para que sea imposible pararlo. Aún no lo saben, y piensan que los soldados lograrán detener la catástrofe antes de que se les vaya de las manos.
Cogidos de la mano, echan a correr por el pasillo.
Kurt pega un respingo y vuelve a la realidad. Delante de él hay tetas de mujeres, tetas de papel. Encima, un cartel de La isla del Doctor Moreau. Está sentado sobre un colchón que está tirado en el suelo y tiene una pistola a su lado. A la derecha tiene un armario bloqueando la ventana, y a la izquierda un somier con cuatro tablas de menos y otro armario taponando la puerta.
Esa es la situación. Y que baje dios y lo vea si Kurt tiene la menor idea de qué coño va a hacer a continuación. Fija la mirada en la bata hecha una maraña en la esquina y se lleva las manos a la cabeza.
—Dios mío —dice— ¿dónde está el ejército cuando se le necesita?