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Para entonces, el Kia Ceed de Mark Gondry estaba detenido junto al arcén, y tanto el propio Mark como el joven fotógrafo que observaba el cielo junto a él esperaban que les cambiaran la rueda pinchada. El mecánico, un hombre de aspecto sucio y manos manchadas de grasa que no había dejado de mascar y escupir desde que se había bajado de la grúa, sudaba bajo el sol mientras terminaba de apretar las tuercas del nuevo neumático. Mark procuraba no mirar hacia él, porque la camiseta se le había subido y dejado a la vista la raja del culo de ese hombre. Un espectáculo que podía pasar sin ver.

A Neville sin embargo le había hecho gracia y le había sacado una foto al trasero del mecánico sin que este se diera cuenta. Y después, había vuelto la cámara al cielo, había movido los dedos con la agilidad y eficacia de un profesional, y había tirado un par de fotos más. Mark levantó la vista, buscando el objetivo de aquellas fotografías, pero no vio nada que le llamase la atención.

—¿Qué haces?

Neville puso la tapa al objetivo de forma inconsciente mientras se giraba hacia él. El tipo de acto que uno está tan acostumbrado a hacer que ni siquiera le presta atención.

—Fotografío nubes —respondió el chico. Era joven, recién salido de la facultad, seguramente. Mark no le había preguntado, pero le echaba veinticuatro o veinticinco años. Llevaba una camiseta con el logotipo de Dharma. A Mark nunca le había gustado Lost, le parecía pretenciosa y tramposa, pero conocía el símbolo. Era imposible no hacerlo. Lost había llegado a estar hasta en la sopa.

—¿Y eso?

—Es un pasatiempo. Lo hago a menudo. Tengo una colección enorme. Me gustan sobre todo aquellas que tienen forma. Esa, por ejemplo, me recuerda a un gato a punto de saltar.

Mark levantó la vista y siguió la dirección que le indicaba el dedo extendido de Neville. Tuvo que concederle el beneficio de la duda al chico. La nube realmente recordaba a un gato, aunque a Mark le parecía que estaba cagando.

—Nunca me han gustado los gatos —murmuró—. Tienen esa mirada maliciosa, como si en todo momento estuvieran perdonándote la vida a pesar de desear saltarte a la garganta.

Neville se encogió de hombros.

—¡Ya está! —exclamó el mecánico, levantándose y frotándose las manos ennegrecidas. Grandes gotas de sudor le resbalaban por la frente. Escupió a un lado. Mark tuvo que morderse la lengua para no decirle que era un cerdo—. Y, coño, recuerde, no debería viajar sin rueda de repuesto.

Mark asintió y acompañó al hombre hasta la grúa, para firmar lo que tuviera que firmar y pagar lo que tuviera que pagar. Neville se apoyó en el coche y les apuntó con la cámara. Manipuló el foco y apretó el disparador. Le habían contratado hacía tres días como fotógrafo en un pequeño periódico local. No era gran cosa, pero de momento era todo lo que tenía. Aquella era su primera asignación, un viaje a un pueblo cercano para entrevistar y fotografiar a un hombre que se había proclamado campeón mundial de dominó. Cuando se lo había comentado a sus colegas, todos se habían reído y burlado y comentado en tono irónico lo trascendental que era aquel reportaje. A Neville no le importaba que la historia aparentemente no fuera nada importante. A veces las cosas mundanas resultaban ser mucho más interesantes que los grandes acontecimientos. Y aunque pudiera ser que ese no fuera el caso, Neville estaba encantado. Era su primer trabajo y estaba entusiasmado por hacerlo bien. Y Mark Gondry era toda una personalidad en la ciudad, un periodista que ponían como modelo en la universidad, cuestionado por muchos por mantenerse bajo el radar en un periódico local y alabado por muchos más por su trabajo. Y Neville quería aprender de él.

Mark terminó los trámites del mecánico y se dio la vuelta hacia el coche. Neville hizo otra foto.

—¡Chico, si no quieres irte andando será mejor que no me hagas más fotos! —exclamó.

—Bueno —respondió Neville, guardando la cámara en su funda y abriendo la puerta de copiloto del Kia—. Luego dirás «qué guapo salgo en esta foto, ojalá me hubieras sacado más para poder dárselas a mis fans» ; y yo me encogeré de hombros y te diré «deberías haberme dejado que te hiciera fotos».

Mark suelta una carcajada y arranca el coche. Se ponen en marcha.

—Ya lo dudo —dice Mark—. Odio a la gente que después de que pase algo te dice «deberías haber hecho esto», como el mecánico. Ya sé que debería haber traído la puta rueda de repuesto, y si las putas ruedas no fueran tan jodidamente caras, lo habría hecho. Pero lo son. Jodidamente caras. La última vez que me tocó cambiar las ruedas, todo el dinero que gané ese mes se fue en esos putos círculos de caucho. Cabrones.

Esta vez fue Neville el que rio. Le habían advertido que Mark Gondry era un malhablado, pero Neville no imaginaba que lo fuera hasta ese punto. Rio con ganas durante un rato mientras Mark aceleraba el coche hasta ponerlo a ciento cuarenta kilómetros por hora.

—¿Llegaremos a tiempo?

Neville miró su reloj e hizo un cálculo mental.

—Creo que llegaremos diez o quince minutos tarde.

—Odio llegar tarde, joder —y aceleró un poco más.

Neville se encoge de hombros y mira al cielo, en busca de alguna otra nube interesante. Mark le echa un vistazo a través del espejo y no puede evitar volver a pensar en la extraña afición del chico por fotografiar nubes. A lo largo de su vida, Mark había coleccionado toda clase de cosas, desde cromos hasta chapas, canicas, sellos, plumas, servilletas, calendarios, y había tenido un gran número de aficiones más o menos normales. Incluso había tenido una amiga que coleccionaba pegatinas de las frutas, esas que vienen en las mandarinas, manzanas y demás. Su obsesión era tal que iba por los supermercados robando las dichosas pegatinas y tenía páginas y páginas de álbumes llenas de pegatinas de fruta.

Y ni siquiera era la colección más rara que había conocido. Hace tiempo, durante la carrera, le tocó hacer una práctica con un chico (tengo el nombre en la punta de la lengua) que coleccionaba etiquetas de sujetador. La primera vez que habían hablado de ello, Mark había pensado que se trataba de una broma, que el otro chico simplemente estaba diciendo tonterías. No le dio mayor importancia y se olvidó de ello.

Por aquel entonces, Mark tenía una novia en la universidad. Una chica risueña y sonriente, de buena figura y dos años menor que él. Estudiaba medicina y venía de buena familia. Era corriente verlos por el campus en sus ratos libres, a veces cogidos de la mano, a veces simplemente charlando, y, más de cuando en cuando, besándose apasionadamente. No había sido la relación más apasionada de Mark ni por asomo. Ella era bastante fría y casi no dejaba que él la tocase. Nada que ver con la fotógrafa de la redacción con la que de vez en cuando se veía ahora. Karen era pura pasión. Le había pedido a Logan que les enviara juntos a hacer este reportaje, pero Logan era un viejo cascarrabias al que gustaba atrincherarse en sus ideas y jamás daba su brazo a torcer. Quería que Mark fuera con el chico, y así había sido. Si hubiera sido Karen la que se encontrara sentada junto a él, aquel trabajo no le daría tanta pereza. O al menos, no la noche de hostal que les esperaba.

Mark no había olvidado nunca el día en que el chico de estrambótica afición por los sujetadores se le había acercado en clase, sigiloso como un agente de las fuerzas especiales durante una incursión. Mark estaba apuntando unas señas del tablón de anuncios cuando aquel chico (¿cómo se llamaba?) se había colocado a su lado, sobresaltándole.

—Joder, vaya susto —había dicho Mark.

El otro (maldita sea, su nombre era…) le había sonreído con timidez. A Mark siempre le había recordado a un ave escurridiza. De hecho, nunca le había visto por la facultad antes de que les tocara hacer juntos la práctica (aunque él juraba ir a clase todos los días, maldita sea, ¿cuál era su nombre?) ni tampoco después de acabar la práctica. Hasta aquel día en que se le acercó por la espalda mientras estaba copiando unas cosas.

—Hola.

—Hola. ¿Qué haces?

—Venía por aquí. Te he visto. ¿Qué haces tú?

—Copiar esto —había respondido Mark, mostrándole la hoja en que estaba escribiendo. El otro ni siquiera la miró.

—Es que… verás… tenía que preguntarte algo.

—Bueno, dime.

—Es que… verás… tú… el otro día te vi con una chica… así, morena, delgadita…

—Sí, es mi novia.

—Ah. Eso imaginé. Quería preguntarte si podrías… no sé si te acuerdas de que yo colecciono… y tú pudieras conseguirme… alguna.

Aquel tipo raro le estaba pidiendo que cortara las etiquetas de los sujetadores de su novia para dárselos a él. La asombrosa petición pilló tan desprevenido a Mark que no supo cómo reaccionar y se quedó quieto, sonriendo, mirando a aquel chico. Después, había empezado a reírse, se le habían caído las cosas de las manos y la risa se había vuelto tan descontrolada que tuvo que sentarse para no caerse. Todos los que pasaban por allí le miraban como si él fuera el tipo raro, y Mark era incapaz de dejar de pensar: «¿Yo el tipo raro?» lo cual le producía un nuevo ataque de risa.

—¡Olson! —exclamó de pronto. Y un segundo más tarde se dio cuenta que lo había dicho en voz alta y Neville le estaba mirando sorprendido.

—¿Quién es Olson?

—Eh… estaba recordando una cosa. Olson era un chico, de mi universidad, que coleccionaba cosas raras.

—¿Qué cosas?

—Etiquetas de sujetador.

—¿Etiq…? —Neville le miró—. ¿En serio?

—Sí.

—¿Y se los ponía también?

—¿El qué, los sujetadores? Yo que sé.

—No sé, era tu amigo, no el mío.

—No era mi amigo, solo un tipo que conocí en la facultad. La última vez que le vi fue en un centro comercial. ¿Sabes qué estaba haciendo?

—¿Qué?

Mark empezó a reír. Neville le miró con curiosidad, esperando que a Mark se le pasara el ataque, pero durante al menos cuarenta segundos, Mark no fue capaz de decirlo, porque bastaba que abriera la boca para que empezara de nuevo a reírse.

—Tenía unas tijeras y estaba en la zona de lencería. Imagínatelo.

Los dos soltaron una carcajada tal que a punto estuvieron de perderse el cartel que indicaba el desvío hacia el túnel que cruza la montaña hacia Castle Hill. Mark situó el coche en el lado derecho de la carretera y, cuando una carretera secundaria se desvió de la autopista, Mark enfiló el Kia Ceed en dirección a Castle Hill.