Epílogo
Un año después

—¡Rik! ¡Rik! —Selim Junz corría a través del espacio-puerto con las manos tendidas hacia la nave—. ¡Y Lona! Jamás les hubiera reconocido. ¿Cómo están? ¿Cómo están?

—Tan bien como es de desear. Nuestra carta llegó a sus manos, por lo que veo —dijo Rik.

—Desde luego. Dígame, ¿qué piensa de todo esto?

Andaban juntos, en dirección a la oficina de Junz.

—Esta mañana hemos visitado nuestra vieja ciudad —dijo Valona tristemente—. Los campos están vacíos…

Sus ropas eran ya las de una dama del Imperio en lugar de las de una campesina de Florina.

—Sí, tiene que ser terrible para una persona que ha vivido allí. Es terrible incluso para mí, pero estaré todo el tiempo posible. Los datos de radiación del sol de Florina son de un interés teórico extraordinario.

—¡Una evacuación como ésta en menos de un año! Dice mucho en favor de una excelente organización.

—Hacemos todo lo que podemos, Rik. ¡Oh, me parece que debería llamarle ya por su verdadero nombre…

—¡No, por favor! Nunca podría acostumbrarme. Soy Rik. Es todavía el único nombre que recuerdo.

—¿Ha decidido ya si va a volver al análisis del espacio? —preguntó Junz.

—Lo he decidido —dijo Rik moviendo la cabeza—, pero la decisión es no. Jamás podré recordar lo suficiente. Esta parte se ha borrado para siempre. Pero no me preocupa, sin embargo. Voy a regresar a Tierra… A propósito, espero ver al Edil.

—No lo creo. Se ha marchado hoy. Me parece que no desea verle. Se siente culpable ante usted. ¿No le guarda usted rencor?

—No —respondió Rik—. Su intención era buena y ha hecho que mi vida cambiase en otra mejor en ciertos aspectos. En primer lugar, he conocido a Lona —y pasó el brazo alrededor del hombro de la muchacha.

Valona le miró y le dirigió una sonrisa.

—Por otra parte —prosiguió Rik—, me ha curado algo. He descubierto por qué era analista del espacio. Sé por qué casi la tercera parte de los analistas del espacio se reclutan en un solo planeta, Tierra. Todo el que vive en un mundo radiactivo está destinado a vivir en el miedo y la inseguridad. Un paso en falso puede significar la muerte, y la superficie de nuestro planeta es el peor enemigo que tenemos. Esto desarrolla en nosotros una especie de ansiedad, doctor Junz, el terror de los planetas. No nos sentimos seguros más que en el espacio; es el único lugar en que somos felices.

—¿Y no se siente usted así ya?

—Ciertamente no. No recuerdo siquiera haberme sentido de esa manera. Es así, ¿sabe usted? El Edil me sometió a la psicoprueba para quitarme la sensación de ansiedad y no se preocupó de establecer los controles de intensidad. Creía que sólo tenía que curar una perturbación reciente y superficial, y en lugar de eso se trataba de una ansiedad profunda y arraigada de la que no sabía nada. Lo liberó todo. En cierto modo valía la pena de liberarse de eso, aunque con ello se fuese mucho más. Ya no necesito permanecer en el espacio. Puedo regresar a Tierra. Puedo trabajar en ella y Tierra necesita hombres. Siempre los necesitará.

—¿Sabe usted por qué no podemos hacer por Tierra lo que estamos haciendo por Florina? —preguntó Junz—. Porque no hay necesidad de inducir en los habitantes de Tierra un estado de temor e inseguridad. La Galaxia es vasta.

—No —dijo Rik con vehemencia—. Es un caso diferente. Tierra tiene su pasado, doctor Junz. Hay mucha gente que quizá no lo crea, pero nosotros, los habitantes de Tierra, sabemos que Tierra era el planeta original de la raza humana.

—Bien, quizá. No podría decirlo, de una u otra forma…

—Lo era. Es un planeta que no se puede abandonar; no debe abandonarse. Algún día haremos que su superficie vuelva a ser lo que en otros tiempos tiene que haber sido. Hasta entonces…, seguiremos allí.

—Ahora soy un habitante de Tierra —dijo Valona.

Rik tenía la vista fija en el horizonte. Ciudad Alta era tan deslumbrante como siempre, pero los habitantes se habían marchado.

—¿Cuánta gente queda en Florina? —preguntó.

—Unos veinte millones —respondió Junz—. Trabajamos despacio pero sin descanso. Tenemos que equilibrar la retirada. La gente que queda tiene que mantenerse siempre como una unidad económica durante los meses que restan. Desde luego, la reinstalación está en su fase inicial. La mayoría de los evacuados están todavía en campos provisionales en mundos vecinos. Hay dificultades inevitables.

—¿Cuándo se marchará el último habitante?

—Nunca, en realidad.

—No lo entiendo.

—El Edil ha pedido oficiosamente permiso para quedarse. Le ha sido concedido, oficiosamente también. No será objeto de registro público.

—¿Quedarse? —dijo Rik escandalizado—. Pero… ¡por toda la Galaxia! ¿Por qué?

—No lo sé —dijo Junz—. Pero creo que usted lo ha explicado al hablar de Tierra. Siente lo mismo que usted. Dice que no puede soportar la idea de dejar a Florina morir sola.

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