Después de su éxito en el Everest, los escaladores indonesios y Bukreev, junto con los otros asesores rusos, volvieron a Katmandú para participar en una fiesta de celebración y para finalizar los trámites de la expedición. A mediados de mayo, concluidas las tareas con los indonesios, Bukreev y un amigo suyo volaban nuevamente a Luka para iniciar la marcha de retorno al Campo Base del Everest. Allí Anatoli deseaba evaluar el tiempo y las condiciones de la montaña para intentar quizás una travesía del Lhotse-Everest: ascender a la cumbre del Lhotse y a continuación realizar una travesía hasta coronar el Everest[58].
Nada más salir de Namche Bazaar, allí donde el sendero desciende dibujando vueltas y revueltas sobre las empinadas laderas cubiertas de rododendros hasta una garganta del Dudh Kosi, Bukreev encontró a la doctora Ingrid Hunt, que había venido al Himalaya para colocar una placa de bronce en recuerdo de Scott Fischer. Bukreev y Hunt conversaron brevemente, y la doctora le confesó, con lágrimas en los ojos, que no deseaba volver jamás al Himalaya.
Después de despedirse de Ingrid, Bukreev siguió su camino hacia el Campo Base del Everest. Miraba a todos los escaladores que descendían, con la esperanza de encontrar a algún componente de una expedición japonesa que había abandonado el Campo Base y la tentativa de escalar la montaña. Bukreev tenía en Katmandú algunos amuletos y efectos personales que había recogido en las proximidades del cuerpo de Yasuko Namba después de darle sepultura bajo un montículo de piedras. Anatoli deseaba enviar aquellos objetos personales a su marido, en Japón.
Después de pasar la noche en Pangboche, Bukreev y su amigo partieron temprano. Al llegar a Gorak Shep, alrededor de las tres de la tarde, pararon a tomar té en un locare bajo la creciente sombra de la pirámide nevada del Pumori. En el patio del edificio encontraron a un japonés, al que preguntaron si conocía a alguien que pudiera llevar a Tokio las pertenencias de Yasuko Namba y entregarlas a su familia. El conocido escalador japonés Muneo Nukita, que era el interlocutor de Bukreev, comprendió la pregunta y se dirigió a un hombre que se encontraba a unos cincuenta metros de distancia. Era Kenichi Namba, marido de Yasuko Namba, que había venido a Nepal con la esperanza de poder recuperar el cuerpo de su esposa.
Con Muneo Nukita haciendo las veces de intérprete, Bukreev y Kenichi Namba compartieron una marmita de té y Anatoli intentó explicar, en su inglés titubeante y quebrado, los acontecimientos que habían tenido lugar el año anterior. Se disculpó, diciendo repetidamente que hubiera deseado haber sido capaz de hacer algo más. Mientras hablaba caían lágrimas por sus mejillas. Dijo que conservaba una sensación de fracaso personal por la muerte de Yasuko, porque no había conseguido proporcionarle la ayuda que había dispensado a Charlotte Fox y a Sandy Hill Pittman. Había asumido cosas, había esperado que llegara una ayuda que nunca llegó. Lo sentía mucho.
Kenichi Namba escuchó en silencio, con atención, y cuando Bukreev no pudo decir nada más, explicó en japonés que él no culpaba a nadie, que su esposa había sido una montañera, que había tenido la ambición de escalar el Everest y que lo había conseguido. Agradeció a Bukreev la ayuda que pudo prestar a los otros escaladores, y también que hubiera ido allí donde él no habría podido ir, a sepultar el cuerpo de su esposa para impedir que quedara expuesto a los elementos. Hablaron durante dos horas todavía, y después, cuando la luz ya declinaba, Bukreev se despidió de él y continuó su camino, de vuelta a la montaña.