Mientras Bukreev y los sherpas preparaban el campamento base, Gaanelgaard, Fischer y Jane Bromet, agente publicitaria de Mountain Madness, esperaban en Katmandú la llegada del resto del equipo. Bromet, compañera de escalada y amiga cercana de Fischer, también de Seattle, le había acompañado hasta Katmandú y proyectaba recorrer la marcha de aproximación con él, con los clientes y con la doctora Ingrid Hunt[14]. Durante los meses inmediatamente anteriores a su llegada a Katmandú, Bromet había trabajado activamente en asuntos de relaciones públicas en nombre de Fischer y había conseguido un acuerdo de trabajo como corresponsal para Outside Online, un proveedor de Seattle, especializado en noticias y publicidad destinadas a los usuarios de internet en el ámbito del ocio y aventura. Sin ser una división de la revista Outside, el espacio Outside Online sí mantenía con ella una relación de colaboración que le autorizaba a utilizar el logo de la revista y a publicar algunos de sus artículos.
Para Fischer y para Bromet, que deseaba introducirse en el mundo de la comunicación especializada en ocio y aventura, aquella afortunada negociación con Outside Online suponía tanto una oportunidad como un seguro. No estaba nada claro qué enfoque iba a dar Pittman a su cobertura de la expedición en la página de internet de la NBC, ni tampoco tenían ningún modo de controlar su contenido. Sí se podía contar en cambio con que Bromet, leal a los objetivos de Fischer, apoyara la línea de la compañía. Sólo había un pequeño problema: a duras penas podría Bromet trabajar sin los recursos técnicos de que disponía Pittman, que incluían entre otros un teléfono por satélite. En el momento en que saliera de Katmandú alejándose del teléfono de la habitación de su hotel, Bromet perdería la mayor parte de su capacidad de acción. Así pues, antes de partir de Seattle, Janet había negociado con Pittman un acuerdo de utilización de su equipo. «Según este acuerdo, se me permitiría utilizar el teléfono por satélite que la NIUC había facilitado a Sandy. Yo había hablado con Jane, su secretaria, diciendo “Necesito utilizar esos teléfonos, ¿hay algún problema en que lo haga?”».
Según afirma Bromet, se le aseguró que no habría inconveniente alguno en que hiciera uso de aquel equipo. Se trataba de un asunto de trabajo.
Uno de los primeros informes que Bromet envió desde Katmandú para Outside Online (http:/outside.starwave.com) fue una entrevista on line con Fischer, en la que él describía a sus clientes y a sus guías de escalada, Beidleman y Bukreev[15]. En sus respuestas a las cuestiones planteadas por Bromet, Fischer puso de relieve cómo el equipo de guías constituía una «buena combinación» en lo tocante a la seguridad de la actividad expedicionaria. Beidleman, según dijo, se sentía «ávido por ascender al techo del mundo», y en caso de que alguno de los clientes tuviera problemas en el día del intento de cumbre, él (Fischer) no tendría inconveniente alguno en descender acompañando a la persona o personas afectadas, en tanto Neal continuaría ascendiendo hacia la cumbre con el resto de los clientes. De este modo todo el mundo podría satisfacer sus aspiraciones personales.
En cuanto a Bukreev, Fischer le presentó como «guía jefe» y ensalzó sus logros en el Himalaya, con varios ochomiles sin oxígeno en su historial. Al hablar del papel de Bukreev en la expedición, Fischer comentó «sé que Anatoli no utilizará oxígeno. Es un animal de las montañas, un monstruo, y eso es magnífico»[16].
Después de estas presentaciones y antes de salir de Katmandú, Bromet envió varios comunicados en los que detallaba algunos de los retos con que se enfrentaba la expedición de Fischer, ente ellos la posibilidad de retrasos en la marcha de aproximación, como los que ya habían tenido Bukreev y el grupo de sherpas.
«En Katmandú se ha sabido que los yaks no pueden acceder al Campo Base del Everest. Todas las expediciones han sufrido retrasos. En este momento hay diez expediciones esperando poder llegar al Campo Base».
«Debido a esta situación, los porteadores han doblado sus tarifas, pasando de 150 a 300 rupias por la aproximación al Campo Base. Los porteadores han optado por pedir más dinero, porque bajo estas condiciones su trabajo es mucho más duro y necesitan más equipamiento, y también porque se ha incrementado la demanda de sus servicios».
Problemas como éste, el asunto del suministro del oxígeno y el envío de la tienda desaparecida, constituían el menú corriente de los días previos a la partida y, como indica Bromet, Fischer comenzó a trabajar en los detalles tan pronto como aterrizó su avión. «En el momento en que Scott llegó a Katmandú empezó a sonar su teléfono. La logística implicada en una operación como ésta supone un enorme esfuerzo mental».
Uno de los detalles con los que tuvo que vérselas Fischer resultó comprometido, tanto profesional como personalmente. Karen Dickinson le llamó desde West Seattle para decirle que, según sus libros de contabilidad, Gammelgaard todavía debía a Mountain Madness del orden de 20 000 dólares. «Envié el documento a Scott mientras se hallaba aún en Katmandú. Le dije: “o Lene firma esto, tal y como habíamos establecido, o no va a la expedición. No la dejes partir de Katmandú si no firma”»[17].
Fischer detestaba los enfrentamientos, especialmente con sus amigos. Bromet decía de él: «Scott nunca quería molestar a la gente y deseaba que todo el mundo se sintiera cómodo y acogido… Odiaba las discusiones y optaba por evitarlas». En cambio, a decir de Bromet, el punto fuerte de Scott era el talento de que hacía gala al compartir con los clientes su experiencia y sus habilidades naturales para subsistir en la montaña, ayudándoles así a cumplir sus propias ambiciones. Algunas veces llegaba a alentar estas ambiciones por encima de las suyas propias. «Quería que los clientes tuvieran su gloria», decía Bromet. «Deseaba que vivieran la emoción y la sensación de fuerza interior y de energía al encontrarse en la cumbre del Everest y cumplir su objetivo. De un modo muy amistoso, encantador, casi tierno, él deseaba extender su entusiasmo por las montañas y por la escalada a esas personas, por estúpidas que fueran algunas de ellas. Para Scott, en realidad, el móvil que impulsaba a su cliente no tenía importancia. Él se veía a sí mismo como alguien que debe aportar toda la motivación posible, una motivación psíquica si se quiere. Era como un barco que va lanzado hacia delante a toda velocidad, dejando una estela, y sus clientes seguían esa estela de energía muy positiva y dinámica… Era capaz de difundir a su alrededor el entusiasmo por la escalada, incluso entre personas casi incapaces de atarse los cordones de sus zapatos… “Puedes conseguirlo. Podemos conseguirlo”, decía. Así era Scott Fischer».
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El programa preparado para los clientes de Mountain Madness procedentes de los Estados Unidos señalaba que partirían de Los Ángeles el 23 de marzo para pasar algunos días en Katmandú, y el 28 de marzo volarían hasta Lukla (2850 m). Era un calendario prudente y conservador, designado específicamente para evitar a los clientes problemas relacionados con el mal de altura[18], trastorno que aparece al ascender demasiado deprisa, sin permitir que el organismo se adapte para compensar la gradual disminución en los niveles de oxígeno del aire.
Fischer había proyectado inicialmente comenzar en Lukla (2850 m) para respetar una consigna ampliamente aceptada: comenzar por debajo de 3000 metros y ganar altura a pie y de modo gradual. Esta máxima es la que recomiendan todos los expertos en altitud y se incorpora en la mayor parte las guías de escalada y trekking en el Himalaya[19].
Pero en el último momento, Fischer anunció un cambio de planes. En lugar de transportar a los clientes en helicóptero hasta Lukla, decidió que volarían a Syangboche junto con el material de la expedición que Bukreev y Ngima Sherpa no habían podido llevar consigo cuando partieron el día 29 de marzo.
Syangboche (3900 m) era la misma aldea a la que habían viajado Bukreev y Ngima Sherpa cuatro días antes. Para ellos, el incremento de altitud con respecto a Katmandú no había supuesto problema alguno. Sin embargo, para los clientes, la rápida ascensión tuvo efectos casi inmediatos. En su informe para la página Web de la NBC Pittman señalaba lo siguiente: «Casi todos los componentes del grupo sienten los efectos del rápido incremento en la altitud. Quedamos sin aliento con sólo caminar por los alrededores». Además, según el informe, dos personas guardaban cama debido a trastornos gastrointestinales, posiblemente contraídos en Katmandú. Una de estas personas era Lene Gammelgaard, que había partido de Katmandú con el resto del grupo. Dickinson, en West Seattle, nunca consiguió que firmara su compromiso escrito.
Desde Syangboche, como hicieran Bukreev y Ngima, el grupo de Mountain Madness caminó hasta Namche Bazar, donde pasaron dos días descansando y dando cortos paseos con el fin de aclimatarse. Algunos de los clientes continuaron notando síntomas del mal de altura, lo cual es normal durante el primer día o dos, pero la persistencia de los síntomas suele indicar trastornos más serios.
Muchos de los componentes del grupo recurrieron a un fármaco llamado Diamox (acetazolamida), que mejora la metabolización del oxígeno. Utilizado por los montañeros desde hace más de veinte años, su eficacia parece bastante confirmada, pero la mayor parte de los médicos lo recomiendan únicamente para tratar los síntomas del mal de altura, y no como agente preventivo. La acetazolamida no previene el mal de altura, y así lo expone el prospecto del laboratorio que acompaña al fármaco: «Para tratar de evitar el mal de altura es fundamental que la ascensión sea gradual. Es preciso resaltar que el uso de este fármaco no elimina la necesidad de descender rápidamente en caso de presentarse manifestaciones graves del mal de altura».
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Gracias a Pittman, los navegantes de internet recibieron información casi diaria acerca de los progresos del grupo de Mountain Madness en su marcha hacia el Campo Base. Curiosamente, aquellos que habían estado siguiendo los informes de Bromet, observaron que su espacio en Outside Online permanecía silencioso desde poco después de la partida de Katmandú. Lo que no sabían era que en Lobuche hubo una discusión decisiva. «Así pues, llegamos a Lobuche, la axila de Nepal, y Sandy está muy, muy tensa conmigo… y entonces me dice, “No puedes utilizar más ese teléfono… La NBC es quien pone todo el dinero, y dicen que es demasiada competencia”».
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Por la vía del Telégrafo del Khumbu (es decir, de boca en boca a través de los sherpas), Neal me había hecho saber que la expedición llegaría a Gorak Shep (5170 m) el 6 de abril, y yo estaba impaciente por reunirme con los clientes y averiguar qué tal había ido la marcha de aproximación. Después de comprobar que la mayor parte de los trabajos del Campo Base ya estaban hechos, caminé un par de horas por el glaciar del Khumbu, rodeando enormes lagos y afloramientos de hielo originados por la subida de las temperaturas. Durante mi recorrido encontré a algunos miembros de la expedición de Henry Todd, que me dijeron que nuestro suministro de oxígeno había llegado por fin a Katmandú y que ahora venía de camino con una caravana de yaks que debía estar en las afueras de Namche Bazar. Al llegar a Gorak Shep informé a Scott Fischer acerca del trabajo que se había realizado. Saludé con gran afecto a Neal, a quien conocí durante mi primera visita a los Estados Unidos en 1990, y a continuación Scott me presentó, en generosos términos, a todos los demás. Para mí esta experiencia fue importante, porque aunque ya sabía algo sobre el historial alpinístico de los clientes, suelo averiguar mucho más observando el aspecto físico y el comportamiento de la gente. Para mí, incluso en mi país, lo que cuenta no es tanto lo que la gente dice, sino cómo se conduce. Yo tenía muchas cosas que averiguar acerca de los clientes, quienes, por lo que sabía, habían entrenado duro para la ocasión.
Sabía que no era la primera vez que Sandy Pittman intentaba el Everest. Su apariencia saludable a esta altitud no me ofrecía dudas acerca de su buena condición.
Lene Gammelgaard tenía tan buen aspecto como en Katmandú, y yo sabía que estaba muy mentalizada para convertirse en la primera mujer danesa en escalar el Everest. Sin embargo me alarmé un poco cuando declaró sus intenciones de escalar sin oxígeno. En mi opinión, su falta de experiencia en altitud hacía que tal consideración no fuera demasiado prudente.
La tercera mujer alpinista de nuestra expedición, Charlotte Fox, había ascendido con éxito dos ochomiles: el Cho Oyu (8153 m) y el Gasherbrum II (8035 m), y asimismo contaba en su historial con las cumbres del Aconcagua y el McKinley. Su amigo Tim Madsen, un esquiador de montaña sumamente cualificado, no tenía experiencia en grandes altitudes pero sí un extenso historial en montañas más bajas en el oeste de los Estados Unidos.
Otro atleta con una amplia experiencia previa en el esquí de montaña era Klev Schoening, que también se había preparado en montañas más bajas como el Kilimanjaro y el Aconcagua. Su tío Pete Schoening me inspiraba un gran respeto como montañero. Simpatizaba con su deseo de convertirse en la persona de más edad en alcanzar la cumbre del Everest y admiraba su ambición, pero sus años me inducían a la cautela.
En cuanto a Dale Kruse, según tengo entendido, su mayor logro alpinístico ha sido escalar el Baruntse, un sietemil de Nepal. El Baruntse es una montaña de escasa dificultad, situada en las proximidades del Makalu, en la región del Everest, pero el nivel de complicación técnica del Baruntse es significativamente menor que el que nos esperaba en esta expedición, y tampoco su altitud puede compararse.
En cuanto al último de los participantes de esta expedición, Martin Adams, yo le conocía de nuestra expedición al Makalu, y sabía que este emprendedor alpinista estaba muy motivado para escalar el Everest. Le aseguré que le brindaría toda la ayuda y el consejo que me fuera posible.
Después de mi encuentro con los miembros del grupo, volví aquel mismo día al Campamento Base. Por el camino analicé a todos los participantes. Los que más me preocupaban eran las personas que carecían de experiencia en altura: Tim Madsen, Klev Schoening, Lene Gammelgaard y Dale Kruse. La buena condición física que todos mostraban por encima de los 5000 metros era tranquilizadora. Tenían espíritu combativo y, a juzgar por su apariencia física, no parecían tener ningún problema físico de salud o de samochuvstvie[20]. Sin embargo, yo sabía que sólo podría obtener una conclusión general acerca de la preparación física y mental de los participantes cuando pudiera observarlos en el Campamento Base y durante las ascensiones de aclimatación.
En cuanto al nivel general de capacidad y disposición del grupo, sentía una cierta preocupación. Sólo podía contar con la intuición profesional de Scott Fischer, para quien era muy importante tener éxito en su primera expedición comercial a gran escala en el Everest. Yo comprendía que él había trabajado mucho para conseguir lo que tenía y que se había esforzado por reunir un buen equipo para el Everest. En un tiempo tan breve es muy difícil encontrar guías cualificados y seleccionar un grupo fuerte y homogéneo de clientes. Pensé que Scott debía recibir lo que se merecía por sus sinceras aspiraciones.
La experiencia acumulada por mí, por Scott y por Lopsang en el Everest constituía en su conjunto una buena provisión de conocimientos a disposición de los clientes de esta expedición, que en su mayoría estaban en una razonable forma física. Pero a mi entender, en una expedición comercial siempre hay que realizar un ajuste de extrema importancia. Yo me había educado en la tradición de la Escuela Rusa de Montañismo de Altitud, donde el esfuerzo colectivo y el trabajo en equipo adquieren siempre el papel preponderante, en tanto las ambiciones personales quedan relegadas a un segundo plano. Nuestra práctica en la formación y preparación de los escaladores persigue una acumulación de experiencia y confianza por parte del alumno durante un largo período de tiempo, comenzando en las montañas bajas y progresando hasta los ochomiles una vez se ha alcanzado la preparación adecuada. Pero aquí, según mi entender y tal y como había sido el caso en otras expediciones comerciales, mi papel consistía en preparar la montaña para los clientes, y no al revés.