El día 11 de mayo por la mañana, con las reservas de oxígeno de Mountain Madness agotadas, Neal Beidleman y los clientes tomaron la decisión de abandonar la montaña. Los pocos clientes que necesitaban oxígeno para el descenso lo recibieron de la expedición IMAX/IWERKS, cuyos miembros habían venido generosamente en su ayuda.
Mientras Beidleman y los clientes se preparaban para el descenso, dos sherpas de la expedición de Mountain Madness y otro de la expedición taiwanesa, llevando oxígeno y té caliente, comenzaron a ascender en dirección al pie del Balcón, donde habían vivaqueado Scott Fischer y el escalador taiwanés Makalu Gau. Bukreev, que no quería descender hasta conocer el estado en que se encontraba Fischer, habló con Beidleman y le dijo que deseaba quedarse.
En el equipo de Rob Hall reinaba la confusión. Las llamadas de radio de Hall se habían prolongado durante toda la noche. Había quedado inmovilizado en la Cumbre Sur, enfriándose hasta morir. Doug Hansen, que había estado con Hall la noche del 10 de mayo, ya no se hallaba con él y se le daba por muerto. Andy Harris no había vuelto a su tienda. En cuanto a Beck Weathers y Yasuko Namba, otros miembros de su expedición los habían localizado en las proximidades de la pared de Kangshung, allí donde Bukreev había hallado a Madsen, Pittman y Fox en las primeras horas del día. Ambos, milagrosamente, mostraban signos de vida. Según Jon Krakauer, John Taske, Stuart Hutchinson, Mike Groom y él mismo decidieron, después de deliberar, «dejarlos donde estaban», creyendo que nada se podía hacer por ellos.
Justo antes de la partida de los sherpas de Mountain Madness y del sherpa taiwanés que pretendían auxiliar a Fischer y a Gau, dos sherpas de Rob Hall habían ascendido para tratar de rescatar a éste y a cualquier otro escalador que encontraran con vida. Amedrentados por el mal tiempo se dieron la vuelta, sin lograr encontrar a ninguna de las personas extraviadas. A las 6:20 de la tarde, Rob Hall llamó a su Campo Base, desde el cual le pusieron en comunicación con su esposa, en Nueva Zelanda. Después de enviarle su cariño y decirle que no se preocupara, Hall cerró la comunicación. Fueron las últimas palabras que nadie le oyera decir.
Mientras Rob Hall hablaba con su mujer, Bukreev estaba otra vez subiendo, tratando de llegar hasta Scott Fischer. Los sherpas que habían ido a buscarle habían vuelto al campamento con Makalu Gau, a quien habían logrado revivir con té caliente y oxígeno. A Fischer le encontraron inconsciente, pero todavía respirando. A la una de la tarde le colocaron en el rostro una máscara de oxígeno y le conectaron a un cartucho lleno.
Dormí unas dos horas, y pasadas las siete y media entró Pemba trayendo té. Oí a unos sherpas que pasaban junto a nuestra tienda y pregunté a Pemba: «¿Cuál es ahora la situación? ¿Ha ido alguien a buscar a Scott o no?». Me dio un poco de té y permaneció en silencio. «No» respondió. Le dije: «Scott necesita ayuda. Por favor, envíale a unos sherpas». Entonces se dirigió a la tienda de los sherpas y comenzó a hablar. Yo no tenía fuerzas. Sería estúpido por mi parte pretender subir otra vez. Necesito recuperarme un poco.
Alrededor de las ocho y media eché un vistazo a nuestra ruta del día anterior y comprobé que la tormenta había perdido fuerza. Vi a unos sherpas que subían, y me dicen: «Ya está, el padre de Lopsang está subiendo con Tashi Sherpa», y yo pregunté: «¿Llevan oxígeno?», y me contestaron «Sí».
Luego hablé con Neal. «Está bien, ésta es mi posición. Me gustaría quedarme aquí», y él dijo que estaba de acuerdo, él trabajaría con los clientes y los acompañaría abajo.
Se había levantado un fuerte viento y yo seguía en la tienda, pero alrededor de la una o las dos salí a hablar con Todd Burleson y Pete Athans, de Alpine Ascents (guías de una expedición comercial), que habían venido hasta el Campo IV para ayudar a bajar a los escaladores después de los percances sucedidos. Les pregunté: «¿Sabéis qué está ocurriendo?» y me dijeron que unos sherpas habían vuelto con Makalu Gau, de modo que me acerqué a las tiendas de los taiwaneses.
Al entrar en la tienda vi a Makalu Gau, con la cara y las manos congeladas, pero podía hablar un poco y le pregunté: «¿Has visto a Scott?» y me dijo: «Sí, estuvimos juntos toda la noche». Yo tenía esperanzas de que Scott pudiera sobrevivir, pero al oír aquella noticia pensé: «Scott está perdido, está ya muerto», y me entristecí mucho, pero aquella noticia era sólo la versión de los taiwaneses, así que quise hablar con nuestros sherpas que habían subido.
Entré en la tienda de los sherpas, y el padre de Lopsang lloraba muy apenado, y dijo: «No pudimos ayudarle». Él hablaba muy poco inglés y no comprendí. «¿Qué ha ocurrido?» y ellos me dijeron: «Está muerto». Y yo pregunté: «¿Respiraba todavía?», y me contestaron: «Sí, todavía respiraba pero no daba más señales de vida».
Pregunté: «¿Le disteis oxígeno?», y me dijeron: «Sí, le dimos oxígeno». Y pregunté: «¿Le disteis alguna medicina?», y ellos dijeron: «No». Y ahora ya comprendí. Salí de la tienda para hablar con Todd Burleson y Pete Athans, y pregunté: «¿Podéis venir conmigo para ayudar a Scott? Dicen que todavía está vivo, a 8350 metros».
Pete Athans, que hablaba nepalí, comprendió la situación, y me dijo: «He hablado con los sherpas, y dicen que es imposible ayudar a Scott». «¿Por qué?», dije yo, «Podemos probar». Contestó él: «Pero viene mal tiempo. La tormenta no ha terminado. Han tratado de darle oxígeno, pero no ha mejorado». Todd Burleson estaba callado, pero Pete Athans hablaba conmigo. Dijo: «Sí, Scott respiraba, pero no pudo beber té, ellos le pusieron té en la boca, pero no podía tragarlo». Prosiguió: «Es imposible. En estas condiciones, no se puede hacer nada por él». Yo dije: «Pero tal vez, si ha respirado, el oxígeno podría mejorarle, voy a salir de nuevo».
Entré otra vez en la tienda con el padre de Lopsang y me dirigí a él: «¿Puedes informarme un poco más? ¿No le disteis ninguna medicina? ¿Cuándo le disteis oxígeno?». Él respondió: «Oh, le pusimos una máscara de oxígeno, una botella nueva, y abrimos el oxígeno».
Dije que estaba bien, tomé la radio de los sherpas y llamé al Campo Base. Hablé con Ingrid y le pregunté: «Esta es la situación, ¿qué es lo que tú recomiendas?». Ella también se mostró apenada y me dijo: «Anatoli, trata de hacer cuanto esté en tu mano, por favor trata de buscar alguna posibilidad». Yo le dije: «De acuerdo, intentaré todo lo posible, pero ¿qué me recomiendas?». Ella contestó: «Bien, en cuanto a las medicinas ¿sigues teniendo el pequeño paquete con las inyecciones?». Le respondí: «Sí, tengo la inyección». Y me dijo que probara a ponerle la inyección a Scott, y le prometí que intentaría todo [La doctora Hunt ha recordado que en realidad Bukreev habló con el médico de la expedición de Rob Hall]. Entonces, me dirijo a la tienda de los sherpas y veo que Lopsang está utilizando oxígeno y que también otros sherpas lo están haciendo. Y les digo: «Bien, necesito oxígeno. Necesito tres botellas de oxígeno y un termo de té. ¿Podéis conseguírmelo?». Y ellos me preguntan: «¿Para qué lo quieres?». Les respondo: «Voy a subir». Ellos me dijeron: «Es una idea estúpida».
Así que salí de la tienda y entonces el padre de Lopsang vino y habló en nepalí con Pete Athans, y éste me preguntó: «Anatoli, ¿qué vas a hacer?». Yo contesté: «Voy a subir, necesito oxígeno, necesito un termo de té». Entonces Pete trató de explicarme que no era una buena idea: «Ahora la tormenta ha cedido un poco; si subes ahora te la encontrarás otra vez». Le dije: «Tengo que hacerlo».
Mi experiencia me lo decía, le expliqué mi postura. En la situación de Scott podía tratarse de un proceso muy lento; tal vez, si cuenta con oxígeno, podría revivir. Se encuentra justo debajo del Balcón, y tiene reservas hasta más o menos las siete de la tarde. Necesito llevarle oxígeno. Pete es como los sherpas, y comprendo que él encuentre estúpida mi idea, pero consigo algo de oxígeno. Pedí tres botellas, pero sólo consigo dos. Creo que procede de la expedición de David Breashears, pero no estoy seguro. Empiezo a apresurarme, empiezo a prepararme, pero mientras me preparo el viento arrecia. Son alrededor de las cuatro, tal vez las cuatro y cuarto.
Me eché la mochila a la espalda y al salir vi a Pete Athans fuera de la tienda. Le pregunté: «¿Te vienes?». Y sólo dijo: «No». Yo le pregunto: «¿Cuántos estarían dispuestos a ayudarme?». Él sólo me miró apenado, y lloró un poco. Pensaba que no había ninguna posibilidad.
Comencé a caminar y a unos ciento cincuenta metros de las tiendas divisé un pequeño punto que se movía, alguien que descendía hacia mí, y me sentí muy asombrado. Pensé que era como un fantasma, como un milagro, y apreté el paso. Instantes después llegué junto a aquel hombre, que llevaba extendidas ante sí sus manos desprovistas de guantes, como un soldado rendido. Entonces no supe quién era, pero ahora sé que se trataba de Beck Weathers[48].
Le dije: «¿Quién eres?». Él no habló ni me respondió, y pregunté: «¿Has visto a Scott?». Y respondió: «No he visto a nadie. No he visto a nadie. Es la última vez que voy a las montañas. No quiero volver a estas montañas. Nunca, nunca…». Hablaba como un loco.
En aquel momento pensé que mi cabeza estaba rota, y pensé: «Anatoli, tienes que ser capaz de pensar, si es que vas a subir otra vez». Me vuelvo y grito: «¡Burleson! ¡Pete! ¡Por favor, ayudadme! ¿Podéis ayudar a este hombre? Yo tengo que irme. No puedo perder tiempo». Y ellos me dijeron: «No te preocupes. Nosotros le atenderemos».
Todo el mundo decía que era estúpido tratar de buscar a Scott, pero al ver que aquel hombre había sobrevivido sentí que renacía mi esperanza. Tomé una de las máscaras e inicié la ascensión con oxígeno, sin descansar, progresando ininterrumpidamente, pero empezó a caer la oscuridad, estaba llegando la noche. Y también comenzó a soplar un fuerte viento que traía nieve, dificultándome las cosas.
Alrededor de las siete, tal vez a las siete y cinco, encontré a Scott. En medio de la oscuridad, en plena tormenta, le distinguí entre la nieve, como un milagro, también ahora. Vi que llevaba abierta la cremallera de su traje de pluma, y una mano sin guante, congelada. Retiré la máscara de su rostro y en torno a la máscara también su cara estaba congelada, pero a diferente temperatura, y por debajo de la máscara la piel tenía un color amoratado, como un gran hematoma. No había indicios de vida en su semblante. No vi signos de respiración, tan sólo una mandíbula apretada.
Perdí mi última oportunidad. No podía hacer nada. No podía hacer nada. Tampoco podía quedarme con él.
A las siete arreció de nuevo la tormenta. El oxígeno… perdí mi última esperanza, porque al partir había pensado: «El oxígeno le hará revivir». Si a estas alturas el oxígeno no le había ayudado, no había señales de vida, no había pulso ni respiración…
Comenzó a soplar un viento muy fuerte, y yo no tenía ya fuerzas, no tenía fuerza ninguna. ¿Qué debo hacer? Y vi así las cosas: si yo le hubiera encontrado como a Beck Weathers, le hubiera podido ayudar. Él había revivido. Igual que había revivido Beck Weathers, si hubiera recibido ayuda, tal vez oxígeno, todo hubiera sido posible. Habría podido salvar a Scott. Comprendí que ahora ya no tenía. No había ninguna posibilidad. ¿Ahora, qué hacer?
Vi su mochila y la sujeté en torno a su rostro, para ahuyentar a los pájaros. Con cuatro o cinco cartuchos vacíos que encontré por los alrededores, traté de cubrir su cuerpo, y a las siete y cuarto, quizás, comencé a bajar, aprisa. Y comprendí que me quedaba sin fuerzas, que me quedaba sin emociones. No puedo decir cómo fue aquello. Estaba muy triste.
Comenzó la tormenta, con gran violencia, y otra vez me llegaba mucha nieve con el fuerte viento. Inicié el descenso por las cuerdas, y cuando éstas terminaron a unos 8200 metros, la visibilidad era ya nula. Me encontré en la oscuridad, quizás eran las ocho menos veinte, y no se veía nada. Saqué mi linterna frontal. Iba usando algo de oxígeno. Después me quité la máscara porque me quitaba visibilidad. A más de dos metros o tres no se veía nada. Volví a encontrar la pared de Kangshung, creo que otra vez era el mismo lugar, cerca de Yasuko Namba, probablemente. No veía más allá de un par de metros, pero comprendía. Y entonces prosigo en otra dirección, y se termina la nieve del suelo y empiezo a ver botellas de oxígeno. Giro un poco y sigo un poco, y veo unas tiendas.
Sé que esas no eran las nuestras, pero las próximas sí lo serían. Al encontrar este lugar empiezo a oír voces. Camino sin ver nada, sólo por los sonidos. Por los sonidos, llego a una tienda. Abro. Veo a ese hombre, solo. Veo a Beck Weathers, y no comprendo por qué está solo, pero pierdo las fuerzas y sigo hacia mi tienda, porque no puedo hacer nada. Tengo un saco de dormir. Me arrastro al interior de la tienda y me quedo dormido.
En su camino de retorno hacia el Campo IV, Bukreev tuvo que descender en medio de una tormenta tan fuerte como la de la noche anterior. Escalando en solitario, sin luces que le guiaran desde el Campo IV, utilizó su intuición y sus recuerdos del Collado Sur para orientarse hacia la que le parecía la dirección correcta. Al encontrarse unos cartuchos vacíos de oxígeno consiguió finalmente localizar su campamento.
Mientras buscaba entre las tiendas del Campo IV, Bukreev oyó unos gritos que procedían de una de ellas. Al mirar en su interior vio a Beck Weathers, abandonado por sus compañeros, retorciéndose de dolor. Anatoli estaba agotado, después de haberse librado por muy poco de perderse en la tormenta. No tuvo más remedio que dejar a Weathers y buscar su propia tienda, donde se derrumbó, exhausto.