Capítulo 16. Decisión y descenso

Cuando Adams descendía hacia la parte superior del Escalón Hillary se cruzó con una hilera de escaladores, algunos de ellos de Hall y el resto de Mountain Madness —Charlotte Fox, Lene Gammelgaard, Sandy Hill Pittman, Tim Madsen, así como cuatro de los sherpas de Mountain Madness, entre ellos Lopsang Jangbu—. Recuerda Adams que ninguno habló mucho durante el encuentro. Los escaladores ascendían de manera automática, a sólo algunos minutos de la cumbre.

«Cuando llevaba unos minutos descendiendo vi un grupo de personas que subían hacia la cumbre formando una apretada fila. Un poco más lejos venían otras dos, entre las cuales creí reconocer a Scott. Ansioso por comprender nuestra situación y por llegar a un acuerdo acerca del modo de proceder de ahí en adelante, me acerqué a él y comencé a hablarle, y entonces descubrí que me había equivocado y que estaba hablando con Rob Hall, que se dirigía a la cumbre con uno de sus clientes. Le pregunté si se encontraban bien y si necesitaba alguna ayuda, ya que me disponía a bajar, y respondió que todo el mundo estaba bien, que nadie necesitaba ayuda y me dio las gracias por mi trabajo con las cuerdas fijas».

»Cuando me separé de Rob vi a nuestros clientes que venían en un grupo apretado, pero mi alivio al verlos quedó ensombrecido al constatar que la mayor parte de ellos llevaban ahora catorce horas escalando, cuando su provisión de oxígeno era de sólo dieciocho horas. Suponiendo que lo hubieran estado utilizando correctamente, sólo les quedaban cuatro horas. Todavía se hallaban a treinta minutos de la cumbre, y comprendí que no tendrían suficiente oxígeno para descender hasta el Campo IV».

A unos cuatro o cinco metros de la parte superior del Escalón Hillary, Adams alcanzó a Harris y a Krakauer «resoplando, riendo, como divirtiéndose, como si nada le preocupase en exceso», pero Adams no se detuvo junto a ellos. «No me apetecía demasiado, así que continué hasta el arranque de las cuerdas fijas del Escalón Hillary». Adams pensaba en descender, sólo en descender. A lo largo del día había sufrido un retraso tras otro, luchando por avanzar entre otros escaladores más lentos. Ahora tenía la oportunidad de tomar la delantera en el descenso, y estaba dispuesto a hacerlo.

Se ancló a las cuerdas fijas y mientras se preparaba para rapelar el Escalón Hillary miró hacia abajo para ver si el tramo estaba libre. «Miré hacia abajo», dice Adams, «y vi subir a tres personas, y pensé: “¡Oh, no, más retrasos!”, y entonces traté de distinguir quiénes eran los que subían: el primero era un sherpa, después venía Makalu Gau y por último Scott Fischer, y la verdad es que me sentí muy sorprendido. No había pensado en Scott ni en su paradero durante todo el día, y ahora le veía allí y no daba crédito a mis ojos. Pensé que aquello era un problema. Él no debería estar allí».

Mientras Adams miraba hacia abajo, Fischer dirigió la vista hacia arriba al tiempo que deslizaba su jumar por la cuerda fija. Al ver a Adams le gritó: «Eh, Martin, ¿crees que podrás subir al Everest?». Adams tuvo la impresión de que Fischer creía que él aún no había llegado a la cumbre, que «estaba dándome ánimos, tratando de alentarme, como diciendo “Vamos, amigo, subamos juntos”». Adams replicó: «¡Ya he subido!».

Al ver que el sherpa y Makalu Gau avanzaban con lentitud, Adams animó a Fischer para que tratase de pasarles escalando por un espolón de roca que ascendía paralelo a la cuerda fija. «Eran unos movimientos un poco técnicos, pero yo pensé que él podría hacerlo y ganar así algún tiempo».

Fischer se movió hacia el espolón para estudiar la alternativa que Adams estaba proponiéndole, pero según recuerda éste, Fischer volvió a ocupar su puesto en la fila. «Tal vez pensó que era demasiado expuesto. No lo sé. Por la razón que fuera, permaneció donde estaba. Probablemente hizo lo correcto».

En tanto Adams trataba de persuadir a Fischer para que se apresurara, Bukreev descendió pasando junto a Harris y Krakauer y se sentó en una roca inmediatamente por encima de Adams, y mientras esperaba inspeccionó el cielo, buscando algún indicio de cómo iba a evolucionar el tiempo. Observó que se estaban acumulando algunas nubes y que se había levantado un viento frío, pero ninguno de estos signos parecía amenazador.

***

En tanto Bukreev y Adams esperaban a Fischer en el Escalón Hillary, Beidleman estaba en la cumbre sintiéndose «muy nervioso y lleno de ansiedad». «En realidad», dice, «me hubiera gustado iniciar el descenso mucho antes, tal vez con Martin o Klev, pero cada vez que me disponía a ponerme en pie y marcharme aparecía por la arista otra persona u otro grupo de personas, y con ellos alguno de los nuestros. Me sorprendía ver que continuaba llegando gente. Creía que se habrían dado la vuelta, solos o con otros escaladores. No me parecía bien marcharme en aquel momento, mientras no hubieran llegado todos a la cumbre, y estando ya tan cerca».$

Entre las dos y cuarto y las dos y media llegaron a la cima los cuatro clientes de Mountain Madness con quienes Adams y Bukreev se habían cruzado bajando —Madsen, Fox, Gammelgaard y Pittman— así como Lopsang Jangbu. Para Pittman, los últimos metros fueron los más duros de la jornada: enfilando directamente el trípode de aluminio que señala la cúspide, con la tercera botella de oxígeno que había recogido en la Cumbre Sur prácticamente agotada. Probablemente lo había estado consumiendo a un ritmo más alto del recomendado. Por fortuna, Lopsang Jangbu observó sus dificultades, sacó la botella nueva que había transportado en su mochila desde el Campo IV y conectó a Pittman a este cartucho nuevo.

Fischer no había tenido oportunidad de enviar de vuelta al Campo IV a ningún cliente, dado que no había alcanzado a ninguno de ellos desde el momento en que Gammelgaard se separara de él al principio de la jornada. En torno a las dos y media, todos los clientes que iniciaron la ascensión habían alcanzado el techo del mundo. Ya no había más escaladores a quienes esperar ni ningún motivo para permanecer allí. Pero nadie se movió de la cumbre hasta las tres y diez. Fueron cuarenta minutos de júbilo, fotografías, lágrimas, felicitaciones y golpecitos amigables en la espalda… y cuarenta minutos menos de oxígeno, cuarenta minutos menos de luz diurna.

***

Cuando Fischer llegó al fin a la parte superior del Escalón Hillary, recuerda Adams, lo único que él deseaba era agarrar las cuerdas fijas y descender. Pero como Harris y Krakauer habían llegado antes, les preguntó si deseaban bajar ellos primero. «Dando las gracias, se anclaron a las cuerdas y comenzaron a bajar», dice Martin.

Un poco después de las dos y media, mientras Adams observaba el descenso de Harris y Krakauer, aguardando ansiosamente su turno, Bukreev sostuvo una conversación con Fischer.

Hablé con Scott mientras él se recuperaba un poco después de subir el Escalón Hillary. Cuando le pregunté cómo se sentía, dijo que estaba cansado y que la ascensión le estaba resultando difícil.

Cuando encontré a Scott, mi intuición me decía que lo mejor que yo podía hacer era descender al Campo IV con la mayor rapidez posible y disponerme a entrar en acción si se daba el caso de que nuestros escaladores necesitaran oxígeno para el descenso, y asimismo preparar té y bebidas calientes[35]. Confiaba en mis propias fuerzas y sabía que si descendía rápidamente podría hacer aquello en caso necesario. Desde el Campo IV tendría una buena perspectiva de la ruta hasta el Collado Sur, y podría observar el desarrollo de cualquier eventual problema.

Expresé a Scott mi opinión y él escuchó mis razonamientos. También él veía así nuestra situación, y acordamos que yo bajaría. Volví a examinar el cielo para apreciar la evolución del tiempo y no observé nada que pudiera indicar una causa inmediata de preocupación.

Tampoco se preocuparon mucho por el tiempo los escaladores de Mountain Madness que se rezagaban en la cumbre. Klev Schoening recuerda: «Cuando estuve en la cima hacía mucho viento. No me pareció que estuviera ganando intensidad, ni tampoco vi que nevara ni indicio alguno de que el tiempo estuviera empeorando». Tampoco Sandy Hill Pittman sintió preocupación alguna por la meteorología, pero sí por la hora. «No me pareció que estuviera estropeándose el tiempo. Sí sentía que era tarde cuando estábamos en la cumbre, no porque tuviéramos una hora límite de vuelta, sino porque era consciente… por los relatos de otros escaladores, sabía cuándo hay que llegar a la cumbre y cuándo hay que marcharse de ella. Y si allá arriba sentía cierta ansiedad, es porque íbamos con retraso, no porque viniera mal tiempo».

Lene Gammelgaard, sin embargo, sí vio algo que la inquietó. «Antes de decidirme a subir al Escalón Hillary, observé que ascendía la niebla desde los valles, y vi que se levantaba viento en la cumbre». $ Gammelgaard había presenciado las etapas iniciales de la formación de la tormenta que, en el curso de unas horas, les sorprendería a ella y a sus compañeros, en situación vulnerable y expuesta, durante la fase más peligrosa de la ascensión al Everest, es decir, durante el descenso.

***

En la base del Escalón Hillary, Adams reanudó el descenso a lo largo de la cornisa de la arista sureste, y justo antes de llegar a la Cumbre Sur distinguió a una persona tumbada en la nieve. «Estoy en la travesía… y veo a Krakauer tendido, agarrado a su piolet, como si se estuviera autoasegurando. Tiene el mango del piolet hundido en la nieve y agarra la cabeza de éste, y me pregunto qué voy a hacer por él, porque ninguno estamos asegurados a una cuerda fija[36]».

Krakauer, como le había sucedido más arriba a Pittman, se había quedado sin oxígeno.

Inmediatamente detrás de Adams venía Bukreev. Mientras se acercaba, Bukreev apremió a Adams, diciendo «Sigue, sigue, sigue». Bukreev no quería que Adams se entretuviera. Klev Schoening, que se acercó unos momentos más tarde, recuerda: «Cuando estaba bajando desde el Escalón Hillary hacia la Cumbre Sur encontré a Jon Krakauer en apuros, y eso me hizo detenerme. En realidad no podía hacer nada para ayudarle. Creo que no tenía los recursos necesarios, pero quise permanecer allí hasta asegurarme que se iniciaba algún tipo de acción, ya que había un guía de Hall por encima y otro por debajo de él».$

Afortunadamente para Krakauer, como le había sucedido a Pittman, alguien de su expedición apareció para resolverle el problema. Mike Groom, que había llegado a la cumbre más o menos al mismo tiempo que los cuatro clientes de Mountain Madness que subían detrás de Adams, Beidleman y Klev Schoening, cedió generosamente su botella a Krakauer. Al observar que a Groom «no le preocupaba demasiado estar sin oxígeno», Krakauer aceptó el ofrecimiento y en pocos minutos llegó a la Cumbre Sur, donde los sherpas de Hall —como los de Fischer— habían hecho un depósito de oxígeno. Allí, Krakauer «tomó un nuevo cartucho de oxígeno, lo conectó a su regulador y prosiguió su descenso[37]».

***

Mientras Krakauer colocaba en su mochila su tercera botella de oxígeno, Beidleman y los clientes a su cargo habían iniciado el descenso, y Beidleman recuerda que uno de los clientes había empezado a mostrar señales de hallarse en dificultades. «Llegamos al Escalón Hillary, y yo me hallaba justo detrás de Sandy. En aquellos momentos parecía la más ausente de todos. Detrás de mí venían Charlotte, Tim y por último Lene. Cuando llegamos al Escalón Hillary había un auténtico embrollo de cuerdas viejas y trozos de cordino deshilachado. A Sandy le resultó muy difícil incluso descifrar cuál era la cuerda a la que debía anclarse y por dónde pisar. Tratamos de hacerla rapelar, pero las cuerdas estaban demasiado enredadas por el viento así pues tuvimos que desenredarlas y por fin rapeló con alguna ayuda. Descendió hacia la arista y yo lancé una mirada atrás, comprobando que los demás parecían ir bastante bien, así pues me despreocupé un poco de ellos».$

Cuando Beidleman, Fox, Madsen, Pittman y Gammelgaard se acercaron a la Cumbre Sur encontraron a Klev Schoening, «allí sentado».$ Schoening, que estaba probando cartuchos viejos de oxígeno para ver si había alguno que aún resultara aprovechable, recuerda que Beidleman le miró y dijo: «¿Qué diablos estás haciendo? Lárgate para abajo».

«Fue entonces», recuerda Schoening, «cuando Neal… cayó en la cuenta de que era muy tarde, y tal vez de que se aproximaba la tormenta, y en aquel momento también yo me alarmé. Y creo que partí justo cuando Neal llegaba».$

***

Diez eran los cartuchos de oxígeno que los sherpas habían llevado a la Cumbre Sur para el equipo de Fischer. Uno para cada uno de los seis clientes, más otros dos que Beidleman y Fischer respectivamente recogerían a su descenso. Los dos restantes constituían, presumiblemente, la reserva que Bukreev había solicitado para sí, y a la que Fischer había dado su visto bueno.

Como se habían retrasado subiendo, todos excepto Neal habían optado por llevarse su tercera botella hacia la cumbre. La tercera botella que usó Beidleman fue la que le dio Bukreev en el Balcón, bastantes horas antes, y que éste había subido desde el Campo IV.

Por tanto, cuando Beidleman y los clientes llegaron a la Cumbre Sur, su depósito de oxígeno debería haber contenido tres cartuchos llenos[38], junto con varios más parcialmente llenos que los escaladores habían dejado allí al efectuar el cambio de botellas cuando ascendían hacia la cumbre. Pero Beidleman recuerda que no encontró lo que esperaba. «No quedaba ya mucho oxígeno. Había uno lleno, o prácticamente lleno», y unos pocos que todavía tenían algo. «Creo recordar que la botella llena la tomó Lene».$

Beidleman tomó uno de los cartuchos parcialmente llenos que había encontrado, pero no está claro si los demás también lo hicieron. Por lo menos dos de los clientes, Charlotte Fox y Martin Adams, dijeron que no habían tomado cartucho alguno.

Adams recuerda: «Llegué a la Cumbre Sur antes que los clientes que habían hecho cumbre después que yo, y seguí la arista para descender a la pequeña oquedad en la que Neal y yo habíamos estado aguardando por la mañana. Andy Harris estaba allí rebuscando en un montón de cilindros de oxígeno, quizás unos veinte, para ver si podía encontrar algo. Yo pasé de largo. No encontré ninguna botella con mi nombre, así pues seguí bajando».

Justo después de partir de la Cumbre Sur, según Adams, le pasó Bukreev que descendía a paso rápido. «Estoy descendiendo por la arista, sintiéndome bastante bien, y Anatoli llega, me observa, comprueba que voy bien y continúa su camino. Me pareció lo normal, Anatoli adelantándose como lo había hecho tantas otras veces, y por mi parte no hubo ningún problema».

»Unos quince minutos después de salir de la Cumbre Sur, cuando eran aproximadamente las cuatro menos veinte, llegué a las cuerdas fijas, y la visibilidad comenzó a disminuir un poco. El viento traía algo de nieve, pero todavía no había problema alguno y se distinguía claramente el Campo IV.

»Cuando llegué al Balcón me sorprendió encontrar allí a un escalador que me preguntó por Rob Hall. Inquirí si se encontraba bien. Y él dijo: “Sí, pero ¿dónde está Rob Hall?”. Aquel hombre estaba helado de frío, y le costó mucho hablar conmigo. Yo le dije que había visto a Rob Hall en la cumbre, y que tal vez tardara una hora o dos en llegar. Me sentía inquieto por él y también por mis clientes, así que levanté la vista hacia la arista sureste, y en las rocas que hay a unos 8650 metros divisé entre las nubes a alguien que bajaba, y pensé: “Está bien, todo está bien”. Pensé que aquél podría ser Andy Harris, uno de los guías de Rob Hall, que bajaría y ayudaría a su cliente[39]».

Bukreev continuó su descenso, vigilando constantemente la evolución del tiempo. Era, según dijo, «lo normal en el Everest; en aquellos momentos no podía decirse que hubiera ningún problema importante, porque aún podía ver la ruta con bastante claridad».