Aquella noche me despedí de todos, encendí mi linterna frontal y comencé el descenso, pero al cabo de una hora la noche quedó magníficamente iluminada cuando la luna casi llena salió inundando de luz el glaciar del Khumbu. A mi derecha, la silueta del Pumori fue durante un rato mi compañera, y cuando quedó atrás me quedé solo en el camino, pensando en la riqueza del aire y en la tibieza del mundo al que descendía. Sentía mi cuerpo bien aclimatado y sano, pero debido a la actividad de las últimas semanas tenía bajas las reservas de energía y necesitaba reponer fuerzas.
Durante varias horas Bukreev continuó descendiendo. Al pasar por Lobuche, escenario de la discusión entre Bromet y Pittman por el asunto del teléfono por satélite, tomó el ramal izquierdo de una bifurcación, que había de llevarle a Dingboche (4350 m), lugar en el que esperaba poder conectar con Martin Adams. A la una de la madrugada, a media hora de distancia de la aldea, Bukreev vivaqueó bajo las estrellas.
A la mañana siguiente me dirigí al lodge en el que pensaba se encontraría Martin Adams, pero la sherpaní encargada del establecimiento me dijo que el día anterior no había llegado nadie, así que desayuné y luego continué mi recorrido, llegando a Pheriche (4280 m) en menos de una hora. Allí no encontré a Martin sino a Ingrid, nuestra médico de expedición, que acababa de llegar de Katmandú.
La doctora Hunt no traía buenas noticias. Ngawang Topche, quien hacía seis días había sido transportado en helicóptero desde Pheriche hasta Katmandú, estaba en coma y parecía haber sufrido una lesión cerebral. Si sobrevivía, Ngawang Topche iba a necesitar probablemente una prolongada atención médica, tal y como Fischer había sospechado.
Después de informarme sobre el estado de nuestro sherpa y de ver a Ingrid y a algunos de mis conocidos de Himalayan Guides, que habían descendido desde el Campo Base para descansar, continué mi camino y por fin llegué, más o menos a la hora de cenar, al Ama Dablam Garden Lodge, en Deboche (3770 m), una pequeña aldea situada en la última mancha de bosque de la ruta que asciende hacia el Campo Base del Everest.
En Deboche, durante dos días, Bukreev siguió una rutina simple: descanso y ejercicio moderado, disfrutando de «la fatiga del organismo» y de la «saturación del aire».
Estaba seguro de que mi programa de descanso y recuperación me permitiría recobrar fuerzas y me aportaría las reservas necesarias para acompañar a nuestros clientes a la cumbre, y me dediqué a cuidar y a fortalecer mi organismo para este cometido. Lamenté que Scott no hubiera secundado este plan tanto para él y Neal como para los clientes, y deseé que el descanso en el Campo Base les resultara suficiente.
A las 4:00 de la tarde del 4 de mayo, sintiéndose «en buena forma» y «recuperado», Bukreev partió camino del Campo Base. Sólo se detuvo brevemente en una casa de té de Pheriche para tomar té y unas patatas fritas, y caminando a paso regular llegó al Campo Base en torno a la medianoche. Al pasar entre las tiendas de las diversas expediciones oyó aquí y allá los sonidos erráticos de conversaciones nocturnas y vio a la luz de la luna alguna figura moviéndose por los alrededores, pero en el entorno del puñado de tiendas de Mountain Madness todo estaba en calma. Todas las luces estaban apagadas, incluso la tienda de comunicaciones de Sandy Hill Pittman estaba a oscuras. En la tienda comedor Bukreev encontró un termo de té caliente y se sirvió una taza. Desde Deboche al Campo Base del Everest, las temperaturas habían descendido al menos cuarenta grados.
Al despertar por la mañana el día 5 de mayo, Bukreev podía oír las voces familiares de los clientes que se movían por el campamento, pero entre ellas se echaba a faltar la voz inconfundible y la tos de Sandy Hill Pittman, que como Bukreev descubriría más tarde, había descendido mientras él estaba en Deboche.
El sábado 4 de mayo, un correo sherpa trajo al Campamento Base la noticia de que tres amigos de Pittman habían llegado a Pheriche y deseaban verla, así pues ella y tres sherpas, uno de los cuales transportaba el teléfono por satélite, descendieron a su encuentro.
Me sorprendió que alguien con su experiencia hubiera actuado de aquella manera. Sandy era una montañera experta, sí, pero en mi opinión aquella rápida excursión no había sido demasiado inteligente justo antes de iniciar una tentativa de cumbre. Un descanso prolongado sí hubiera sido beneficioso, pero aquel descenso y ascenso tan rápidos sólo reportarían, sospeché yo, un gasto excesivo de energía.
Excepto Pittman, todos los clientes estaban en el Campamento Base aquella mañana del día 5 de mayo. Ella no había vuelto aún porque, antes de su partida, Fischer había anunciado que el intento de cumbre de la expedición comenzaría el día 6. Adams, que había descendido hasta Pheriche pero no consiguió encontrarse con Bukreev, parecía fuerte y recuperado. Fox y Madsen también tenían un aspecto razonablemente bueno después de haber descansado, pero Bukreev seguía muy preocupado acerca de su aclimatación. Sólo se desvelaría su verdadera situación cuando ganaran altura en la montaña. Los otros clientes no estaban ni mejor ni peor de lo que él hubiera esperado, pero en lo tocante a Fischer, Bukreev supo que estaba teniendo ciertos problemas.
Oí que durante el período de descanso, Scott había ido con Neal hacia el Pumori para hacer fotografías. Aquello había sido un dispendio de energía, sobre todo teniendo en cuenta el ritmo de actividad que Scott había estado manteniendo, y que me parecía poco tranquilizador. Además, también oí que Scott no se había sentido muy bien y que estaba tomando antibióticos. Aunque, que yo sepa, no se ha comprobado que los antibióticos resulten particularmente peligrosos antes de una actividad en grandes altitudes, siempre he sentido reparo a tomarlos —o a tomar cualquier tipo de fármaco— antes de un esfuerzo de este tipo. Me gusta saber en qué estado está mi organismo, y no deseo que ninguna de sus reacciones pueda quedar camuflada por el efecto de un fármaco.
Pittman había vuelto al Campo Base la noche anterior, y el lunes día 6, a las 5:00 de la madrugada, ya estaba trabajando. En la tienda de comunicaciones realizaba una conexión por satélite con la NBC, detallando para el universo de navegantes de Internet los acontecimientos que había vivido durante su escapada de los últimos días. Su texto era dinámico, entusiasta, un poco fuera de onda.
«Tomamos un enorme bistec de yak y patatas fritas en mi restaurante favorito. Sólo tenía un día para estar con mis amigos, y el domingo subimos a Lobuche, donde almorzamos. El domingo por la noche salí corriendo hacia el Campamento Base».
Si en el reportaje de un accidente de aviación el corresponsal se hubiera dedicado a describir la ropa que vestían las víctimas, el resultado no hubiera sido menos chocante para cualquiera que supiera lo que Pittman tenía por delante, a lo que estaba a punto de enfrentarse. En menos de dos horas partiría para intentar la cumbre del Everest. Como más tarde diría Lene Gammelgaard, «no conseguía encajar su historial alpinístico con el modo en que Sandy se comportaba en las montañas».
Mientras Pittman dictaba sus aventuras, el resto de los escaladores de Mountain Madness se dirigía a la tienda comedor para tomar el último de sus desayunos en mesa grande. La charla y las bromas versaban sobre temas prácticos: equipo y material, qué llevar, qué dejar, pero no todo eran cosas concretas; había también asuntos tremendamente serios.
Martin Adams recuerda que al entrar en la tienda comedor vio a Scott Fischer y a la doctora Ingrid Hunt enfrascados en una conversación que él calificó de «tensa y difícil». Sea el que fuera el tema de su conversación, al parecer no deseaban compartirlo con los demás. Adams sospechó que pudiera tener algo que ver con la conversación que él había mantenido el día anterior con la doctora Hunt, en el curso de la cual ella expresó su preocupación acerca del estado de salud de algunos miembros del grupo y acerca de su grado de preparación para realizar una tentativa de cumbre. Al ver su inquietud, Adams le recomendó que pidiera a Fischer que le hiciera un documento de descarga de responsabilidades, que la absolviera a ella de todo compromiso.
La doctora Hunt nunca consiguió tal documento. A primera hora de la mañana del día 6 todos los clientes junto con Beidleman se alejaron del Campamento Base, con rumbo al Campo II.
Mientras Bukreev desayunaba sentado a la mesa de la tienda comedor, los escaladores se adentraban en la Cascada de Hielo para realizar lo que esperaban sería su penúltimo recorrido sobre aquellos fracturados peligros. Si tenían suerte, harían su último recorrido en medio de un ambiente de celebración y agradecimiento. Habrían subido a la cumbre y pondrían rumbo a casa.
Me reuní con Scott después de desayunar porque él se había quedado el último para enviar a todo el mundo montaña arriba, y le pregunté si era necesario que yo acompañara a los clientes, porque en caso contrario prefería ahorrar energías y ascender a mi propio ritmo hasta el Campo II. Scott me preguntó a qué hora pensaba salir, y le dije que deseaba darme una ducha, descansar un rato y partir un poco más tarde, aquella misma mañana. Él estuvo de acuerdo con el plan y poco después salió del campamento.
Las tiendas de Mountain Madness en el Campo Base habían quedado vacías. En silencio, sin las distracciones impuestas por las rutinas y operaciones cotidianas, Bukreev dispuso de algún tiempo para poner en orden sus impresiones sobre el estado de los miembros de la expedición, tal y como él los había visto antes de la partida. Para alivio suyo, la severa tos de Beidleman había cesado y Neal parecía fuerte y preparado, pero Bukreev seguía preocupado por Fox y por Madsen.
Scott había permitido subir a Charlotte Fox y a Tim Madsen, incluso a pesar de que habían roto su programa de aclimatación y de que todavía no habían pasado una sola noche en el Campo III. Sólo esperaba que Scott les observara más de cerca en el Campo II, a ellos y al resto de los miembros del grupo. En un ataque a la cumbre, a la altura del Campamento es frecuente que los escaladores experimenten algún tipo de síntoma —tos, dolor de cabeza, problemas intestinales, etc.— pero dado que se trata del tirón final, la gente no siempre es suficientemente objetiva. Si alguien esconde un problema, puede estar poniendo en peligro su vida y la de sus compañeros.
Bukreev no sabía que también a Madsen y a Fox les preocupaba estar realizando esta tentativa sin una aclimatación adecuada. Unos días antes de la partida, confiaron a otro miembro de la expedición sus inquietudes acerca de la fecha prevista para la cumbre, el 10 de mayo. «Nos sentamos y hablamos acerca de las previsiones de fechas. Yo les dije: “Tenéis que decir a Scott que no queréis ir ahora, que deseáis esperar y realizar vuestro intento cuando os sintáis mejor aclimatados”. Y eso hicieron. Y Scott les dijo: “Bueno, no estáis preparados para realizar dos intentos. Sólo haremos un intento”. ¡Lo cual fue una gran sorpresa para todo el mundo, porque habíamos pagado mucho dinero y sólo disponíamos de una oportunidad!… No era eso lo que decía en su anuncio[32]».
Poco después de las 11 de la mañana Bukreev se acercó a la tienda comedor para almorzar. Calculó que le llevaría unas cuatro horas llegar al campo II, que llegaría con tiempo de sobra antes del anochecer y que de camino podría «recoger» a quienquiera que se hubiera retrasado. Después de almorzar, cuando estaba a punto de partir del Campo Base en dirección a la Cascada de Hielo, aparecieron tres mujeres que dijeron ser amigas de Pittman, las mismas con las que Sandy había pasado el último fin de semana. Aunque en su estado de concentración no se sentía muy inclinado a conversar, Anatoli cruzó educadamente algunas frases con ellas mientras volvía a acordarse de la juerga de patatas fritas de Pittman: «No, no fue muy inteligente».
Impaciente y deseoso de partir, Bukreev se excusó y emprendió su camino hacia la Cascada de Hielo. Se había entretenido demasiado. Por encima de él, en el Campamento I, Martin Adams había presenciado una escena preocupante.
«Encontré a Kruse, que se hallaba en una de las tiendas del Campo I. Se supone que no había que parar en el campo I, así que le dije: “¿Qué te pasa? ¿Algo va mal?” Dijo que se sentía bastante mal y que iba a descansar allí, e incluso pasar la noche para alcanzarnos mañana. “El plan no es ése”, pensé yo. Justo detrás de mí venían Tim y Charlotte y les dije: “Eh, id a ver a Kruse. Me parece que no tiene muy buen aspecto”. Así que entraron en la tienda y hablaron con él, y también ellos pensaron que estaba un poco ausente. Cuando llegué al Campo II, Scott y Neal estaban tomando té. Les indiqué que Kruse no estaba bien. También ellos dijeron que en su opinión no tenía buen aspecto, y Scott decidió “Está bien, tendrá que bajar de aquí”. Yo dije: “Esperad que lleguen Tim y Charlotte, para que también ellos nos cuenten cómo le han visto”. Tim y Charlotte refirieron haber tenido la misma impresión que había sentido yo. De nuevo que Scott y Neal bajaron para decir a Kruse que tenía que descender».
Fischer no sabía a qué altura de la ruta estaba Bukreev, ni tampoco podía comunicarse con él por carecer éste de radio, así que se vio obligado a descender, muy contrariado. ¡Otro viaje hacia abajo! Con toda la distancia que había tenido que recorrer durante las últimas semanas, Scott podría haber escalado el Everest tres veces.
Al salir de la Cascada de Hielo, cuando ascendía hacia el plató del Cwm Occidental, distinguí a Scott y a Dale Kruse que venían hacia mí. [Beidleman había vuelto al Campo II], y Dale no tenía muy buen aspecto. Scott parecía tenso y molesto. Al verle estresado, y pensando que Scott debería estar con el resto del grupo, me ofrecí a acompañar a Kruse al Campamento Base, pero él dijo que prefería hacerlo él mismo.
Durante su breve encuentro, Bukreev estudió el estado de Fischer. Cualquiera que fuera la razón por la que había estado tomando antibióticos, el trastorno parecía haber remitido y aparentemente Scott no estaba en mal momento. Cuando se separaron, encaminándose en sentidos opuestos, Bukreev alzó la vista hacia el Cwm Occidental y observó que el cielo había cambiado espectacularmente y ahora ardía en tonos rojos y púrpuras, un posible signo de tiempo inestable. Temió una repetición de la anterior experiencia de Scott en el Campo II: vientos de altitud con fuerza suficiente para destruir el Campamento Base avanzado. Ello significaría que tendrían que retirarse al Campo Base y esperar hasta que los sherpas pudieran reconstruir el Campo II, lo que supondría un nuevo retraso.
Sobre las cinco y media de la tarde Bukreev llegó al Campamento II, donde ya los otros escaladores daban cuenta de la cena. Entretanto, y sin incidente alguno, Fischer había llegado al Campamento Base en compañía de Kruse. Según Pete Schoening, que había renunciado a participar en el intento de cumbre, Fischer «estaba bromeando, se tomó una cerveza, instó a Dale para que se tomara otra». $ La doctora Hunt no apreció nada que te hiciera sentir preocupación por el estado de salud de Scott: —«Tenía su aspecto de siempre. No vi indicio alguno de que estuviera enfermo».$
***
Para sorpresa y alivio de Bukreev, el día 7 de mayo amaneció con buen tiempo y sin viento, y la temperatura —que había alcanzado los quince grados bajo cero durante la noche— comenzó a elevarse gradualmente, calentando las tiendas de los escaladores. Mientras ellos disfrutaban del calorcillo, Fischer estaba otra vez subiendo por la Cascada de Hielo. Cualquiera que hubiera sido su estado el día anterior en el Campo Base, lo cierto es que ahora, según un observador, su salud parecía en declive.
Cerca del término de la Cascada de Hielo Scott se encontró en las cuerdas fijas con Henry Todd, de Himalayan Guides. Diez años más viejo que Fischer y mucho más lento, tal y como él mismo admite, Todd quedó sorprendido al constatar que ambos avanzaban moviéndose a la misma velocidad. «Lo normal es que Scott hubiera pasado volando por aquellos lugares».
«Maldita sea», dijo Todd a Fischer, «¿Qué haces aquí abajo? Tu gente está subiendo al Campo III. ¿Tú no subes al Campo III?». Dice Todd que Fischer no respondió inmediatamente, sino que empezó a toser, «a toser de forma preocupante».
«Dijo que había tenido que acompañar abajo a Dale [Kruse]. Yo le dije: “Pero Dale ya estaba enfermo. ¿Por qué no enviaste a otra persona para que le acompañara?”. Y él me respondió: “Al pobre Dale se le saltaban las lágrimas, y yo no podía enviarle con otra persona; no quería mandar a Anatoli o a Neal o a uno de los sherpas. Dale es mi amigo”».
Todd recuerda: «Fischer se estaba quemando. Yo sabía que no estaba bien». Observar aquello fue ya bastante inquietante para Todd, pero lo que más le perturbó fue un comentario que realizó Fischer en el momento de partir: «Estoy preocupado por esa gente. Estoy preocupado por la situación».
Aquella noche Scott se reunió con nosotros, y en la tienda comedor expresó el alivio que sentía, ahora que Dale había descendido sano y salvo. Para Dale, dijo, la ascensión había terminado. Aquel problema estaba resuelto, pero Scott tenía aún otros quebraderos de cabeza en relación con nuestra provisión de oxígeno y con algún otro cliente, así que pasamos algún tiempo hablando de aquellos temas. Le pregunté si se había hecho lo necesario para que yo pudiera escalar con oxígeno si así lo decidiera, y él dijo que yo parecía estar muy bien y que probablemente no iba a necesitarlo. No queriendo comprometerme hasta el día de la cumbre, cuando estuviera en condiciones de leer claramente en mi organismo, expliqué que no estaba seguro de ello al cien por cien y que quería la misma cantidad de oxígeno que se iba a facilitar a los clientes.
Respecto a Sandy, Scott se sentía ahora más optimista de lo que había estado en etapas anteriores de la expedición. Pensaba que ella tenía posibilidades de hacer la cumbre. Yo estuve de acuerdo con él, pero me seguía preocupando el modo en que Sandy había pasado el fin de semana en Pheriche, en lugar de descansar. Ambos sentíamos cierta inquietud por Charlotte y Tim, pero Scott pensaba que las experiencias positivas de Charlotte en sus dos ochomiles anteriores y la constitución atlética de Tim acabarían por prevalecer.
Como yo, tampoco Scott sabía a ciencia cierta si iba a escalar con o sin oxígeno. Dijo que ya había subido al Everest sin él, y que tomaría su decisión en función de cómo se sintiera el día de cumbre. En cuanto a Neal, Scott tenía sus dudas y sugirió que probablemente debería utilizarlo, aunque la decisión correspondía al propio Neal.
A la mañana siguiente, después de un breve retraso debido a los vientos de altitud, la expedición de Mountain Madness partió hacia el Campo III. Dado que el tiempo estaba despejado y la ruta del Campo II al III estaba continuamente a la vista, Bukreev y Fischer decidieron salir después que los clientes, en tanto Beidleman ascendía junto con el grupo de cabeza. Ambos continuaban su conversación de la noche anterior mientras progresaban por las cuerdas fijas, y una vez más pasaban revista a los clientes y discutían el tema del oxígeno. Fischer estaba satisfecho de que Bukreev hubiera convencido a Lene para que escalara con oxígeno. De un modo u otro, allí donde Fischer había llegado a un punto muerto, Bukreev había conseguido resultados positivos. Sin embargo, estaban de acuerdo en que Lene era una incógnita incluso con oxígeno. Era una deportista en buena forma física, pero la altitud constituía un factor nivelador, que podría hacerla venirse abajo en cualquier momento. Y lo mismo valía para el caso de Klev Schoening, que había sido vehemente en sus esfuerzos, tal vez demasiado. Bukreev solía decir a los clientes: «debéis marcaros un ritmo moderado. Lo importante no es quién llegue antes, lo importante es llegar». Pero, en opinión de Bukreev, esta lección es dura de aprender para un atleta de carácter competitivo, acostumbrado a destacar e ir en cabeza. No estaba seguro de que Klev Schoening le hubiera comprendido cuando él le decía: «Sálvate»[33].
Martin Adams recuerda que Bukreev le daba a él idéntico consejo cuando ambos estaban en el Makalu. «Toli me decía “Martin, sálvate, sálvate”, porque yo trataba de seguir su ritmo. Y yo nunca logré comprender lo que quería decirme, hasta más tarde. Yo creí que me decía: “no te caigas a una grieta, no la fastidies”. Pero lo que me estaba diciendo era: “Reserva tu energía”».
Aunque habíamos salido tarde, Scott y yo fuimos adelantando por el camino a casi todos los clientes de Rob Hall, y Scott observó que estos escaladores no eran, ni de lejos, tan fuertes como nuestros clientes. En general, nuestro grupo era más joven y funcionaba, en todos los aspectos, mejor que el grupo de Rob. Yo compartía esta opinión, pero allí donde Scott veía una ventaja, yo veía un problema en potencia.
Fischer había anunciado previamente a su grupo que él y Rob Hall habían decidido aunar sus esfuerzos el día de la cumbre, y Bukreev había expresado su inquietud en este sentido. Los clientes de Hall podrían retrasarlos, había dicho a Fischer. Ahora, en este tramo de la ruta, que no era tan difícil ni tan peligroso como el terreno que encontrarían el día de la cumbre por encima del campo IV, habían tenido las pruebas —esto es, los traseros del grupo de Hall— ante sus ojos.
Otros miembros de la expedición de Mountain Madness compartían esa misma inquietud de Bukreev con respecto al grupo de Hall. Decía uno de ellos: «Nos preguntábamos: “¿Para qué tenemos que ir con esa gente? No son tan fuertes como nosotros, ¿en qué vamos a beneficiarnos?”. Pero yo creo que Fischer iba siguiéndole los pasos a Rob Hall. Scott fue a Nepal y dijo: “Voy a hacerlo igual que lo hace Rob Hall”. Esa es la impresión que a mí me daba».
Fischer quedó atrás y Bukreev continuó adelantando escaladores, camino del campo III. Entonces vio algunas personas que venían hacia él descendiendo por las cuerdas fijas. Al detenerse y retirar su autoseguro de las cuerdas a fin de dejar paso a los que bajaban, Bukreev reconoció entre aquellos escaladores a un antiguo conocido, Ed Viesturs, perteneciente al equipo de IMAX/IWERKS. Viesturs tenía el aspecto tranquilo que le caracterizaba. Bukreev, apoyado en el bastón de esquí que utilizaba para equilibrarse sobre el hielo y la nieve, habló con Viesturs acerca de las condiciones que reinaban más arriba.
«Estamos descendiendo», me dijo Ed. Decía que no les gustaba el tiempo porque parecía demasiado cambiante, y habían decidido replegarse unos días con la esperanza de que se estabilizara.
Viesturs recuerda así aquel encuentro y los acontecimientos que habían llevado al equipo de IMAX/IWERKS a decidirse por el descenso. «Para nuestra filmación deseábamos que la arista cimera estuviera solitaria, y por motivos de seguridad tampoco queríamos coincidir con otras cuarenta personas en dicha arista, así pues decidimos subir un día antes que ellos».
Mientras los grupos de Fischer y de Hall dormían la noche del 7 de mayo en el Campo II, el equipo de IMAX/IWERKS estaba en el Campo III, preparándose para intentar la cumbre el día 9 de mayo, pero Viesturs dice que al despertar habían cambiado de idea. «Habíamos pasado una noche terriblemente ventosa en el Campo III, y a la hora de levantarnos seguía haciendo mucho viento en altitud… Tanto David [Breashears] como yo sabíamos que éste no era el claro de buen tiempo que estábamos esperando… Así que, dijimos, “¡Qué demonios! Bajaremos; tenemos tiempo, tenemos paciencia; dejemos subir a esos tíos del campamento de más abajo y volvamos cuando el tiempo haya mejorado y sea más estable”».
Al encontrar a Bukreev, Viesturs recuerda que él y algunos de sus compañeros de expedición se sintieron un poco desconcertados. «Nos saludamos con un apretón de manos y les deseamos suerte; fue un encuentro muy cordial… Nos sentimos un poco avergonzados por estar bajando. Todo el mundo subía, y nosotros pensamos: “Dios mío, ¿será ésta una decisión adecuada?”. Pero en fin, nos dijimos: “Bueno, es nuestra decisión”. Y todo ese grupo que subía, con las caras sonrientes y felices, y nosotros bajábamos, después de decidir que aún no había llegado nuestro momento de hacer cumbre».
Hacía buen tiempo mientras Viesturs y Bukreev charlaban. Viesturs deseó buena suerte a Bukreev, pasó junto a él por la cuerda fija y prosiguió su descenso. Mientras seguía con la vista a los escaladores de IMAX/IWERKS, Bukreev veía cómo los equipos de Hall y de Fischer continuaban en movimiento, rumbo a la cumbre, ahora a dos días de distancia.