Me considero afortunado. Mi editora, Gail Winston, es fenomenal. Mis agentes —Kim Witherspoon, David Forrer, Lyndsey Blessing y Patricia Burke, de Inkwell— parecen tener una paciencia infinita. John L’Heureux ha sido mi mentor desde siempre. Y la Universidad de San Francisco, donde enseño, me ha dado la flexibilidad para poder seguir escribiendo. Luego está mi mujer, Nancy Flores, animosa en todo momento, incluso cuando no había libro, trabajo ni dinero y yo llevaba el mismo jersey durante un año seguido.
Gente de Alaska me ha echado también una mano. Debo mencionar especialmente a Mike Dunham, del Anchorage Daily News, pero sin olvidar a Andromeda Romano-Lax y a Deb Vanasse, de 49 Writers; a Rich King, que me llevó en su barco de pesca; al divertido y generoso Rob Ernst, que me ayudó en numerosas ocasiones; y a mi buen amigo Steve Toutonghi, la primera persona que leyó el manuscrito.
Quiero dar las gracias también a Tom Bissell, cuya reseña de Legend of a Suicide en el New York Times es el motivo de que Caribou Island vaya a ser publicado en al menos ocho idiomas y cincuenta países, y a Lorrie Moore, que eligió Legend of a Suicide para el Book Club de la revista New Yorker. Son muestras de generosidad que cambian una vida, y no puedo por menos de estar agradecido.