Carl pasó todo el día en el Coffee Bus. Karen le sirvió café gratis, y al darse cuenta de que Carl no tenía con qué pagar, tampoco le cobró los bocadillos. Él estaba sentado de espaldas al autobús, una mochila a cada lado, e iba saludando con la cabeza a los clientes mientras escribía postales. Se escribió a sí mismo.
Querido Carl: Tengo ganas de verte otra vez. Da la impresión de que estás un poco perdido. Hace tiempo que no charlamos. Creo que hemos de reconocer que ahora mismo las cosas no van bien. Ambos tenemos sueños e ilusiones, pero ¿nos están llevando en la misma dirección? Ja, ja. Carl.
Escribió su dirección y decidió enviarla junto con las otras postales. Todo ello suponiendo que antes o después tendría dinero suficiente como para comprar sellos. Estaba esperando a que llegase Mark para pedirle trabajo.
Pero Mark no apareció, y a las ocho de la noche Karen cerró el Coffee Bus.
Terminan a las siete, dijo Karen, pero después tienen que ir al muelle a descargar el pescado. Tardará un buen rato, lo mejor es que vayamos a casa y hables allí con él.
Gracias, dijo Carl, y montó con las mochilas en el Volkswagen de Karen.
¿Dónde está Monique?
Carl llevaba allí todo el día con las dos mochilas, y le pareció raro que ella se lo preguntara entonces.
Me ha dado calabazas, dijo.
Karen asintió en silencio y arrancó. Lo siento, dijo.
Era inevitable. Yo nunca le he gustado. Pero al menos podría haber venido a recoger sus cosas. Me parece de mala educación hacerme arrastrarlas por ahí.
Tienes toda la razón, dijo Karen. Y entonces se puso a murmurar para sí. Susurros y sacudidas de cabeza, murmullos, exclamaciones, un poco de todo, como si estuviera en plena conversación con otra persona. A todo esto, Carl allí al lado en el asiento del acompañante, pero como si no hubiera estado. Pensó que Karen se habría tomado algo, o que quizá estaba un poco tocada. No se lo había notado antes. Pero decidió no interrumpirla.
El trayecto por el camino de grava hasta el lago fue como un eslalon. Tumbo a la derecha, pequeño volantazo, tumbo a la izquierda, otra vez hacia la derecha. Carl respiró cuando llegaron.
Karen entró directamente en la casa y se puso a cocinar, absorta en su propio universo. Carl entró las mochilas, primero una y luego otra, y las dejó en la salita. Suelo de contrachapado todavía por terminar, sofá viejo y sucio pero bastante cómodo. Y el aire sorprendentemente frío. No había calefacción ni aislante, por alguna parte se colaba el viento. Carl se había quitado la chaqueta, pero hubo de ponérsela otra vez, capucha incluida. Era como estar a la intemperie.
Tenía hambre. Los bocadillos y el café no lo habían dejado satisfecho. Era una tortura quedarse allí sentado habiendo comida cerca. Y no podía ir a picar algo como si tal cosa. Seguro que habría salmón ahumado. Comida a dos pasos y sin embargo intocable. Claro que ¿se daría ella cuenta, abstraída en su rumiar?
Finalmente llegó Mark.
Hombre, mi hermano extraplanetario, dijo al ver a Carl. ¡Ave!
Al abordaje, contestó Carl, intentando estar a la altura.
¿Has venido con Monique?
No. Me ha dejado.
Vaya, dijo Mark. ¿Te he contado el chiste del cálculo?
No.
E elevado a X va por la calle con C, y se topan con una integral…
¿Qué?
¿No has estudiado cálculo?
¿Yo? Qué va.
Bueno, entonces lo dejamos correr. Es un chiste muy largo. Fíjate, hoy se lo he contado a una chica en la fábrica y lo ha pillado. Habla cinco idiomas.
Lo siento, dijo Carl.
Mark fue a darle un abrazo a Karen. Celebraron un pequeño y extraño ritual con masaje de orejas incluido. Por lo visto a Mark se le helaban las orejas en el barco, y Karen tenía las manos excepcionalmente calientes. A Carl le daba vergüenza mirar, así que se sentó otra vez en el sofá y miró a otro lado. Le llegaban chupeteos, susurros, pero procuró concentrarse en los árboles y en los pedacitos de lago que dejaban ver entre ellos.
Carl fue consciente de lo pobre que era. Estaba allí porque no tenía adónde ir. Cuando uno era pobre, tenía que pedir favores, aguantar y esperar, relacionarse con gente que le interesaba muy poco. Y uno, a todo esto, era fundamentalmente invisible. Carl no quería seguir viviendo así. Cambiaría de especialidad, aunque ello pudiera suponer un año extra de estudios. Y le contaría a Mark lo de Jim y Monique. Ese era el único punto débil de los ricos: tenían secretos.
Mark regresó finalmente al sofá, terminado el masajeo y lo demás. Hombre, dijo en español. En la planta de envasado hay un tío que sabe decir «¿Quién se ha tirado un pedo?» en ocho idiomas.
Ah, dijo Carl. Nunca sabía qué contestarle a Mark. Y tampoco vio de qué manera podía empalmar los pedos con la pregunta ¿Puedes conseguirme algún trabajo?
Hasta en tailandés.
¿Qué tal hoy la pesca?, preguntó Carl.
Un desastre, dijo Mark. Lleno de barquitas. Metiéndose por el medio. Pocas capturas en general. Nosotros, ni media tonelada.
Pues parece mucho.
No lo es.
¿Con alguna ayuda habrías podido hacer más?
Mark le miró de reojo.
Vale, dijo Carl. Se me ha visto el plumero. Es que estoy a cero y necesito trabajo. ¿Hay alguna posibilidad en tu barco?
Mark le dio unas palmaditas en el hombro, sintiéndose importante. Lo siento, dijo. Descarta lo del barco. Tienes que vivir en Alaska y conocer a todo quisque y estar por aquí cada verano. Y hace falta experiencia. Hay bastante cola para conseguir trabajo. Además, estamos al final de la temporada.
De acuerdo, dijo Carl. Lo entiendo. Pero se sentía decepcionado. No había nada que hacer. Fijó la mirada en los escuálidos árboles, más menudos cuanto más cerca estaban del lago. Era como un bosquecillo para enanos, como el propio Carl. Soy un don nadie, le dijo a Mark, empleando su falso acento irlandés.
Eh, tío, dijo Mark. No te pongas así. Seguro que encuentras algo, pero en un barco, no.
Lo malo es que tengo que encontrar algo ya. Me quedan menos de cinco dólares. Tendría que haberlo previsto.
Sí, rió Mark. Eso parece. Pero, mira, a lo mejor te consigo trabajo en la fábrica.
¿En serio?
Claro. Ocho pavos la hora, no es mucho, pero no hace falta experiencia. Puedes empezar en la mesa de lavado. Consiste en arrancar membranas y quitar la poca sangre que queda. En cinco minutos se aprende.
Gracias, Mark. Sería perfecto.
Vamos a celebrarlo con una pipa.
Carl estuvo a punto de decir que no, como siempre, pero luego pensó: Al diablo. La marihuana no le iba a matar. Vale, dijo al fin.
Así me gusta, dijo Mark. Preparó una pipa, la encendió a chupadas cortas. Luego dio una calada más larga, aguantó el humo y le pasó la pipa a Carl.
A Carl no le gustaba el olor ni el humo, y le fastidió romper el récord. Jamás había probado nada, ni siquiera un cigarrillo o una bebida alcohólica. Por un prurito de orgullo, que ahora iba a terminar. Pero qué coño. Aspiró aquel humo caliente, acre, y se echó a toser notando que le faltaba el aliento.
Mark se reía. Apareció Karen, y se echó a reír también.
Acabo de desvirgarlo, le dijo Mark. Aquí, en nuestra humilde morada.
Karen dio una chupada y volvió a la cocina como flotando.
Carl esperaba sentir algo, un cambio en la percepción sensorial, lo que fuese. Confiaba en tener alucinaciones, quizá de paredes viniéndose abajo. Pero no ocurrió nada. Mark le pasó la pipa y Carl aspiró de nuevo, aguantó el humo tal como le explicaba Mark, y luego lo expulsó tosiendo otra vez.
¿Qué tal?, ¿bien?, preguntó Mark.
No siento nada.
¿Nada?
Nada.
Dale otra vez.
Carl volvió a probar, pero no notó más que un leve dolor de cabeza localizado en la nuca, un sabor asqueroso en la boca y presión en los pulmones.
Vuelve a probar, le dijo Mark. Carl dio una cuarta calada, pero finalmente abandonó.
A veces no ocurre nada la primera vez, dijo Mark.
Carl no tenía claro que fuera a haber una segunda. Era todo muy decepcionante. Monique folla con Jim, le dijo a Mark.
Y miró hacia la cocina, buscando a Karen, que ahora le estaba mirando a él. Los pillé en la sala de estar cuando nos quedamos a dormir allí, y últimamente no le he visto el pelo.
Mark estaba llenando otra pipa.
¿Jim, el novio de Rhoda?, preguntó Karen.
Sí, el dentista.
Mark encendió la pipa, dio una fuerte calada y se la pasó a Carl.
No, gracias, dijo este. Por ahora tengo bastante.
Mark se encogió de hombros y le tendió la pipa a Karen alzando el brazo. Ella se acercó a dar una chupada y se la devolvió.
Bueno, por fin lo había soltado. La información confidencial, el momento tantas veces anticipado. El notición de Carl cayendo sobre la Tierra como un meteoro.
La cena está lista, dijo Karen.