Justarius se encontraba junto al pequeño estanque del peristilo arrancando las puntas muertas de sus queridos hibiscos. Estaba disgustado por las manchitas que aparecían en las flores de color rosa anaranjado, pero esperaba una segunda floración de las rojas. Echaba las flores marchitas en forma de trompeta en un saco de basta tela. Las añadiría al té amargo, pues esa mezcla ayudaba a una buena digestión.
Tiró de las ataduras del saco para cerrarlo y de forma inconsciente se volvió hacia la puerta sureste que conducía al horno de pan de la villa, en donde haría secar las flores de hibisco. Con cierta sorpresa vio cómo sus aprendices salían precipitadamente del espejo que se hallaba junto a la puerta, al final de la columnata. Justarius había sido maestro de suficientes aprendices para no alterarse por sus muy extrañas formas de viajar. No obstante, se preocupó al ver a la joven en brazos de Guerrand e indudablemente herida. Ambos jóvenes parecían asustados y su aspecto, entre las dos macetas con palmeras situadas a cada lado del espejo, era bastante desaliñado.
La gaviota amiga de Guerrand graznó al aparecer apresuradamente pisándoles los talones. Al advertir la presencia de Justarius, el pájaro batió alas y voló hacia el cielo azul que cubría el peristilo.
—Vaya forma de entrar —dijo con calma Justarius—. ¿Puedo preguntar dónde habéis estado vosotros dos?
A Guerrand le ardía la cara mientras se abría paso entre las dos gruesas palmeras para acomodar, con sumo cuidado, a Esme en una silla al lado de Justarius.
—Te lo voy a explicar… —empezó a decir Guerrand.
—No, déjame a mí —le interrumpió Esme.
Justarius la hizo callar con la mirada.
—Esme, me gustaría escuchar primero la explicación de Guerrand —dijo Justarius; se frotó el barbudo mentón y miró la pierna rota de la chica con el improvisado entablillado—. Eso necesita cuidados inmediatos. Vete inmediatamente con Denbigh. —Chasqueó los dedos y el enorme oso-lechuza, de pelo largo y descuidado, apareció arrastrando los pies como por arte de magia; y esa era probablemente la razón de su aparición.
—Denbigh —dijo Justarius—, por favor, acompaña a Esme a mi estudio y entablíllala de modo adecuado. Luego, dale tres chorritos y medio, ni más ni menos, del elixir del segundo estante de la derecha que lleva la etiqueta «restaurativo». Puede comer y beber cuanto quiera. La poción sin duda le abrirá el apetito, y comer en abundancia la ayudará a curarse —explicó Justarius, y de nuevo dirigió su penetrante mirada hacia Esme—. Levanta la pierna y mantenla tan inmóvil como puedas mientras el elixir surte efecto. Creo que te proporcionará un gran alivio.
Esme, consciente de la actitud de paciencia de Justarius, expresó con la cabeza su acuerdo con las instrucciones del maestro. Sentía tales pinchazos de dolor en la pierna que apenas podía retener las ganas de vomitar, por lo que dejó de buen grado que el oso-lechuza se la llevara en brazos. La joven miró a Guerrand con expresión solidaria y alzó el puño para darle ánimo mientras cruzaba la columnata y salía por el arco en dirección al estudio de Justarius.
Guerrand medio volvió el rostro, pero enseguida se obligó a encararse con Justarius. Tosió nerviosamente al percibir la expectante mirada del maestro.
—Ante todo, déjame decir que esta aventura en la villa de Belize fue exclusivamente idea mía, exclusivamente culpa mía.
—¿Fuisteis a Villa Nova? —exclamó Justarius mientras se le ensombrecía la mirada que tenía clavada en su aprendiz.
Guerrand se sentía como si se encontrara de nuevo en el despacho de Cormac, cabizbajo ante los escrutadores y desaprobadores ojos de su hermano. Por un momento sintió el ingenuo impulso infantil de inventar una historia sobre un accidente ocurrido cuando iba a visitar a Lyim, pero descartó la idea porque mentir no iba con él. Además, había muchas maneras de desmontar su patraña.
—Es una historia muy complicada —empezó diciendo Guerrand, apoyándose en uno y otro pie con visible incomodidad.
Con las mandíbulas apretadas, Justarius cortó una lozana flor roja.
—No tengo prisa —dijo. Los ojos negros del maestro estaban fijos en Guerrand mientras aplastaba los pétalos en un amasijo, lo cual revelaba su ánimo exaltado.
El aprendiz notó que los músculos del cuello se le tensaban como cuerdas. Se tiró del cuello de la túnica.
—Fui a la casa de Belize para saber si se había propuesto matarme.
—¿Con la intención de preguntárselo directamente?
—¡No! —respondió Guerrand horrorizado—. Me dijiste que estaría fuera por un tiempo, o sea que me pareció una buena ocasión…
—Para irrumpir en su villa.
—Bueno, sí —admitió Guerrand.
Justarius puso su basto saco sobre la mesa y empezó a caminar lentamente de un lado a otro ponderando la situación.
—No te preguntaré por qué fuiste con Esme —dijo—, aunque nosotros dos habíamos acordado no hablar a nadie de nuestras sospechas. Me interesa mucho más cómo se rompió la pierna y de qué modo conseguiste viajar a través de un espejo.
Antes de que Guerrand pudiera contestarle, el maestro se detuvo, cruzó los brazos con expresión pensativa y continuó:
—Estoy seguro de que no se la rompió Belize, pues tanto tú como ella hubierais sufrido heridas mucho peores que una fractura si os hubiera atrapado en su casa. De modo que ha sido otra persona; ¿Lyim, tal vez?
—No —repuso Guerrand lentamente—, ni Lyim ni Belize estaban en la casa.
—¿No encontraste un poco extraño que pudieras entrar en la casa del Maestro de la Orden Roja con tanta facilidad?
—Pensé que se debía a que tuvimos mucho cuidado —dijo Guerrand, confuso.
—Tal vez te interese saber —repuso Justarius— que Belize no pone trampas de brujería porque no le gusta verse privado de matar a los posibles ladrones con sus propias manos. Prefiere marcar todas y cada una de sus pertenencias con su propio sello mágico, de tal forma que si sospecha que le falta algo, puede seguir su pista y acabar con el ladrón directamente.
Justarius soltó una risita amarga.
—No le gusta llegar a casa y encontrarse un montoncito de ceniza que antes había sido un hombre, pudiendo disfrutar del placer de ver morir al ladrón en medio de terribles dolores —añadió, y contempló a Guerrand—. No te llevaste nada, ¿verdad?
—No; de su casa, no —respondió rápidamente Guerrand pensando en el trozo de espejo que Belize le había dado.
Justarius no insistió en aquel punto.
—Belize tiene miríadas de maneras de descubrir la identidad de los intrusos, si quiere —dijo, y le hizo una impaciente seña con la mano—. Continúa y explícame cómo Esme se rompió la pierna.
—Sí, señor. Zagarus activó una trampa y el suelo se hundió bajo nuestros pies. La fractura de Esme se produjo cuando caímos en el laboratorio de Belize.
Al recordar las horripilantes cosas que vio allí, Guerrand se estremeció.
—Belize tiene una afición muy perversa, si a eso se le puede llamar afición.
Entonces, le habló a Justarius de las criaturas que los habían perseguido en el laboratorio subterráneo y que los habían llevado a saltar a través del espejo.
—¿Dónde aprendiste los conocimientos para manejar espejos de forma mágica?
Guerrand apretó las mandíbulas; hacía mucho tiempo que se lo tenía que haber dicho. Buscó en su bolsa y extrajo el trozo de espejo del tamaño de la palma de la mano.
—Belize me dio este fragmento mágico para animarme a ir a la Torre de la Alta Hechicería. Fue Zagarus quien descubrió que era posible deslizarse en su interior, y desde entonces lo transporto ahí dentro.
Guerrand se dejó caer en una silla pesadamente.
—El espejo del que Belize obtuvo este trozo se encuentra en su laboratorio. Zag me dio la idea de saltar al interior cuando los monstruos se nos acercaron —explicó, y se frotó la frente—. Tuvimos suerte de que el truco funcionara.
—No tenéis ni idea de cuán afortunados fuisteis —dijo Justarius con expresión severa—. He oído hablar de espejos como el que has descrito, pero en estos tiempos son tan raros como las bolas de cristal. Emplean el mismo principio que el teletransporte, pero en este caso el usuario no necesita memorizar un encantamiento. Si me acuerdo bien, el portador puede pasar a través del espejo mágico y volver a entrar en nuestro mundo por cualquier espejo no mágico que recuerde. Para volver a penetrar en el mundo del espejo debe llevar un trozo del espejo mágico.
—¿Qué le impide a Belize cruzar su espejo y aparecer aquí, tal como hicimos nosotros? —preguntó Guerrand lleno de inquietud.
—No tienes por qué preocuparte —dijo Justarius sacudiendo la cabeza—, en Villa Rosad hay zonas y protecciones que impiden la entrada de visitantes no autorizados.
En aquel preciso momento, Denbigh salió a grandes zancadas de la cocina con una bandeja llena de humeante comida. El enorme monstruo dejó la bandeja sobre la mesa ante los dos hombres. Con la respiración silbante y gruñendo tal como hacen los osos-lechuza, empezó a poner la mesa.
Justarius cogió los platos de las garras del oso-lechuza y se sentó junto a Guerrand.
—Eso es todo, Denbigh, gracias —dijo a modo de despedida. Con un gesto de la enorme cabeza, Denbigh asintió y se fue arrastrando los pies por el lujoso peristilo.
»No he comido desde hace días y tú también tienes cara de necesitar alimentarte —señaló Justarius con aire pensativo mientras extendía mermelada de uva espina sobre una rebanada de pan crujiente—. ¿Dónde estábamos? Ah sí, me estabas describiendo lo que viste en el laboratorio.
Guerrand echó una ojeada a la humeante comida y se dio cuenta de que estaba muerto de hambre. Mordisqueó una galleta y le vinieron a la memoria aquellos miembros tanteadores y aquellas bocas silenciosas. De repente, la galleta que tenía en la boca le pareció tan seca como el polvo y la engulló con gran esfuerzo antes de responder.
—La mayoría parecía ser una mezcla de partes trasplantadas de cuerpos de hombres y de animales. Esqueletos sin carne, cerebros a la vista, miembros humanos reemplazados por los de un animal…
—Ya basta —exclamó Justarius, mientras se limpiaba un poco de mermelada de la oscura barba triangular que le cubría el mentón. Reflexionó y miró a Guerrand con ojos parcialmente cerrados—. ¿Tal vez viste alguna obra de Fistandantilus? ¿Libros de encantamientos o algo por el estilo? —Guerrand abrió los ojos desmesuradamente, muy sorprendido.
—Pues, en realidad, sí. Había dos libros. Uno era un texto de encantamientos muy antiguo de un brujo llamado… —empezó a decir Guerrand tratando de recuperar el difuso recuerdo—, Harz-Takta, según creo. No entendí la lengua en que estaban escritos los hechizos, aunque pude identificar un diagrama de la Noche del Ojo.
»El otro libro era de Fistandantilus, aunque lo único que vi fue el título: Observaciones sobre la estructura de la realidad —añadió Guerrand. Luego, al recordar algo más, chasqueó los dedos—. Sobre el laboratorio, en la rotonda, había un busto de Fistandantilus. ¿Tiene algún significado especial?
—El nombre de Harz-Takta me resulta vagamente familiar, si bien no recuerdo nada específico —explicó Justarius, y se zampó un gran bocado; antes de proseguir lo acompañó de un buen trago de agua de limón—. Pero el libro de Fistandantilus me lleva al convencimiento de que nuestro amigo Belize está interesado en portales de transporte, en los cuales el viejo mago fue una notable autoridad.
Al advertir la expresión de asombro de Guerrand, Justarius prosiguió su explicación.
—Los portales de transporte son un modo de viajar de un lugar a otro pasando instantáneamente por un lugar extradimensional. Belize debe de utilizar seres vivos para probar los portales que crea. Estos seres, desgraciadamente, han sido transportados parcialmente, o imperfectamente o se han combinado con otras criaturas durante el viaje. El diagrama de la Noche del Ojo significa que está esperando el refuerzo adicional que el triple eclipse de mañana aportará a sus experimentos mágicos.
Justarius parecía disgustado mientras se consolaba a sí mismo comiendo trozos de pera.
—La creación de portales de transporte no es nada nuevo. No obstante, la práctica de utilizar seres vivos, en particular no animales, ha sido censurada por las Órdenes Blanca y Roja. Tendré que hacer un informe al respecto —musitó.
—¿Vas a contar en el cónclave lo que está haciendo Belize? —quiso saber Guerrand.
—¿Vas a hacerlo? —repitió Esme desde el umbral de la puerta. Guerrand alzó los ojos, asombrado al ver la pierna de la chica entablillada por una mano experta. Esme se sostenía en pie sin problemas, apoyada en uno de los ricamente decorados bastones de Justarius.
—¡Estás curada! —gritó el joven.
—No, pero me encuentro mucho mejor gracias al elixir de Justarius y a los buenos oficios de Denbigh —puntualizó la mujer con la vista fija en el maestro—. ¿Lo harás, Justarius? —insistió de nuevo.
—No voy precisamente a comunicarlo al cónclave entero de veintiún miembros. Primero debo considerar la mejor forma de informar a Par-Salian y a Ladonna del resultado de esos experimentos con portales de transporte, pues de lo contrario tal vez Belize tendría la oportunidad de destruir las pruebas.
Justarius suspiró profundamente.
—Pero parece que antes tendré que hablar con ellos de otro tema —dijo, y el grave tono de su voz atrajo la atención de los jóvenes—. Tanto si os dais cuenta como si no, lo que hoy habéis hecho supone una seria violación de vuestros votos en la orden.
—¿Qué? —gritaron los aprendices.
—Al irrumpir en la casa de Belize —explicó Justarius—, vulnerasteis la regla de no levantar jamás una mano para utilizar magia en contra de alguno de los Túnicas Rojas. También infringisteis las leyes de la ciudad. Peor aún, vuestra cita secreta fue una grandísima ingenuidad.
Justarius los miró por encima de sus dedos estirados.
—Incluso la más indulgente interpretación de las reglas de nuestra orden exige que informe de vuestras transgresiones a los respectivos portavoces de las órdenes.
El rostro de Esme empalideció mientras tartamudeaba:
—¿Qu… qué harán?
Justarius se frotó la cara con expresión de cansancio.
—Considerando que la transgresión fue contra un miembro de la Asamblea de los Tres, es probable que voten para sugerir a los demás representantes de los Túnicas Rojas que os expulsen a ambos de la orden.
Al fin, Guerrand fue capaz de volver a hablar mientras Esme simplemente emitía un suspiro.
—¡Esto es muy poco caballeroso! —gritó con los puños apretados por la rabia que sentía—. Sólo trataba de defenderme. ¡En este caso, el delincuente es Belize, y no nosotros!
—Este es un aspecto que me propongo tratar —dijo Justarius—. Sin embargo, eso no cambia el hecho de que tú y Esme os comportasteis de forma impropia, dejando aparte lo justas que fueran vuestras intenciones.
Las arrugas en el entrecejo de Justarius se desdibujaron ligeramente.
—No hay motivo aún para que adoptéis este aspecto tan apenado. Quizá sea una cierta desventaja el hecho de que todo el mundo sabe que Belize y yo no nos llevamos bien. No obstante, hablaré ante la asamblea en vuestro favor para impedir que la Asamblea de los Tres vote llevar el tema a los Túnicas Rojas.
—¿Servirá de algo? —preguntó Esme reteniendo las lágrimas.
Justarius, pensativo, se acarició la barba de chivo.
—Creo que Par-Salian valorará mi apoyo de forma significativa. El voto de Ladonna vendrá determinado por el humor que tenga en ese momento —dijo frunciendo el entrecejo—; y ya sabemos cómo votará Belize.
El experto mago apuró los restos de la limonada. Se secó los labios por última vez, dejó la servilleta sobre la mesa y se levantó.
—Ya hemos hablado bastante de este tema. Me voy a ir a Wayreth inmediatamente para conversar con Par-Salian. Supongo que estáis cansados después de las aventuras del día y que querréis retiraros a vuestras habitaciones hasta que regrese —añadió; y no era una sugerencia.
Una vez Justarius se hubo marchado, Esme llevó a Guerrand a su propia habitación. Le hizo cruzar la antecámara y entrar en el dormitorio. El joven se dejó caer en la silla y se ató su bolsa a la espalda.
—¿Qué vamos a hacer? —le preguntó Esme, y empezó a arreglar la habitación de forma compulsiva. Tiró bruscamente de una sábana plegada que había sobre el camastro y la volvió a doblar.
—Supongo que esperar a que Justarius nos convoque —dijo Guerrand encogiéndose de hombros y lleno de desazón.
La mujer arrojó la sábana sobre el camastro.
—No vas a abandonar tan fácilmente, ¿verdad?
El joven la miró de un modo muy raro, se quitó la bolsa que llevaba sobre los riñones y la dejó en el suelo.
—No se trata de abandonar o no, Esme; somos culpables, es así.
La chica se dio un puñetazo en la palma de la mano y empezó a andar de un lado para otro con ayuda del bastón de Justarius.
—¡Simplemente, no puedo quedarme aquí sentada y esperar a que nos ejecuten!
—No te pongas melodramática —dijo Guerrand frunciendo el entrecejo—; la asamblea no nos condenará a muerte.
La mujer se cruzó de brazos y lo miró con expresión irónica.
—¿Crees que Belize nos dejará con vida después de saber que hemos irrumpido en su villa?
Guerrand se alarmó.
—Después de lo que le hemos contado sobre él, Justarius no dejará que nos mate.
—Eso es precisamente lo que deseas creer, Rand —repuso ella agitando un dedo—. No eres tan ingenuo. ¿Acaso Justarius va a seguirnos por doquier y a protegernos una vez que nos hayan expulsado de la orden y ya no seamos sus aprendices?
Guerrand se echó pesadamente en el camastro con un brazo sobre los ojos.
—Por todos los dioses, me arrepiento de haberte metido en esto. Tenía que haber hecho caso a Justarius y no hablarte nunca de este problema.
—Pues yo no me arrepiento —dijo la chica amablemente—; no me secuestraste. Jamás hago nada que no quiera —añadió echando la barbilla hacia adelante—. Y por esta razón no abandonaré la orden sin luchar.
—¿Qué te propones? —preguntó el joven, sentándose.
Ella le cogió las manos en las suyas con ojos implorantes.
—Volvamos al laboratorio de Belize ahora mismo. Podríamos apoderarnos de aquellos libros de encantamientos antes de que se dé cuenta de que estuvimos en su casa y destruya la prueba. Justarius será capaz de interpretar el lenguaje de los encantamientos y de conseguir la prueba que necesita para convencer a Par-Salian y a Ladonna de la culpabilidad de Belize. Entonces, será Belize el expulsado de la Orden de los Túnicas Rojas, y no nosotros.
Guerrand arrugó la frente.
—No veo cómo la culpabilidad o la inocencia de Belize puede cambiar el hecho de que hayamos irrumpido en su villa.
—¡Claro que puede! —exclamó Esme mientras le soltaba las manos y su frustración aumentaba—. En primer lugar, no habríamos ido allí si él no se hubiera propuesto matarte…
—Pareces totalmente convencida de que él es el culpable.
—¿Tú no?
El joven asintió con un gesto.
Esme siguió hablando con expresión satisfecha.
—En segundo lugar, si Belize es expulsado antes de que la Asamblea de los Tres discuta nuestra situación, no tenemos nada que temer. Sin ninguna duda, Justarius ocupará su lugar en la asamblea y Par-Salian votará lo mismo que él. ¡Son dos votos de tres, lo único que nos hace falta!
Esme, entusiasmada ante esa posibilidad, apenas podía contener la emoción.
—Sería como jugar a doble o nada en una partida de dados —dijo Guerrand agitando la cabeza—. Es demasiado arriesgado y no parece corresponder en absoluto a la bien equilibrada cabeza de la Esme que conozco.
—¿Qué hay de malo en hacerme cargo de tu vida? —inquirió ella.
—Hasta hace muy poco, habría dicho que nada. Ahora, no estoy tan seguro —repuso Guerrand mientras sus ojos oscuros se fijaban en algún lugar lejano—. Me he pasado la mayor parte de la vida haciendo lo que los otros querían, y el único que ha salido perjudicado he sido yo. Pero desde que dejé el castillo de los DiThon para estudiar magia, parece que no hago otra cosa que perjudicar a los demás. Abandoné a Kirah y rompí una promesa para poder dedicarme a la magia, y ahora mi familia y mi castillo están bajo sitio. Para poder seguir siendo aprendiz de Justarius, permití que Lyim fuera a Ergoth a pelear en mi lugar.
Guerrand iba enterrando la cabeza entre las manos a medida que aumentaba la lista de sus trasgresiones.
—Por último, aunque no es lo menos importante, se encuentra ese error mío que puede acarrear nuestra expulsión de la orden —dijo mirando a Esme con expresión sombría y amarga—. Dime, ¿qué bien me ha reportado haber sido indulgente con mis ambiciones egoístas?
Esme se sentó a su lado y le apretó la mano.
—Sé que es difícil pensar en algo bueno, pero no hace mucho decías que nunca habías sido tan feliz como ahora.
El joven retiró la mano.
—¡Eso fue antes de que todo empezara a ir mal!
Esme se apartó para mirar por la pequeña ventana de la habitación.
—Sé lo que se siente cuando todo va mal —dijo, y no añadió nada más durante un cierto tiempo. Guerrand se limitó a esperar.
»Todavía me apena pensar en aquellos días en los que creía importante demostrar que una simple chica podía seguir los pasos del gran Melar —continuó Esme, y su sonrisa fue triste, desprovista de alegría.
Dejó de mirar por la ventana y fijó la vista en Guerrand.
—Mi padre sólo tenía ambiciones mágicas para mis hermanos. Ellos, uno tras otro, rechazaron la magia y sintieron miedo de decirle a su padre que él les había hecho odiar la magia en lugar de quererla. Mi padre los repudió, los dejó sin dinero ni relaciones ni adiestramiento alguno. Nadie les hablaba en las calles de Fangoth por miedo a sufrir la cólera de un brujo.
Esme se apartó el cabello de los ojos.
—Al encontrarse sin hijos varones, los ojos de mi padre se volvieron al fin hacia mí. Yo estaba emocionada por ser objeto de su atención y estudié mucho para satisfacerlo —dijo con un profundo suspiro—. Mucho después entendí por qué todos mis hermanos se habían marchado: el gran Melar nunca estaba satisfecho.
Esme volvió a mirar fija y silenciosamente por la ventana.
—La diferencia entre mis hermanos y yo era que yo me quedé con mi padre porque amaba la magia. No estoy segura si para impresionarlo o para huir de él, sugerí que estaba lista para empezar adecuadamente mi adiestramiento para la Prueba. «Eres una chica —rugió—. Podrás considerarte afortunada si alguna vez estás preparada para someterte a la Prueba».
Por la mejilla de Esme rodó una lágrima, que ella enjugó.
—Sabía que mi padre tenía miedo de perder el control que ejercía sobre mí. Lo que él ignoraba es que ya lo había perdido. Aquella noche salí de casa para irme a Wayreth. No le he escrito nunca —explicó, encogiendo sus estrechos hombros—, pero él podía haberme encontrado si le hubiera interesado saber mi paradero.
Esme se secó con rabia la última lágrima.
—O sea que ya ves, si me expulsan, no tengo adónde ir. No puedo regresar a Fangoth. Mi padre se enteraría de que he fracasado tal como él predijo. —Pegó un puñetazo sobre el alféizar de la ventana—. ¡No lo podría resistir, Rand!
—No tendrías por qué volver a tu casa —dijo Guerrand, acercándose a la chica por detrás. Le pasó los brazos por los hombros y ella recostó la espalda sobre el pecho del joven—. Podríamos empezar de nuevo en alguna otra parte. Los dos juntos.
—Yo siempre sabría la verdad —le susurró ella tan suavemente al oído que el joven no estaba seguro de haberla oído. Un profundo y escalofriante suspiro sacudió el cuerpo de Esme, como si se resignara ante el destino. Se dio la vuelta sin deshacerse del abrazo de Guerrand, le dedicó una temblorosa sonrisa y apretó sus labios mojados de lágrimas sobre la mejilla del joven—. Gracias.
Los ojos de Guerrand, muy cerca de los de ella, se abrieron desmesuradamente.
—¿Por qué?
—Por… decir esto —dijo Esme simplemente. Se movió un poco para deshacerse del abrazo y Guerrand, de mala gana, la soltó. Con una mueca de dolor y mucho cuidado, la mujer se acostó en el camastro con la pierna izquierda más alta que el resto del cuerpo—. Me parece que el elixir de Justarius está dejando de hacer efecto; le pediría más, pero probablemente ya se habrá ido a Wayreth y me molesta tener que pedírselo a Denbigh. ¿Te queda alguna de esas hierbas que me aliviaron en el laboratorio?
Guerrand se arrodilló junto a ella solícitamente.
—Te las tomaste todas, pero tengo más en mi habitación —dijo, y se puso en pie de un salto—. Mezclarlas sólo me llevará unos instantes.
Esme lo miró con dulzura.
—¿No te importa?
Guerrand se fue apresuradamente hacia la puerta, contento de poder aliviar el dolor de la chica.
—Estaré de vuelta antes de que te des cuenta —afirmó. La chica sonrió ante el comentario y el joven desapareció por la antecámara.
Guerrand atravesó rápidamente el comedor que comunicaba ambas habitaciones. Le llevó diez minutos coger y chafar una cantidad suficiente de menta seca y de reina de los prados y marinarla con aceite de clavo.
Con el frasco en la mano, Guerrand corrió hacia la puerta. De pronto sintió un repentino deseo de mirarse al espejo para ver qué aspecto tenía, pero se arrepintió enseguida: estaba hecho unos zorros. No obstante, no tenía tiempo de arreglarse: Esme sufría y esperaba sus hierbas.
Guerrand se alisó el descuidado pelo oscuro con una mano húmeda y otra vez atravesó corriendo el comedor. Apretó el paso y lo refrenó jadeando en la antecámara. Un cierto sentido de la cortesía le hizo llamar a la puerta del dormitorio de la mujer. No recibió respuesta alguna. Esperó y volvió a llamar. Tampoco hubo respuesta, y entonces pasó la cabeza a través de las cortinas que pendían en el umbral de la puerta.
—¿Esme? —susurró preguntándose si se habría dormido, rendida por las emociones del día. Lo que encontró en el dormitorio casi hizo que dejara caer el frasco de las manos.
—¡Zagarus!
Su amigo se paseaba arriba y abajo sobre el camastro de Esme. Guerrand vio su bolsa abierta a los pies del pájaro. No había ni rastro de la chica.
—¿Dónde está Esme? —preguntó. Cuando vio su trozo de espejo sobre el cofre que había junto al camastro, se le helaron los dedos que sujetaban el frasco con las hierbas.
¡Se ha ido! ¡Se metió en el espejo!, explicó Zagarus señalando el reluciente cristal con el pico. Volé hasta la ventana para ver si estabas aquí y así poderme introducir en mi nido dentro del espejo. Esme me vio pero estaba muy ocupada llenando su fardo con componentes. De repente, se colgó el fardo a la espalda y dijo: «No sé si puedes entenderme, pero dile a Rand que estaré de vuelta en el tiempo que se tarda en salir del espejo, coger el libro de encantamientos y saltar otra vez aquí». Esas fueron exactamente sus palabras.
Zagarus, aliviado, suspiró profundamente después de haber conseguido decirlo todo.
¿Qué quiso decir, Rand?
—Quiso decir que volvió a casa de Belize —dijo Guerrand, helado. Levantó el espejo bruscamente y sintió que los bordes dentados le oprimían la carne.
¿Qué vamos a hacer?, preguntó Zagarus.
Guerrand se dejó caer junto al pájaro y analizó la situación. Sentía por Esme más inquietud que enfado.
—Esperar a que vuelva —dijo al fin—. Si todo sale bien, debería estar aquí en menos de diez minutos. Es decir, puede regresar en cualquier momento. —Entonces se acordó de la pierna rota—. Le concederé un poco más de tiempo por su pierna.
Transcurrieron veinte minutos antes de que Guerrand notara el acelerado bombeo de la sangre en las sienes provocado por el temor. ¿Dónde estaba la chica? Miró en vano al espejo y cerró los ojos. Algo iba mal. No iba a dejar que su mente considerara todas las posibilidades. Sólo una cosa estaba clara: tenía que ir a buscarla y encontrarla.
—Vamos, Zag —dijo, y, espejo en mano, se precipitó hacia su habitación.
Cogió hierbas y otras cosas que utilizaba para realizar sus mejores encantamientos y los metió en la bolsa junto con el libro de sortilegios.
Echó un último vistazo en torno a la habitación y se fijó en su cinto, colgado en la pared, provisto de espada y daga, que no usaba desde hacía mucho tiempo. Tal vez por una premonición o quizás al acordarse de los monstruos de Belize, lo descolgó y se lo ciñó a la cintura.
El joven puso el espejo sobre el escritorio y a continuación, con un gesto, indicó a Zagarus que se introdujera en el cristal. Luego extendió los brazos por encima de la cabeza, como si fuera un cisne dispuesto a zambullirse en el estrecho de Ergoth, y se lanzó de cabeza a la brillante superficie del espejo mágico.
Un instante después, en el brumoso mundo del espejo, Guerrand visualizó el cristal reflectante del laboratorio de Belize y lo atravesó. Instantáneamente, sintió una inmovilidad no natural, como la calma después de una tempestad violenta. Retuvo el aliento y dio la vuelta a las estanterías. Sus pies calzados con botas hacían crujir trozos de cristal. El suelo estaba cubierto de restos de copas rotas, líquidos conservantes de colores y diversas partes de órganos. Las estanterías, que poco antes se hallaban repletas y ordenadas, ahora estaban vacías. El hedor era peor de lo que recordaba.
Guerrand pegó una patada al corazón de una gallina con el que se tropezó.
—¿Esme? —dijo con suavidad.
No está aquí, Rand —afirmó Zagarus—. Estoy junto a la mesa de Belize. Tienes que ver esto.
Guerrand notó en las sienes que el pulso se le aceleraba y corrió pasando ante los escalones de la plataforma. Sólo una antorcha iluminaba la zona donde se hallaba la mesa en la que, tal como el joven sabía, habían estado los libros de encantamientos de Belize. La solitaria luz revelaba lo suficiente como para que a Guerrand se le revolviera el estómago. El suelo y buena parte de las paredes estaban cubiertos por despojos ensangrentados. Los nauseabundos restos tenían algunas partes chamuscadas debido, según dedujo Guerrand, al intenso calor de las bolas de fuego mágicas. Por doquier se encontraban extremidades y cabezas cortadas, torsos destrozados y supurantes órganos. Muchos de los restos habían sido despedazados hasta ser irreconocibles.
Guerrand se pinzó la nariz con los dedos, empezó a respirar por la boca y luego hizo un gesto a Zagarus. El pájaro estaba sobre la mesa, tratando desesperadamente de apartarse de los horrendos despojos de un enano macho que tenía la cabeza de un gran gato doméstico. Sobre la mesa, entre el pájaro y el enano, se veía limpio de polvo el lugar donde antes habían estado los libros de encantamientos.
«Esme cogió los libros y salió del laboratorio antes de que regresara Belize», se dijo a sí mismo Guerrand. Al ver que se los habían llevado, el experto mago montó en cólera y destruyó todo lo que tenía delante.
Si ocurrió así, ¿por qué Esme no ha emergido del espejo?, preguntó Zagarus, que le había leído el pensamiento.
—¡No lo sé! —estalló Guerrand; la cabeza le hervía, sin control. Si Belize la hubiera pillado mientras la chica le robaba los libros y… Cerrando los ojos, afirmó con dolorosa seguridad:
—Se ha llevado a Esme a alguna parte.
Bueno, ¿por dónde buscaremos…?
—¡Quiu! —graznó Zagarus, y saltó de la mesa cuando la cabeza del enano gato muerto empezó a moverse. Aunque le faltaba el lado derecho de la cara peluda, el único ojo que le quedaba, verde y gatuno, se esforzaba por abrirse. Guerrand experimentó a la vez asombro y repulsión. Instintivamente se llevó la mano a la daga y permaneció a la espera en actitud vigilante.
La criatura pareció cejar en su empeño por levantar la cabeza, aunque mantenía el ojo abierto fijo en Guerrand. El pelo de debajo de la órbita ocular, apelmazado con la sangre seca, empezó a moverse arriba y abajo, y Guerrand se dio cuenta de que aquel ser estaba tratando de hablar con el resto de boca que le quedaba. Un agudo y quejumbroso grito emergió de la cara de gato. A pesar de su modulación, los sonidos fueron indescifrables para Guerrand.
—No te entiendo —gruñó Guerrand lleno de frustración—. ¿Me estás pidiendo que ponga fin a tus sufrimientos?
La horrible criatura pareció comprender a Guerrand, pues dejó de gritar y agitó lo que le quedaba de la cabeza de forma inequívoca. Una retorcida mano de enano se levantó con dolorosa lentitud y tembló sobre la superficie de la mesa durante unos instantes. Entonces, el único dedo que le quedaba, más corto y grueso de lo normal, empezó a desplazarse sobre su propia sangre hasta conseguir dibujar unos altos y esculpidos pilares que Guerrand no podía confundir: el Acantilado de Piedra.
—¿Me quieres decir que es allí donde Belize se ha llevado a mi amiga?
La patética criatura empezó a asentir con la cabeza, y luego sufrió una corta y violenta sacudida antes de dormirse en la bendita paz de la muerte.
Guerrand alargó una temblorosa mano y le cerró el único ojo.