Capítulo 3

—Me encuentro como un caballo de carreras —farfulló Guerrand—, y también estoy empezando a sudar como si lo fuera. ¿No crees que podríamos aflojar un poco la marcha, Bram? Estuve de acuerdo en acompañarte a la corte de Weador para darte suporte moral, pero no recuerdo haberte prometido hacer una carrera.

Guerrand todavía guardaba en la palma de la mano, sudada y caliente, la ricamente grabada moneda feérica. Él y su sobrino habían caminado a un ritmo que para él era realmente correr desde que habían penetrado en el reino de los tuatha dundarael.

Bram se tambaleó para detenerse sobre el burdo adoquinado de la carretera.

—Lo siento, Rand; estoy tan preocupado que no me he dado cuenta de que te estaba presionando —dijo, y echó un vistazo a los extraños árboles que se alzaban sobre ellos—. Supongo que no estoy ansioso por no estar en la carretera más tiempo del estrictamente necesario. No es tan acogedora como podría parecer.

Nada relacionado con los tuatha dundarael lo era, inclusive el sistema que el rey Weador había establecido para poner en contacto el reino de los mortales y el suyo propio. Bram había resistido el impulso de llamar a los tuatha directamente, por temor a que su presencia en Thonvil llamara la atención. Si durante la noche los habitantes del pueblo se daban cuenta de que había muchas luces en el firmamento, habitualmente lo atribuían a las fogatas. Pero Bram y Guerrand sabían la verdad; las luces en realidad eran seres feéricos que se movían con presteza para realizar sus trabajos.

Al recordar las indicaciones del rey Weador para solicitar una audiencia, Bram y Guerrand habían observado los huertos y campos en torno a Thonvil en busca de un exceso de luces parpadeantes. Cuando ambos encontraron un huerto bien protegido, con la mayor cantidad de luces, mostraron una bandeja de galletas dulces, irresistibles para la mayoría de los tuatha. A esta ataron una nota de Bram dirigida al rey Weador, transcrita en lenguaje mágico por Guerrand, por si algún aldeano se tropezaba con ella.

A la mañana siguiente, se despertó y se encontró ante Cynarabajo —el primer tuatha que habían encontrado hacía años en el Acantilado de Piedra—, sentado al pie de su cama. Los brillantes ojos azules de Cynarabajo centelleaban bajo su brillante gorra azul. El tuatha entregó a Bram una pequeña bolsa que contenía dos monedas feéricas y le dijo que pronunciara en voz alta el destino al que quería ir. La carretera feérica, entonces, se abriría a sus pies. Una vez hubo recordado a Bram los peligros de abandonar el camino y de desprenderse de la moneda, Cynarabajo le informó de que el primer centauro que encontraran los guiaría hasta la corte de Weador.

Al cabo de dos días, después de ultimar los preparativos para ausentarse del castillo de los DiThon durante un tiempo indefinido, Bram y Guerrand pronunciaron las palabras: «Corte del rey Weador», y penetraron en el reino feérico.

Guerrand había visto muchos lugares raros y bellos a lo largo de sus treinta años y pico: desde los brumosos mundos de los espejos hasta los portales dorados de la diamantina aguja de la Ciudadela Perdida. Pero todavía conservaba la capacidad de maravillarse. Un entero y mágico reino feérico, con todas las características de su propio mundo, existía junto al reino mortal, pero era invisible para los humanos.

La carretera que se abría a sus pies estaba construida con bloques de piedra labrada trabados unos con otros. Sobre la carretera se alzaba una cubierta verde gruesa y cerrada que hacía que el camino se asemejara a un túnel oscuro. Los árboles eran de lo más raro, de corteza suave como la mejilla de un elfo, con anchas hojas planas y multicolores, y con espirales blancas o completamente verde negruzcas. El sotobosque era una espesura de arbustos espinosos y hierbajos. Entre las hojas de las ramas más altas se adivinaban diminutas manchas azul brillante, que sugerían que por encima de la cubierta vegetal se extendía un firmamento.

Curiosamente, se trataba de un lugar agradable a pesar de todas sus sombras. No parecía ni mágico ni amenazador, sólo extrañamente silencioso. Guerrand oyó cómo le resonaban en los oídos los acelerados latidos del corazón incluso después de que hubieran dejado de andar. No se oía el canto de los pájaros ni el ruido de ninguna criatura agitando el sotobosque tal como sucede en los bosques muy espesos.

Guerrand observaba los árboles sin cesar.

—Jamás creí que algo de naturaleza mágica pudiera ser acogedor —dijo—, pero sospecho que no saldremos malparados si cumplimos las normas y nunca nos apartamos del camino ni entregamos nuestras monedas a nadie salvo a Weador.

»No creo que sea lo que nos rodea lo que en realidad te preocupe, Bram —prosiguió el mago—; estás inquieto y nervioso desde que decidiste preguntar a Weador sobre tu auténtico origen.

Bram resopló y respondió:

—¿Tú no lo estarías? Para serte sincero te diré que apenas he dormido y pensado en otra cosa desde la mañana de la ceremonia.

Guerrand miró a su sobrino con expresión preocupada.

—Tampoco yo he dejado de pensar. Una mala semana en la que es preciso organizar la suave puesta en marcha de la hacienda en tu ausencia.

—No es tan difícil —puntualizó Bram—. Kirah se ha ocupado de las cuentas durante casi dos años. Rillard sabe más de granjas que nadie en el condado y Toal es el ayudante más capacitado que nadie pueda tener. Y aunque no confiara en ellos de forma plena, Maladorigar es capaz de ayudar en cualquier trabajo que Kirah necesite ejecutar.

—Siempre y cuando el gnomo se acuerde de tomar las hierbas para desacelerar su forma de hablar para que así nadie lo estrangule —bromeó Guerrand.

—En cierto sentido —musitó Bram—, ahora que Thonvil se ha recuperado, yo funciono como si fuera una especie de marioneta.

—Lo dices sólo a causa de tu mal humor —replicó Guerrand—, y otra prueba de que hubieras tenido que descansar más antes de emprender este viaje. Necesitarás todo tu coraje cuando te reúnas con Weador…

—Estaré bien —dijo Bram con más aspereza de la que hubiera querido—. Además, Weador me va a decir que Rejik y Zena se equivocaron. Descubriré que no soy un tuatha y regresaré al castillo de los DiThon antes de la comida del mediodía.

—¿Eso es lo que quieres?

—¿No lo querrías tú si estuvieras en mi lugar?

Rand reflexionó unos instantes antes de responder.

—A corto plazo, sí —asintió—. Es la respuesta segura y rápida que permite que tu vida siga igual. Pero si hay algo de verdad en lo que me dijo Wilor, tu vida tiene un nuevo abanico de posibilidades.

Bram negó con la cabeza vigorosamente.

—Todavía no puedo pensar a tan largo plazo. Me ocuparé de ello cuando llegue el momento, si llega. Hasta entonces, necesito agarrarme a lo que sé.

Guerrand, comprensivo, asintió.

—He pasado años para ponderar algo que afectaba a tu vida con mucha mayor profundidad que a la mía.

Caminaron en silencio durante un rato, cada cual perdido en sus pensamientos. El hechicero atisbaba carretera abajo.

—¿Qué distancia dijiste que habías recorrido hasta encontrar al centauro la última vez que estuviste por aquí?

Bram frunció el entrecejo, y miró hacia adelante y hacia atrás de donde estaban.

—Es difícil de decir; el tiempo aquí está muy distorsionado y no hemos encontrado ninguna de las criaturas que encontré la vez anterior —explicó. Se rascó el mentón con expresión pensativa—. Ni siquiera sé si será el mismo centauro. Espero que no lo sea. Era el testarudo más contradictorio que jamás he encontrado, y además no muy listo precisamente.

La carretera cruzaba un bosquecillo de árboles de ramas colgantes parecidos a los sauces. Aunque no soplaba brisa alguna, las hojas se movían y ondeaban sobre sus cabezas. Al oír un extraño ruido en el hasta aquel momento silencioso bosque, Guerrand se detuvo para escuchar. Susurros… Podía jurar que alguien estaba susurrando.

—¿Quién anda por aquí? —inquirió Guerrand; dio una vuelta completa sobre sí mismo pero no vio a nadie.

—¿No oyes esto? —preguntó a Bram.

Bram se llevó un dedo a los labios y señaló hacia el bosquecillo de árboles extraños. Las hojas eran largas, teñidas de rosa y un poco dobladas por la mitad. Aunque recordaban de forma vaga la hoja del sauce, se parecían mucho más a un delicado par de labios.

—Abandonad[1] el camino —susurraban los labios en un apropiado e inquietante juego de palabras. Estas palabras pusieron en tensión la mente de Guerrand, quien, con un gesto de la cabeza, desechó el apremiante mensaje.

—Los susurros también me atosigaron la primera vez que pasé por aquí.

—Vayámonos de este lugar —exclamó Guerrand con un estremecimiento. Ambos viajeros se apresuraron carretera abajo, y los susurros fueron amortiguándose gradualmente.

—A menos que mis suposiciones sean falsas —murmuró Bram—, lo siguiente son los pájaros.

—¿Pájaros? —repitió Rand, pero la palabra apenas había salido de su boca cuando los dos hombres divisaron un grupo de pájaros grandes como flamencos posados en lo alto de una única rama muy inclinada situada a la derecha del camino. Las aves tenían el cuerpo cubierto de plumas rosa y la cabeza de pelo naranja, y observaban con siete pares de brillantes ojos amarillos el paso de Bram y Guerrand.

Tan sólo habían recorrido una corta distancia, hasta una bifurcación de la carretera, cuando oyeron una voz nasal por encima de sus cabezas:

—¿Adónde creéis que vais?

Los dos viajeros levantaron la cabeza. Apoyado en un saliente excavado en una gran roca erosionada que se encumbraba ante ellos se encontraba el largo tiempo esperado centauro. Su cabeza de hombre reposaba sobre su mano de aspecto igualmente humano. Tenía las cuatro patas dobladas bajo el cuerpo, como las de un caballo dormido.

—Estaba empezando a pensar que alguien os había devorado —dijo el centauro en tono impertinente—. Debéis ser o muy lentos o muy perezosos por haber tardado tanto en llegar hasta aquí —añadió. Se incorporó y estiró todos los miembros—. Weador debe de estar relajando sus normas si entrega monedas a personas tan poco respetables como vosotros.

Bram cerró los ojos y murmuró en voz baja unas palabras a Guerrand.

—Es el mismo centauro.

Con la ayuda de un adornado bastón, el hombre caballo de pelo brillante y suave bajó lentamente de la roca.

—No creo que hoy esté de humor para conducir a tan estúpidos humanos a ninguna parte —refunfuñó. Sus cascos repicaron contra la piedra como los de una cabra montés. Un reflejo de luz se desprendió de la reluciente espada que se llevaba atada entre los omoplatos.

—Pues no lo hagas —sugirió Bram—. Indícanos el camino, simplemente. Estoy seguro de que seremos capaces de hallar la forma de llegar a la corte del rey Weador.

El centauro encontró la forma de bajar de la roca.

—Lo dudo —replicó. Con una lenta y exploradora mirada examinó a Bram desde los pies hasta la oscura cabeza—. ¿No te conozco?

Bram se mordió el labio.

—Tal vez nos hemos encontrado en una ocasión, sí.

El centauro parecía satisfecho de sí mismo.

—¿Me recuerdas, no es cierto? Bueno, ahora que te he mirado con atención, me doy cuenta de que no me acuerdo de ti en absoluto. De hecho, he visto revolotear moscas en mi costado que me han parecido más dignas de recordar.

—Sí, supongo que las habrás visto —dijo Bram—. Ahora, si simplemente nos cuentas aquello que te han encargado que nos digas, nos pondremos en camino y ya no tendrás que pensar más en nosotros.

—No te preocupes, no voy a hacerlo —resopló el centauro—. Muy bien. Para llegar a la corte del rey Weador tenéis que tomar la bifurcación a la derecha.

Guerrand se dispuso a avanzar en aquella dirección, pero el brazo del centauro se movió bruscamente y le cerró el paso.

—No tan aprisa; no podéis ir por este camino.

—Pero si nos acabas de decir que este es el camino que conduce a la corte del rey Weador… —protestó Guerrand.

—Sin embargo, sólo podéis ir por la izquierda —dijo el centauro.

Guerrand frunció el entrecejo.

—Pensaba que los centauros eran corteses.

—Eso te pasa por pensar.

—Bueno, pues muchas gracias por indicarnos las direcciones —gritó Bram en una voz excesivamente amistosa—. Ahora nos pondremos en camino.

Bram se inclinó hacia su tío.

—Limítate a hacer lo que yo haga —le sugirió en voz baja—; la otra vez me fue bien.

Rápidamente, dieron varios pasos por la bifurcación de la izquierda, se detuvieron, se dieron la vuelta y caminaron hasta el cruce. Ante ellos se encontraba el camino por el que habían llegado hasta allí. A su izquierda se extendía el que llevaba a la corte del rey Weador. Rand estaba visiblemente asombrado ante semejantes maquinaciones, pero Bram agarró a su tío y le hizo dar la vuelta en torno al irascible centauro y lo condujo por el camino que iba a la corte del rey Weador.

—¡Alto, estúpidos humanos!

Ambos viajeros se quedaron paralizados. El grito fue seguido por el familiar repique de cascos sobre el suelo que les llegaba por detrás.

—Cynarabajo no nos dijo nada sobre si aquí podíamos utilizar magia, ¿verdad? —susurró Guerrand, preparando instintivamente un encantamiento para retener al centauro.

—No —dijo Bram—, pero espera un momento.

El joven lord se dio la vuelta y dedicó una inocente sonrisa al centauro que se le acercaba.

—¿Qué ocurre? ¿Nos hemos olvidado de algo?

—Sí —le espetó el centauro—. De mí. Sin mí os perderíais, por lo que he decidido guiaros hasta la corte.

—En realidad, no hace falta —protestó Guerrand.

—No es preciso que me lo agradezcáis —dijo el centauro con expresión hostil—. Podríais ser devorados antes de llegar allí.

—¿No deberías quedarte para vigilar la bifurcación? —sugirió Bram.

—Lo hago —dijo simplemente el centauro. Trotó en torno a Guerrand para conducirlos hacia adelante.

Detrás de las ancas del centauro, Guerrand enarcó las cejas con expresión interrogante. Bram consideró si era prudente utilizar un encantamiento con aquella criatura. Decidió que no era sensato, sacudió la cabeza y siguió tras el irascible centauro.

El paisaje cambió drásticamente no lejos de la bifurcación. El llano y sinuoso camino que estaba estrechamente rodeado por árboles empezó a serpentear por el lugar más hermoso y diverso que un ser humano pueda imaginar. A ambos lados se alzaban encumbradas cascadas gemelas. Inmediatamente después de las cascadas, el sendero parecía suspendido sobre un gran acantilado bajo el que se extendía un vasto mar azul. La carretera se descolgaba del acantilado y se abría paso a través de una masa boscosa, la cual a su vez terminaba en unas enormes dunas de arena y luego aparecía un río de fuerte pendiente en cuyas riberas se alzaban altos pinos de olor acre.

—¿Es siempre la misma la carretera que va a la corte? —le preguntó Bram al centauro.

—Siempre lleva al mismo lugar; ¿cómo no va a ser la misma?

Con una floritura, el centauro se hizo a un lado y lanzó los brazos hacia adelante. Sólo entonces Bram se dio cuenta de que se encontraban ante un arco de hojas formado por dos tremendos robles. Entre los dos árboles, las gráciles hojas de un sauce cerraban el arco como si fueran una cortina.

Bram y su tío apartaron las hojas del sauce y cruzaron el arco. Bram se quedó sin aliento al contemplar lo que había al otro lado. Allí había como mínimo varios centenares de tuatha, de todas las edades, que llevaban una gran variedad de coloreadas y vistosas gorras de lana y camisas sin mangas a juego. Los tuatha que estaban más cerca de ellos los observaban llenos de curiosidad con sus brillantes ojos azules. Pero esa gente feérica no se sentía alarmada, como si recibir visitas de humanos fuera algo muy normal.

Aunque los tuatha vivían en el exterior, la arquitectura ofrecida por la naturaleza era tan perfecta que Bram se sorprendió al ver que estaba mirando en derredor como si estuviera realmente en una habitación. Bajo sus pies, la carretera de piedra había dejado paso a una tupida alfombra de musgo y de hierba tierna. Por encima de las cabezas, la cubierta de hojas constituía una vibrante y reluciente bóveda que a Bram le hacía pensar en el cristal de una ventana teñido de verde intenso. Cuando soplaba una suave brisa entre las hojas, su aspecto cambiaba como el de un caleidoscopio. Abundante luz solar se filtraba a través de las hojas formando millares de finos haces. Flores multicolores brillaban en aquel especial refugio lleno de vida.

Los feéricos no eran los únicos seres vivos de la cámara. Miríadas de animales salvajes convivían con los tuatha como si fueran animales domésticos: ardillas, ardillas listadas, conejos y erizos saltaban, paseaban y trepaban entre o por encima de ellos. Pájaros de todas clases batían las alas en el aire o se posaban sobre las gorras o los hombros de los seres feéricos. Bram se quedó maravillado al ver como un grupo de niños tuatha jugaban a perseguirse sobre un oso tumbado. De vez en cuando el animal les daba un inofensivo manotazo, o los hacía rodar sobre sí mismos o los derribaba a todos al suelo en medio de un estallido de carcajadas.

El oído de Bram percibió el sonido de una gaita. Volvió la cabeza para ver de dónde venía la música y divisó un hombre de rostro y cabellos oscuros apoyado en un árbol que tocaba unas gaitas de tubos parecidos a flautas. La melodía era viva, aunque en cierto modo era triste y también encantadora. El músico de hecho no era un hombre, sino otra criatura feérica. De entre los cabellos negros le emergían unos diminutos cuernos. De cintura para abajo tenía los cuartos traseros de una cabra.

Bram de repente se fijó en una mujer joven que estaba de pie junto al gaitero. De hecho, se sorprendió por no haberse dado cuenta antes de la presencia de la joven. Sin lugar a dudas era la mujer más bella que jamás había visto. Sus rasgos eran tan perfectos que no podían describirse. No era ni tuatha ni humana, ni tampoco tenía un aspecto enteramente élfico.

Bram se quedó cautivado, con la mirada fija en la suave cabellera rubia de la chica, en la escultural figura, oculta apenas por los velos de gasa más sutiles. Cuando la mujer levantó la vista hacia él, el joven creyó que el corazón le estallaría.

La mano de Guerrand estrujó el hombro de su sobrino a modo de aviso. De repente, Bram se sintió profundamente incómodo por haber sido pillado mirando boquiabierto a esa mujer casi desnuda. Tuvo que realizar un gran esfuerzo para apartar la vista de la sonrisa de la chica. Cuando lo consiguió, sintió como si le hubieran quitado del pecho un enorme peso. Bram inspiró profundamente varias veces para tratar de tranquilizarse.

—Es mejor que no te dejes arrastrar por cosas que no comprendes —lo sermoneó Guerrand—. Aquí eres un extranjero; sé prudente.

Tres tuatha se abrieron paso entre la multitud, y se aproximaron a los humanos. Uno de ellos, un macho con una rebelde mata de cabellos castaños, llevaba un bastón ricamente esculpido dos veces más alto que él.

—Bram DiThon y Guerrand DiThon —salmodió mientras avanzaba unos pasos—, nos alegramos de vuestra visita y os comunicamos que se requiere vuestra presencia ante el rey Weador de los tuatha dundarael. Si sois tan amables, seguidme, por favor.

Giró sobre sus talones y, con firmeza, empezó a andar a grandes zancadas seguido por sus dos compañeros. Bram y su tío fueron conducidos a través del prado hasta una segunda cubierta vegetal. Los dos seres feéricos que no habían hablado se hicieron a un lado, en tanto que el tercero apartó las hojas con el bastón. Bram y Guerrand cruzaron por la abertura. El tuatha los siguió.

Esa segunda zona se parecía mucho a la primera, aunque era un poco más pequeña. Pero sus características compensaban de sobra su menor tamaño. Su escolta recorrió la mitad de la distancia que lo separaba del centro de la corte, se detuvo y plantó con decisión el bastón en la alfombra verde.

—Rey Weador, reina Listra, gran consejero Allern, señores y señoras, miembros de la corte, os presento a Bram y Guerrand DiThon, lord y regente de Thonvil respectivamente. Con el debido respeto te suplican que les concedas una audiencia, señor.

El rey tuatha asintió con una ligera inclinación de cabeza, y el heraldo —eso creyó Bram que era— hizo una señal a los humanos para que avanzaran. El cabello de Weador era blanco como la nieve y le pendía por la espalda hasta rozar el suelo. Como un kender, su rostro no parecía particularmente envejecido, tan sólo surcado por profundas arrugas, rectas y oscuras; su aspecto siempre recordaba a Guerrand el de un abanico de señora hecho con pergamino tratado con óleos y perfectamente plegado.

El manto real que llegaba más abajo de los muslos de Weador estaba confeccionado con pieles de armiño intrincadamente cosidas, de modo que la particular y repetida disposición de cada cuatro pieles formaba una serie de rombos que a Guerrand le recordaba los dibujos de un caleidoscopio. El mago reconoció el broche de oro pulimentado, bellamente grabado, que permitía cerrar el manto. Obviamente, Weador todavía prefería la camisa de seda sin mangas tejida con la sutileza de una tela de araña y los pantalones teñidos en tonos terrosos. Flexibles botas de piel de ratón adornaban sus pequeños pies.

Guerrand dejó que su mirada se entretuviera con los dedos de Weador. En todos y cada uno de los diez cortos y gruesos dedos llevaba un anillo. Reconoció unos pocos de marfil labrado, pero los había nuevos, tanto de piedra como de madera.

El cetro de Weador era el mismo objeto intrigante que Guerrand recordaba del huerto de Thonvil. En su extremo figuraba el cráneo blanqueado de una tortuga en cuyas órbitas oculares habían incrustado oro brillante.

A un gesto de la mano del rey se destacaron dos sirvientes y colocaron un par de taburetes detrás de Bram y Guerrand. Weador les hizo un signo para que se sentaran.

El rey mantuvo la mirada de ambos con sus helados ojos azules.

—Bienvenidos a mi corte —dijo con suave voz de tenor—. Los dos tenéis buen aspecto; de hecho, lo tenéis excelente.

—De ello tenemos que darte las gracias a ti, rey Weador —dijo con humildad Bram.

—Esto sólo es verdad en parte —puntualizó Weador—. Me han informado de que habéis trabajado duro. Recordadlo bien, nosotros, los tuatha sólo podemos mejorar lo que ya existe.

Bram inclinó la cabeza para agradecer el cumplido.

—Me sorprendí al recibir tu carta —dijo Weador—. Creo que se trata de la primera vez que pides ser recibido en la corte. ¿Algo va mal en Thonvil? —preguntó—. ¿Acaso causan problemas mis tuatha?

—No, nada de eso, rey Weador —lo tranquilizó Bram en seguida—. Te pedí audiencia porque yo… Bueno, tengo que preguntarte algo muy importante, algo a lo que sólo tú puedes responder.

—Habla —lo invitó Weador mientras se recostaba en el trono.

Bram había preparado un discurso que sonara más motivado por la curiosidad que por la inquietud. Pero cuando llegó el momento de la verdad, lo único que se le ocurrió decir fue:

—A mi tío le contaron que soy un bebé cambiado de los tuatha dundarael. ¿Es verdad?

Los ojos azules de Weador no parpadearon.

—Sí y no.

Bram suspiró.

—Dicho sea con todo el respeto, pero esto no es una respuesta.

—No te voy a esconder nada —afirmó el rey—, pero tienes que dejar que te lo cuente de acuerdo con mi propio tiempo. Es una historia complicada —añadió Weador, e hizo un gesto a un criado para que sirviera bebidas.

»¿Cuántos años humanos tienes ahora, Bram? —preguntó el rey cuando hubieron repartido a todos jarras de madera labrada llenas de zumo de manzana.

—Mi aniversario acaba de pasar; cumplí veinticuatro años.

El rey, complacido, asintió con la cabeza.

—¿Hace ya tanto tiempo? Entonces, hace veinticinco años atrás, cuando tu padre hacía pocos días que había asumido la responsabilidad de la hacienda, pronostiqué un sustancial declive del bienestar de Thonvil y de las regiones en torno al pueblo.

—¿Pronosticaste que mi padre fracasaría como lord? —preguntó Bram.

—Ya sabes que los tuatha somos muy proclives a identificar la fortaleza de carácter —explicó el rey en un tono más neutro que cruel—. No obstante, los detalles de los puntos fuertes y débiles de tu padre importan menos que sus consecuencias a largo plazo. Creía que Thonvil sobreviviría el mandato de Cormac a pesar del declive que les ocasionaría. Al considerar este hecho, tomé unas medidas sin precedente con objeto de invertir la tendencia en la siguiente generación. Tú eres el resultado de tales medidas, Bram. Y has superado mis expectativas.

—¿Yo era… un experimento?

—Yo no lo llamaría así —precisó el rey, moviéndose ligeramente—; en especial, si eso te molesta.

—¿Cómo podría no sentirme molesto al constatar que no soy un humano? —preguntó Bram.

—Pero sí lo eres… —dijo Weador.

Bram parecía absolutamente confuso.

—Pero sí tú mismo dijiste que yo era un bebé cambiado. ¿Acaso los bebés cambiados no son niños feéricos intercambiados con niños humanos?

—Pueden ser eso, aunque a diferencia de otros pueblos feéricos, los tuatha jamás se han dedicado a esta clase de aventuras impredecibles.

Bram, sentado en el taburete, se echó hacia atrás, cruzó los brazos y trató de ser paciente.

Weador advirtió la frustración de Bram.

—Consideré tanto los fallos de Cormac como los puntos débiles de Rietta —explicó rápidamente—. Buen conocedor de la importancia que los humanos dan a la primogenitura de sexo masculino, se realizó una componenda mágica para que una mujer tuatha concibiera un hijo de Cormac; de esta forma el niño tendría mayor fortaleza de carácter y facultades mágicas.

Rietta por aquel entonces ya estaba embarazada, y nuestra intención era intercambiar los bebés. Sin embargo, el hijo de Rietta y Cormac nació muerto unos días después de que naciera el hijo —tú, Bram— de la mujer tuatha elegida, un bebé sano y de aspecto totalmente humano. El intercambio fue muy fácil de realizar en medio de la confusión y de la obnubilación causada por el dolor.

—De modo que les hicisteis creer que su hijo había vuelto a la vida.

Weador enarcó las cejas.

—Era verdad, por lo menos para uno de ellos: tú eras realmente hijo de Cormac DiThon.

Ninguna preparación le hubiera bastado a Bram para recibir aquella información que tanto había anhelado conocer. Abandonado a sus cavilaciones en la oscuridad de sus aposentos, se había preguntado si podía ser sólo medio tuatha habida cuenta de su aspecto enteramente humano. Incluso lo había discutido con Guerrand. Pero cuando veía la poca relación que tuvo Cormac Dithon con su hijo, había decidido que Rietta debía de haber sido su madre humana.

Bram pensó en su padre, que evidentemente había creído lo mismo. Cormac había manchado la relación con su hijo y con su esposa a causa de su ignorancia, probablemente convencido de que Rietta lo había traicionado. ¡Si tan sólo hubiese tenido el coraje de expresar verbalmente esas falsas acusaciones! Pero en ese caso, ¿a quién habría consultado Cormac, odiando la magia tanto como la odiaba?

Los ojos de Bram de repente se desorbitaron.

—¿Acaso mi… madre vive todavía? —susurró con voz afónica.

La máscara de Weador se resquebrajó por vez primera, y una inesperada expresión de pena centelleó por su rostro surcado de arrugas.

—Sí, eso creo. En cualquier caso, espero que así sea.

Bram oyó una sola palabra: sí. Examinó los rostros de los tuatha más próximos.

—¿Está aquí? ¿Puedo verla?

Guerrand volvió a poner la mano sobre el hombro de su sobrino.

—Ya tienes muchas cosas en que pensar, Bram. ¿Estás seguro de que no sería mejor descansar antes de preocuparte por más cosas?

—No, no puedo descansar sabiendo que ella está cerca.

—Lo siento pero tendrás que esperar —dijo Weador—. Prímula ya no vive en nuestra comunidad.

—Prímula —repitió Bram desmayadamente. Ese era el nombre de su verdadera madre—. Si no está aquí, ¿dónde se encuentra?

—Lo mismo que con los humanos, hay asentamientos de tuatha por todo Krynn. Prímula se marchó del nuestro para establecer su propia comunidad poco después de tu nacimiento.

—Háblame de ella —lo apremió Bram—. ¿Por qué la eligieron para…? —añadió, pero se le quebró la voz.

—¿Para engendrarte a ti? —terminó Weador. Los helados ojos azules del rey parecían mirar muy lejos—. Confieso que la elegí porque era mi predilecta. Prímula era una tuatha muy especial. Su capacidad de mando fue reconocida muy pronto. Había empezado aprendiendo las funciones de matriarca, una de las categorías espirituales de los tuatha dundarael. Creo que los humanos la llamarían sacerdotisa.

Weador se inclinó hacia adelante, apoyando en su bastón de concha de tortuga.

—Prímula tenía una mente ágil y curiosa. Siempre lo cuestionaba todo, desde el sentido de nuestra existencia hasta la conveniencia de nuestros vestidos tradicionales. Creo que estuvo de acuerdo en llevarte en su seno porque se lo pedí yo. En aquellos tiempos, ella habría hecho cualquier cosa por complacerme, pues yo era algo así como su figura paterna… Bueno, me sentía tan cerca como un tuatha puede sentir a otro.

Weador salió bruscamente de sus ensoñaciones.

—Para comprender el significado de lo que te cuento, primero debes entender que nuestro concepto de familia difiere del vuestro. La comunidad de los tuatha como un todo comparte la responsabilidad de criar y educar a los niños.

—¿Nadie sabe quiénes son sus padres? —inquirió Bram.

Weador se encogió de hombros.

—Todos lo sabemos, pero, sencillamente, no es una cuestión muy importante.

—Si mi madre sentía tanta veneración por ti, ¿cómo pudo abandonarte?

De nuevo, una expresión de pena se reflejó en el rostro de Weador.

—Eso se lo tendrías que preguntar a ella —precisó el rey recostándose en el trono—. Se me ocurre algo que nos puede ayudar a ambos a conseguir lo que buscamos.

—Perdóname por sentir un cierto recelo ante la posibilidad de un nuevo pacto, Weador —confesó Bram levantando las palmas de las manos.

—Después de haber constatado en tu pueblo el éxito de nuestra iniciativa compartida, ¿dirías que no he cumplido con mi parte del pacto?

Bram vio mentalmente los rostros de los felices y prósperos aldeanos de Thonvil.

—No, ha sido bueno tanto para nuestro pueblo como para vosotros —admitió—; pero tenías que haberme contado la verdad sobre mi origen.

—¿Acaso los mortales conocemos toda la verdad relativa a nuestras vidas? —preguntó Weador, más a sí mismo que a Bram—. En cualquier caso —prosiguió—, la verdad habría distraído tu atención, tal como ahora lo está haciendo. Ni Thonvil ni nosotros, los tuatha, podíamos haber esperado a que tú llegaras a descubrir tu origen. Pero ahora tienes tiempo para hacerlo.

—¿Qué me propones? —quiso saber Bram.

—Encuentra a Prímula —dijo Weador—. Todos los tuatha emprenden un viaje de descubrimiento de sí mismos para señalar una espiritual llegada a la edad adulta. La mayoría utilizan esa experiencia para determinar la orientación de su vida laboral. Aunque se trata exclusivamente de un típico viaje mental, no hay ninguna razón para que el cuerpo no pueda buscar respuestas espirituales. Creo que cuando encuentres a tu madre, también hallarás las respuestas que anhelas conocer.

—Has dicho que esto nos beneficiará a ambos. ¿En qué te beneficiará a ti? —inquirió Bram bruscamente.

—La marcha de Prímula provocó un cisma entre los tuatha. Me gustaría superar esta división. Si eso no es posible, por lo menos quisiera saber que Prímula está bien.

Bram lo miró con expresión de sorpresa.

—Antes me has dicho que había pocas cosas en el mundo mágico en el que estabas que no supieras.

—No soy omnipotente —dijo Weador—. Aunque no he hablado con Prímula desde que se fue, sé adónde se llevó a sus seguidores. En mis últimos intentos por conocer cómo se encontraba, descubrí que ha reubicado a su secta; ahora ya no detecto su presencia. Sólo puedo suponer que de forma intencionada ha cortado todo enlace entre nosotros —añadió. Sus hombros se hundieron de modo visible bajo su manto de piel—. La alternativa me resulta demasiado triste para que pueda considerarla.

Y a Bram le sucedía otro tanto. No podía soportar la idea de haber estado tan cerca de descubrir su origen y acabar averiguando que su auténtica madre había muerto.

—De acuerdo —dijo por fin el lord de Thonvil—; encontraré a Prímula, puesto que a ambos nos interesa.