Prologo

Estas páginas inician la Crónica del Ocaso, escrita por Coton, el abuelo patriarca del dios dorado, Qotal.

Mis trabajos, como siempre, están dedicados a la mayor gloria de Qotal, el Plumífero, antepasado iridiscente de los dioses.

El Tiempo del Ocaso nos llegó, casi inadvertido para los señores de Maztica. A los nobles y guerreros de la gran ciudad de Nexal nada les interesaba excepto la conquista y la batalla, la obtención de tributos y prisioneros por la sumisión de los estados vecinos.

Los sacerdotes de los dioses jóvenes no podían ver más allá de la necesidad de nuevos sacrificios para saciar a sus amos sedientos de sangre. Tezca Rojo, dios del sol, exigía su ración diaria de sangre para elevar su flamígero ser hacia los cielos, durante el alba. Calor Azul, dios de la lluvia, reclamaba la vida de los niños a cambio de la humedad vital de su cuerpo.

Ninguno codiciaba tanto la sangre como Zaltec, deidad patrona de los nexalas. Su señal roja marcaba el pecho de sus más leales servidores, y largas columnas ascendían a las pirámides dispuestas a ofrecer sus corazones, en sacrificios voluntarios o involuntarios. ¡Tal era la gloria de Zaltec!

Ningún dios del Mundo Verdadero es tan misterioso, tan artero como el sanguinario Zaltec. ¡Zaltec, el gran dios de la guerra! Las guerras eran vastas ceremonias, peleadas en honor y gloria de Zaltec. Los ejércitos de Nexal marcharon a conquistar Pezelac, para conseguir cautivos. Lucharon contra las fuerzas de la feroz Kultaka, y los dos bandos obtuvieron gran número de prisioneros para los altares de Zaltec.

En Nexal, guerreros, sacerdotes, señores, hechiceros, luchaban todos en beneficio propio, complacientes en la eternidad de Maztica, el Mundo Verdadero. Competían, conseguían victorias y sufrían derrotas, ¡todo por sus patéticas metas! ¡Todos están ciegos! ¡Todos están locos!

Sólo yo, Coton, veo cómo cambia el Mundo Verdadero. Veo el comienzo de su declinación, el Tiempo del Ocaso predicho tiempo ha por nosotros, los fieles sacerdotes de Qotal. Los otros sacerdotes sólo hablan de nuevos sacrificios, pirámides más grandes, templos más brillantes. ¡Veo una época en que todos los templos desaparecerán y las pirámides serán montañas de piedras irreconocibles!

Qotal es el vehículo de mi visión. Sus fieles son pocos, porque la mayor parte de Maztica ha escogido el culto a Zaltec y a su sanguinario retoño. Una vez Qotal rigió como el héroe de nuestros antepasados, querido por el Mundo Verdadero. Fue Qotal quien trajo el maíz al mundo, para que la humanidad siempre tuviese comida. Durante siglos, su cariñosa mirada vigiló a las gentes de Maztica.

Pero ahora Qotal ha sido suplantado por Zaltec, en todo el Mundo Verdadero. La gente sigue al dios de la guerra como ciegos, ignorantes de la paz y la sabiduría ofrecidas por Qotal. Sobre todo aquí, en Nexal, Zaltec, el de la Mano Sangrienta, ha ocupado el lugar de honor otrora reservado al Plumífero.

Estoy obligado al silencio por mi posición. No digo nada a los poderosos de Nexal. En cambio, mi relato se convierte en la Crónica del Ocaso. Como es el deseo de mi amo inmortal, el Canciller del Silencio, observo y registro, soy un testigo y no un participante en el desarrollo de la historia.

Los hilos individuales del caos son diversos, y la mayoría me son desconocidos. Mis augurios hablan de un emperador dios, más poderoso que cualquier otro gobernante de la historia de Maztica, y sin embargo débil y lleno de defectos. Pero también mencionan a una niña que vive en feliz inocencia cerca del corazón del Mundo Verdadero, y de un joven en un sitio muy lejano. No sé cómo se entecruzarán estos hilos en el curso del Ocaso. Sólo sé que el paso del tiempo, las incesantes mareas del destino, reunirán estos hilos.

Y, cuando se unan, formarán un nudo de poder insuperable que poseerá la fuerza de un cataclismo.