De las crónicas de Coton:
El relato de Tewahca
En el tiempo inmediatamente anterior a la gran Guerra de los Dioses, cuando Qotal y sus hermanas lucharon contra Zaltec y sus hermanos por el dominio del Mundo Verdadero, los dioses ordenaron a sus fieles construir un templo mayor que cualquier otro en el mundo, en un lugar desde el cual los dioses pudieron gobernar sus tierras en el más sublime aislamiento.
Los dioses escogieron un páramo, un valle seco en el corazón del más terrible desierto, y ordenaron a la gente que fuera allí. Los humanos obedecieron a sus amos inmortales, y los dioses les brindaron alimento para comer y agua para beber, para que no perecieran. Y le dieron a la gente sus órdenes, y, una vez más, la gente obedeció.
Los humanos construyeron la mayor pirámide de todas en el centro de un lugar llamado Tewahca, la Ciudad de los Dioses. Trabajaron durante décadas, convirtiendo el páramo en una maravilla, criaron a sus hijos, y vivieron y murieron en este lugar elegido por Zaltec y Qotal.
La estructura creció en altura, tan alta como una montaña. El edificio del templo, un enorme rectángulo de piedra sobre la plataforma más alta, tenía el tamaño necesario para albergar a los dioses. Los mejores artesanos vinieron de todos los rincones de Maztica para trabajar la magia de pluma y hishna en la pirámide, para pintarla con colores brillantes y adornarla con azulejos resplandecientes.
Alrededor de la pirámide, nació una ciudad. Los humanos construyeron calles y plazas, grandes patios, y hermosos jardines. Edificaron para ellos mismos casas y palacios, y se esforzaron en ser dignos de vivir en aquella tierra bendecida. Sin embargo, todas estas construcciones sólo pretendían resaltar el auténtico centro de Tewahca, la pirámide de los dioses.
Finalmente, la pirámide de Tewahca quedó acabada. Los dioses ordenaron a los humanos que se marcharan, y las aguas se secaron. Los alimentos que crecían también se secaron y murieron, para dejar otra vez vacío el páramo de arena y piedras. La gran ciudad se convirtió en un cascarón reseco en medio de la nada.
Los humanos ya no podían vivir allí, y escaparon a tierras más fértiles.
Y, entonces, comenzó la guerra entre los dioses.