El ángel le quitó el libro, salió, atravesó el pasillo y llamó a la puerta.
—Ya ha terminado —le comunicó a alguien que se hallaba en la habitación.
—¿Qué? ¿Ya te vas? ¿Y yo, puedo irme así, sin más? —preguntó Levi, a quien llamaban Colleja.
La puerta que quedaba al otro lado del pasillo se abrió, y del otro lado apareció otro ángel, que parecía tener un aspecto más femenino que Raziel. Ella también sostenía un libro. Al salir dejó ver que, tras ella, había una mujer, vestida con vaqueros y una blusa verde, de algodón. Tenía el pelo largo, liso, castaño oscuro, con reflejos rojizos, y sus ojos, azules, cristalinos, destacaban aún más por contraste con el moreno de su piel.
—Magda —dijo Levi.
—Hola, Colleja.
—Magda terminó su evangelio hace semanas.
—¿Ah, sí?
La Magdalena sonrió.
—Bueno, es que yo no tenía tanto que escribir como tú. No os vi el pelo en dieciséis años.
—Ah, claro, tienes razón.
—Es voluntad del Hijo que salgáis juntos a este nuevo mundo —anunció el ángel de aspecto femenino.
Levi cruzó el pasillo y la estrechó en sus brazos. Se besaron largo rato, hasta que los ángeles empezaron a carraspear y a mascullar: «Esas cosas se hacen en la intimidad de un cuarto».
Se separaron, pero permanecieron muy juntos.
—Magda, ¿esto va a ser como era siempre? —preguntó Levi—. Ya sabes, tú queriéndome, sí, más o menos, pero solo porque no puedes estar con Josh.
—Claro.
—Qué patético.
—¿No quieres que estemos juntos?
—Sí, sí quiero, pero me parece patético.
—Tengo dinero —dijo ella—. Me han dado dinero.
—Qué bien.
—Marchaos —intervino Raziel, que había perdido ya la paciencia—. Id, id, marchaos.
Y les señaló el extremo del pasillo.
Los dos caminaron hacia allí cogidos del brazo, despacio, volviendo la vista cada poco para mirar a los ángeles, hasta que una vez miraron atrás y los ángeles ya no estaban.
—Deberías haberte quedado —le dijo la Magdalena.
—No podía. Me dolía demasiado.
—Regresó.
—Sí, ya lo sé, ya lo he leído.
—Y se puso triste al saber lo que habías hecho.
—Sí, yo también.
—Los demás se enfadaron contigo. Decían que tú eras el que tenía más razones para creer.
—¿Y por eso me eliminaron de sus Evangelios?
—Lo has adivinado.
Se montaron en el ascensor, y Magda pulsó el botón del vestíbulo.
—Por cierto, que era «Joshua Salvador de Hombres» —dijo ella.
—¿Qué era Joshua Salvador de Hombres?
—Las iniciales. Iesus Hominum Salvator. Aquella hache era de «hombre».
—Vaya, hubiera jurado que era por «Harvey» —dijo Colleja.